Alfredo Moreno: "El cine es un planeta inagotable"

El cinéfilo y narrador  publica el ensayo, ‘Hermosas mentiras. Tópicos y clichés en el cine’, en el sello aragonés Limbo Errante

Buñuel y sus amigos.
Buñuel y sus amigos.
Archivo Moreno.

El cinéfilo y narrador Alfredo Moreno (Zaragoza, 1976) publica una monografía, ‘Hermosas mentiras. Tópicos y clichés en el cine’ (Limbo Errante), un viaje desde los orígenes del cine hasta ahora mismo y la llave de las historias desde la convicción de que "probablemente ninguna película sea del todo inocua".

¿Cuál ha sido la idea del libro?

Me interesan mucho las conexiones entre cine y realidad. Si el cine se nutre de la vida, no es menos cierto que esta se ha visto transformada por el cine. El siglo XX es el siglo del cine. El arte, la cultura, las formas de vestir, de hablar, de comportarse, incluso de amar y de sentir, hasta de fumar, vienen condicionados por las películas.

¿Es una historia lateral del cine o una forma de aproximarse a temas que le interesaban?

Ambas cosas. El cine posee un valor pedagógico y divulgativo incuestionable. Hablar de cine y de las películas permite abordar en profundidad cualquier tema, conflicto o situación que nos afecte como seres humanos. Escribir de cine es hacerlo, sobre todo, de nosotros mismos.

¿Es especialmente importante la realizadora Alice Guy?

Su reivindicación es reciente, apenas dos o tres años, gracias al descubrimiento de material que se creía perdido. Es importante porque compartió con los Lumière y con Méliès los inicios del cine en Francia. Contribuyó al origen de un cine de raíz literaria e introdujo algunos de los más importantes recursos del lenguaje audiovisual, pero fue la única que saltó a Hollywood. Tuvo cierto éxito hasta que regresó a Francia a comienzos de los años veinte.

¿Qué diferencias ha habido o hay entre el cine europeo y el americano?

Muchas, derivadas, sobre todo, del distinto tejido industrial. En Europa, la I Guerra Mundial arrasó la embrionaria industria del cine nacida en Escandinavia, Francia o Italia. Solo la UFA alemana y el cine soviético dispusieron durante algún tiempo de medios y apoyos con los que levantar proyectos que pudieran competir con los norteamericanos. Hollywood, en cambio, lleva más de cien años fabricando películas en cadena. Eso hace que mientras que en Europa el cine se inclina hacia la autoría y el arte como formas de expresión y vehículos de negocio, para el que resultan indispensables hoy las ayudas públicas, en Estados Unidos priman las grandes inversiones, los altos presupuestos y la publicidad, y, como resultado, un cine más generalista, sobre todo de acción y entretenimiento, que alimente las taquillas y garantice los beneficios y las futuras inversiones.

¿Ha sido siempre así?

Generalizando mucho, porque los trasvases son mutuos y continuos y también existen las coproducciones, en Europa el cine es un producto cultural, mientras que en América es un producto industrial que ha ido mutando con el tiempo según se apartaba de lo cultural y de lo artístico: en la edad dorada de Hollywood, las películas eran 'pictures', pasaron a denominarse 'films' en las décadas de los sesenta y los setenta, y desde los ochenta son 'movies'.

¿Para quien está pensado el libro?

Está calificado para todos los públicos. Las referencias no son nada complicadas o rebuscadas. Se trata de mostrar cómo y por qué el cine retrata la realidad de unas maneras determinadas, a veces debido a la inercia de la tradición narrativa, otras por simple eficacia o comodidad, y a menudo porque existe una intención ideológica, impulsada por los poderes políticos y económicos, un deseo de adoctrinar o de evitar el riesgo de verse adoctrinado por otros. Es ahí donde entran los mecanismos de censura y de propaganda.

Hay un sinfín de historias, de personajes de todo el mundo: actores, directores, escritores, reflexiones, aforismos, aunque es esencialmente un libro teórico.

