Diario de Suiza y de la Alta Saboya: Lausana-Annecy

Última entrega del cuaderno en el que el escritor Ricardo Lladosa plasma su recorrido por tierras suizas.

Ulrico Zwinglio. Hans Asper, 1521
Ulrico Zwinglio. Hans Asper, 1521
Ricardo Lladosa

Volvemos a Lausana, una ciudad de colinas donde las calles ascienden y descienden. Conducir aquí es como subir a una montaña rusa sin exceder la velocidad permitida. El sistema de circulación suizo, con dobles y triples semáforos para continuar recto o girar a derecha e izquierda, resulta mareante para quien no está habituado, sobre todo cuando se encuentra con los carriles bici o los raíles del tranvía. Si a lo anterior se suman las obras, fruto del deseo de conservar las calles en perfecto estado, equivocarse de carril acarrea que la civilización caiga sobre uno en forma de pitada descomunal.

Nos detenemos ante el palacio de Justicia, un imponente edificio decimonónico, en medio de un gran parque con una estatua de Guillermo Tell, donde una suiza se ha descalzado y lee tranquilamente una novela. Los ventanales del palacio de Justicia están entreabiertos y las largas cortinas blancas se agitan ligeramente por efecto de la brisa. En el interior imagino a una jueza pensando en el sentido de una sentencia mientras observa la tela blanca ondear en silencio.

Diario de Suiza y de la Alta Saboya: Lausana-Annecy

Catedral de Nuestra Señora de Lausana.

Más tarde ascendemos a la ciudad vieja, donde por la tarde se celebra un festival. Los vendedores y los restaurantes callejeros montan sus puestos, pero cuando entramos en la catedral gótica de Nuestra Señora de Lausana apenas hay nadie en el interior. Fue en sus orígenes un centro de culto católico, pero desde el siglo XVI pertenece a la iglesia reformada de Suiza, creada por Ulrico Zwinglio. No hay en el interior una sola imagen, ni siquiera en las vidrieras donde se ven únicamente escudos del cantón de Vaud. Las sillas de anea, colocadas en dirección opuesta al altar, miran hacia el gran órgano. Sobre ellas caen los rayos del sol como un fulgor divino. La iglesia reformada de Suiza no acepta el ayuno, ni el celibato, ni las imágenes, ni celebra misas… ¿Es todo esto “civilizado”? –me pregunto.

Diario de Suiza y de la Alta Saboya: Lausana-Annecy

Ulrico Zwinglio. Hans Asper, 1521

Por la tarde, volvemos a cruzar la aduana francesa por enésima vez y nos dirigimos a Annecy, capital del departamento Alta Saboya. Nos bañamos una vez más en el lago atestado de gente. Las aguas ya no son tan limpias como las del lago Leman, tal vez porque el Leman nace y desemboca en el río Ródano, y sus aguas se renuevan permanentemente, mientras el lago de Annecy es un gigantesco estanque.

Caminamos una vez más hacia el casco histórico, surcado por canales que prolongan el lago y se adentran en la ciudad. El corazón del turismo es el “Quai de l´Eveche”, muelle del Obispo en castellano. Resulta curioso cómo en torno a esta calle se arremolinan los turistas, en sus decenas de restaurantes y tiendas de souvenirs y, sin embargo, desaparecen por completo en el muelle de Napoleón tercero, que se abre al lago en un bello parque llamado Jardines de Europa.

Por los jardines de Europa transitan familias árabes, que se fotografían al atardecer frente a islas lacustres donde levantan el vuelo los cormoranes. De pronto comenzamos a escuchar tangos. Seguimos el sonido y llegamos a un rincón del parque donde parejas de cincuentañeros y sesentañeros bailan con ímpetu entre grandes bafles. Ellas con faldas y zapatos de tacón de aguja; ellos, también en algún caso, con zapatos de punta y cordones. Marta y yo bailamos para que nuestro hijo Richi –hábil fotógrafo- preserve el instante en una imagen detenida. Es el escenario del teatro que termina, el final de la función de nuestro viaje.

A la mañana siguiente, entre bambalinas, mientras escribo este diario en nuestro apartamento de Annemasse, recuerdo una vez más las palabras de mi amigo, el escritor y colaborador de Heraldo Pedro Bosqued: “Suiza es la civilización…” Y se me ocurre la idea de componer un poema para dar fin al diario. El poema debe ser un collage de los días vividos, una secuencia de imágenes relatadas sin demasiadas pretensiones. Ahí va:

La civilización es la monotonía.

La civilización es tener los papeles en regla.

La civilización es reparar las cosas viejas.

La civilización es tenerlo todo asegurado.

La civilización es deshacerse de lo que no se usa.

La civilización son cortinas moviéndose en medio del silencio.

La civilización es perder el tiempo reciclando la basura.

La civilización es un programa político sin partido y sin políticos.

La civilización son las cacas de los perros en bolsas de plásticos.

La civilización es no ayunar ni ser célibe.

La civilización es comprar cosas caras que duren mucho tiempo.

La civilización es madera maciza barnizada, y chocolates, y relojes.

La civilización es rehabilitar y no demoler nada.

La civilización es la sociedad de consumo sin consumo.

La civilización son las flores frescas en las tumbas de los que se fueron, mientras suenan, a lo lejos, los balidos y cencerros de las cabras.

Lausana, 13 de julio de 2018

La Civilizacion

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