Aquellas vacaciones de los años 30...
Nuestros bisabuelos escapaban del calor con imaginación y una intensa vida social. Cuando ir a la playa era un lujo, las vacaciones se hacían a la orilla de los ríos
Antes de que el Ebro se convirtiera en el espacio de baños por excelencia de Zaragoza, los ciudadanos preferían en los años 20 y 30 refrescarse en las aguas del Huerva, más seguro y lleno de rincones mansos. Pero cada cual no podía bañarse donde quería: la decencia de la época obligaba a que hombres y mujeres no coincidieran dentro del agua.
Las costumbres se relajaron con el tiempo y la creación del Balneario Municipal en 1928 democratizó los baños en Zaragoza. En la llamada playa de las cuerdas -denominada así porque la zona de baño segura estaba delimitada por gruesas sogas-, hombres y mujeres compartían el agua y tomaban el sol semidesnudos. Hasta entonces, los baños a orilla del Ebro apenas tenían una infraestructura, pero el balneario mejoró las cosas. La cabina individual costaba 30 céntimos la hora y las generales, 20. Alquilar un traje de baño ascendía a 15 céntimos y la toalla, a 20. Precios muy económicos que contrastaban con los del club naturista Helios, colindante con esta playa y que permitía bañarse juntos a hombres y mujeres.
¿Dónde ducharse?
En las primeras décadas del siglo XX, muy pocos hogares tenían cuarto de baño. Para lavarse, se podía acudir a los ríos y acequias o pagar una peseta en las casas de baños, como las del casino Mercantil de Zaragoza, que ofrecía bañera y ducha por unos siete reales. En el paseo de la Independencia de Zaragoza se inauguró en 1870 una de estas casas, que durante 50 años dio servicio a muchos zaragozanos. Constaba de unas diez cabinas y dos balsas, una para hombres y otra para mujeres. Por un real, se podía pasar un rato refrescante en aquellos veranos de los años 30.