El cine es un planeta inagotable, y un trampolín inmejorable para hablar de casi cualquier cosa. El tema de los tópicos y los clichés, a su vez, es inabarcable. Ha sido necesaria una selección en cuanto a las perspectivas desde las que tratarlo, se han quedado muchas cosas fuera. Se trazan, eso sí, las líneas básicas que explican por qué contamos las historias de la forma en que lo hacemos, y por qué hoy nos siguen interesando. Es un fenómeno universal, no entiende de tiempos ni de fronteras físicas o culturales. Se trata de nuestra relación con la ficción, de nuestra necesidad de ella. Es una historia de milenios.

¿Podría elegir tres detalles, historias o personajes que le conmuevan y que sean capitales en el libro? 

Me impresiona la capacidad de Fritz Lang para diseccionar sociedades enfermas y diagnosticar sus males principales, y cómo lo hace, además, con absoluta maestría formal, riqueza plástica, autoridad moral y profundidad psicológica. Me aterra todo el periodo de la caza de brujas, cómo en nombre de la democracia, de la libertad y de la justicia pudieron conculcarse tantos derechos y libertades, cómo se arruinaron tantas vidas, y cómo eso afectó a la manera en que cineastas y espectadores de todo el mundo entendían lo que eran o debían ser las películas y, por tanto, sus vidas. Me conmueve el declive de grandes figuras femeninas como Marlene Dietrich, Rita Hayworth o Ava Gardner, prematuramente envejecidas, abandonadas por el cine que ayudaron a hacer inmortal, y lo que de ello se extrae en cuanto a la consideración como objeto que ha tenido la mujer durante la mayor parte de la historia del cine.

¿Cuál diría quÉ es la presencia aragonesa?

No puede entenderse la historia del cine sin Aragón, gracias, en particular, a Luis Buñuel. Junto a él, hay en el libro referencias a directores imprescindibles como Segundo de Chomón, Florián Rey o Carlos Saura, y a intérpretes como Raquel Meller, Fernando Sancho o Paco Martínez Soria. Este ha sido fundamental, por ejemplo, a la hora de difundir los tópicos de lo aragonés en el resto de España.

Cena homenaje en Hollywood a Luis Buñuel tras recibir el Óscar a la mejor película extranjera.  En la foto: Robert Mulligan, William Wyler, George Cukor, Robert Wise, Jean Claude-Carriere, Serge Silberman. Sentados: Billy Wilder, George Stevens, Luis Buñuel, Alfred Hitchcock y Rouben Mamoulian.

¿Lo más divertido?

El cine, en especial el clásico, es una fuente inagotable de chascarrillos, curiosidades y sucedidos. Muchos son falsos, pero gusta pensar que son verdad. Por ejemplo, cuando, en 1942, recién fallecido John Barrymore, Raoul Walsh, Humphrey Bogart y Peter Lorre, entre otros, sacaron su cadáver de la funeraria el día antes del entierro y lo sentaron en el salón de la casa de uno de sus mejores amigos, Errol Flynn, y cómo este huyó despavorido cuando lo vio y le dijeron “ha venido a tomarse una última copa”. Ciertas eran, por ejemplo, las bromas de ingenio entre Orson Welles y Charles Chaplin. En una de ellas, en casa de Chaplin, mientras Welles no paraba de hacer trucos de magia (hasta hizo aparecer un pollito), Chaplin, fingía hablar en japonés (un japonés inventado) con su criado, de origen nipón pero nacido en América, que tampoco sabía una palabra del idioma. Hitchcock y Peter Lorre también se gastaron una broma pesada tras colaborar en ‘El hombre que sabía demasiado’ (1934): Lorre, que sabía que Hitchcock iba a hacer un crucero junto a su esposa y su madre, le llenó el camarote de canarios con sus respectivas jaulas; Hitchcock contraatacó haciendo que llevaran a casa de Lorre, cada madrugada, un telegrama en el que informaba del estado de salud de los pájaros.

¿Son esas sus anécdotas favoritas o añadiría alguna más?

Mi favorita es la ayuda que brindó Audrey Hepburn a Billy Wilder cuando, un viernes, durante el rodaje de ‘Sabrina’ (1954), se dieron cuenta de que no tenían guion para rodar. Audrey fingió un dolor de cabeza durante todo el día para dar tiempo a Wilder y a su guionista, Ernest Lehman, a escribir algo el fin de semana y poder retomar el rodaje el lunes siguiente…

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión