Memoria de Julián Gállego, un adelantado en la defensa del arte aragonés

Se cumple un siglo del nacimiento en Zaragoza de este gran estudioso y crítico, experto en Goya, que redactó piezas magistrales en las páginas de HERALDO

Retrato de Julián Gállego, en su casa, en 2006.
Retrato de Julián Gállego, en su casa, en 2006.
Guillermo Mestre.

Empecé a conocer, y a admirar, a Julián Gállego (Zaragoza, 1919- Madrid, 2006) en aquellas páginas que el HERALDO sacaba los jueves, ‘Las artes y las letras’, de las que don Julián era colaborador asiduo, por no decir que fijo. En aquellas memorables páginas, fue desgranando sabiduría y lucidez, conocimiento y sentido crítico, todo ello con un estilo y un donaire que revelaban al maestro único, de escritos siempre luminosos.

Julián Gállego solía escribir por series, lo que invitaba aún más, al menos a un seguidor fiel como el que escribe estas líneas, a coleccionar los recortes de aquellos artículos. Aún andan por casa, entre mis carpetas, pese a que todos ellos fueron recopilados años más tarde en un conjunto de libros que editó la Librería General. Asesor no oficial de Ángel Boya en aquel benemérito y pionero empeño editorial que fue la Colección Aragón (después de una primera etapa que dirigió Guillermo Fatás), una de mis primeras sugerencias al editor zaragozano fue que se recogiesen en libro aquellos artículos que, en su momento, tanta admiración me produjeron. Era obligado rescatarlos y así se hizo, en tres volúmenes, pues material no faltaba.

La pasión por Goya y el Prado

Uno de aquellos libros recoge, por ejemplo, todas las páginas que Julián Gállego dedicó en el HERALDO a Goya, uno de sus grandes temas; otro, sus apasionantes itinerarios por la Zaragoza artística, esa que nada como la mirada de don Julián ha sido capaz de revelar en toda su originalidad, en esa relación de lo aragonés con el arte internacional; un tercero, temas varios de la cultura en Aragón. La aportación de don Julián a la difusión y conservación del patrimonio artístico aragonés ha sido enorme y, por desgracia, creo que bastante poco reconocida. En estos tiempos en que, felizmente, tantas personas se ocupan de defender nuestro legado, es bueno echar la mirada atrás y recordar a pioneros como Julián Gállego que, desde HERALDO, ejercía su particular valoración y difusión.

A Julián Gállego tuve la ocasión, el privilegio, de conocerlo después personalmente, a través de mi relación con sus sobrinos Pepe y Cándido Pérez Gállego, mantener con él largas charlas, y hasta la oportunidad de compartir algunas exposiciones, como aquella espectacular del ‘Settecento’ en Zaragoza o algunas otras en Madrid. En 2010, Julián Gállego era reconocido con la Medalla de Oro del Museo del Prado, hasta entonces solo en posesión del rey don Juan Carlos. Pero don Julián no sólo se ha ocupado del Prado, o de Velázquez, o de tantos aspectos del arte nacional e internacional.

El patio de la Infanta

A Julián Gállego le debemos los aragoneses, como he dicho, muchas cosas. Por ejemplo, su especial dedicación a Goya. Una vez me entretuve en rastrear la presencia de Goya en las páginas de HERALDO y el articulista más fecundo, el más fiel a Goya no era otro que don Julián.

Desde 1954 el profesor Gállego ha escrito de Goya en nuestras páginas, y constantemente del patrimonio artístico aragonés, español e internacional, desde aquella fecha y hasta su muerte.

Como las cosas se olvidan y se confunden, no está de más recordarle a nuestros paisanos que a don Julián le debemos en buena parte el hecho de haber recuperado el patio de la Infanta, cuyo abandono, en un almacén de París, denunció a través de estas páginas en un memorable artículo publicado el 12 de octubre de 1957. Cuatro meses más tarde, la ahora Ibercaja lo adquiría y lo rescataba para todos. Algo que no debemos olvidar porque, a veces, la historia se escribe con lamentables lagunas e interesadas atribuciones.

De Julián Gállego se podrían decir muchas cosas, al margen de su reconocida consideración como uno de los más lúcidos conocedores de la historia del arte. Por ejemplo, su excelencia narrativa, pues es autor de algunos de los mejores cuentos y relatos que se han escrito por mano aragonesa en la narrativa española.

Basta recordar aquellos ‘Apócrifos españoles’ (1966) que siempre releo con admiración, o las antológicas ‘Postales’ (1979), que editó este periódico. Y añadir una dedicación suya menos conocida, los excelentes dibujos que, sobre todo en su época de juventud, realizaba este zaragozano irrepetible, que colaboró como ilustrador en revistas culturales y fue diseñador de escenarios para obras teatrales, como la extraordinaria para el ‘Retablo de Maese Pedro’. Y es que hay personas que todo lo hacen bien, cuando tantos de nosotros lo único que sabemos hacer son malos apaños.

Reposo en Torrero

En un soleado junio de 2006 enterrábamos en la intimidad familiar y amistosa, en Torrero, las cenizas del maestro. Juan Antonio Gracia, en unas palabras improvisadas, recordaba que cementerio es una buena palabra para designar lo que otros dicen campo santo. Cementerio, que procede del griego, quiere decir dormitorio, porque para el creyente solo es lugar de paso, transitoriedad hacia otra vida, mejor y eterna.

En Torrero, en ese día claro, con los olores de la primavera a nuestro alrededor, enterramos las cenizas de don Julián. Mientras los albañiles cerraban el nicho, y daban paletadas al cemento, Juan Antonio leía la ‘Plegaria en la muerte de un hermano’, uno de los más bellos himnos latinos, del oficio de difuntos, de San Agustín. Trabajo y oración a un tiempo, «que no hay ya horas para cada cosa».

Ahora, en el momento del centenario de su nacimiento, nuestro reconocimiento a don Julián no puede ser sino el que se brinda a aquellos que han aportado a nuestras vidas un magisterio imperecedero.

BIOBIBLIOGRAFÍA

Doctor en Historia (Sorbona, París, 1966), bajo el magisterio de Pierre Francastel. Trabajó en el Instituto de Estudios Históricos Hispánicos de la Sorbona y en la Escuela de Altos Estudios de París. Crítico de arte corresponsal de la revista 'Goya', en París, desde su fundación en 1954. Catedrático de Historia del Arte en la Complutense de Madrid y miembro de la Academia de San Fernando. Comisario de la exposición de Velázquez en el Metropolitan de Nueva York (1989) y Museo del Prado (1990). Colaborador asiduo de Goya: 'Revista de Arte', 'Heraldo de Aragón' e 'Ínsula', entre otras muchas publicaciones.

Obra literaria de Julián Gállego:

1951. 'Fedra'. Heraldo de Aragón. (Teatro)

1957. 'San Esteban de Afuera', Seix-Barral; 'Mi portera, París y el arte', Seix Barral.

1959. 'Muertos vivos', Ediciones Rocas.

1966. 'Apócrifos españoles', Ediciones Rocas; reed. 1971, Plaza&Janés.

1979. 'Postales'. Ediciones de Heraldo de Aragón.

1987. 'Nuevos cuentos de la Alhambra', Diputación de Granada.

1999. 'El arte de la memoria', Ayuntamiento de Zaragoza.

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