Recuerdo a Cándido Pérez Gállego en la Casa del Traductor

La presencia permanente del profesor zaragozano en el Instituto Shakespeare es objeto de una mesa redonda en Tarazona

Cándido Pérez Gállego, autor de una veintena de libros sobre literatura inglesa y norteamericana, en 200, en el Paseo de Pamplona.
Cándido Pérez Gállego, autor de una veintena de libros sobre literatura inglesa y norteamericana, en 200, en el Paseo de Pamplona.
Guillermo Mestre.

'La presencia permanente de Cándido Pérez Gállego en las traducciones del Instituto Shakespeare' es el tema del homenaje que la Casa del Traductor de Tarazona dedica al profesor zaragozano Cándido Pérez Gállego, a los cinco años de su muerte. Tendrá lugar el miércoles 25 de julio, a las 19.00, en el salón de actos de la Casa del Traductor (Calle Ancha de San Bernardo, 13).

La iniciativa ha surgido de uno de sus discípulos del Instituto Shakespeare de Valencia, José Saiz Molina, que tratará del fundamental papel desarrollado por el profesor Pérez Gállego en la difusión de las traducciones del bardo inglés en nuestro país. Cándido Pérez Gállego, alumno y profesor de la Facultad de Letras de la Universidad de Zaragoza, fue director del Departamento de Filología Inglesa hasta su traslado a la Complutense de Madrid. Su obra crítica y ensayística abarca una veintena de títulos dedicados a la literatura inglesa y norteamericana, y en las páginas de Heraldo de Aragón fue colaborador fijo del suplemento 'Artes y Letras' durante dos décadas.

En el homenaje que se le dedica en Tarazona intervendrán: Waldesca Navarro Vela, presidenta de la Casa del Traductor; Juan Antonio Fuentes, director de la Casa del Traductor; Juan Domínguez Lasierra, periodista y escritor; José María Bardavío Gracia, doctor en Filología Inglesa; José Saiz Molina, doctor en Filología Inglesa y miembro del Instituto Shakespeare de España.

En la organización de este acto han intervenido el Ayuntamiento de Tarazona, la Casa del Traductor y Fundación Shakespeare de Valencia, con la colaboración de Ediciones Cátedra.

Cándido en el recuerdo

Era como un profesor de Harvard trasplantado a Zaragoza. Su apostura, sus gestos, su manera de hablar, de vestir, de relacionarse. No puedo sino recordar aquellos ‘partys’ suyos en su casa de Dr. Cerrada que parecían trasuntos de los que veíamos en películas situadas en Oxford o Cambridge y donde una serie de ‘fellows’ hablaban de Joyce o de Seamus Heaney, de Cheever o de Hawthorne, de Shakespeare por supuesto, con la familiaridad de viejos conocidos. Recuerdo allí a José María Bardavío, Luisa Capecci, Joaquín Aranda, Luisa Gavasa, José A. Dueñas, Carmen Escartín, José Luis Lalmolda, Pérez Tierra, Emilio Serrano, César Pérez Gracia, por supuesto a Ana María Navales…, formando un microcosmos en el que era fácil imaginarse a las orillas del Támesis o del Ouse más que a las del Ebro. Por las paredes y en las mesitas, muchas fotografías, originales de Cartier-Bresson, otras dedicadas de Hemingway o Kissinger. Y, en las escaleras, cuadros de La Chunga, a cuya boda con José Luis Gonzalvo, el cineasta zaragozano, asistió Cándido como padrino. Era un mundo de referencias literarias en cualquier rincón, en el más simple detalle, en cualquier adorno. Y libros, libros, libros.

Cándido Pérez Gállego, esa ‘rara avis’ de nuestra Universidad, encarnaba a la perfección al intelectual cosmopolita que hablaba de Yale, de Exeter, del MIT, de Harold Bloom, Chomsky, Harry Levin, Carvell o Steiner, lo mismo que de su tío Julián Gállego, al que reverenciaba, o de Manuel Derqui, que fue uno de sus grandes amigos. Su voz tenía un ‘vibrato’ especial que daba a sus palabras una autoridad contagiosa. Sus opiniones –siempre algo heterodoxas— se escuchaban como revelaciones de una mente ajena a los lugares comunes, a lo que se llevaba por la progresía del momento, de la que finamente se burlaba.

Con Cándido accedí a perspectivas literarias a las que ningún otro maestro me podría haber llevado. No era fácil entender siempre sus libros, pero la música que emanaba de ellos era fecundamente asimilable. Durante veinte años --Cándido ya residente en Madrid, vinculado a la Complutense-- colaboró con el suplemento ‘Artes y Letras’, que yo coordinaba, con una fidelidad asombrosa. Para él, firmar en HERALDO, en el periódico de su ciudad, de su tierra, era una forma de no perder sus raíces, de conectarse con familiares, amigos, viejos colegas…, de mantener el hilo umbilical con su Zaragoza querida e ingrata, donde se sentía poco reconocido. Eso afianzó una amistad que se había iniciado con Ana María Navales en sus tiempos universitarios, que se prolongó a sus años de profesor en nuestra Facultad de Letras y de la que yo me beneficié posteriormente. Cándido introdujo a Ana María en su afición al mundo literario anglosajón.

En mi casa tengo dos cuadros pintados por Cándido –al igual que su tío don Julián, era un gran dibujante-- e infinidad de apuntes que solía enviarme en esas 'cartas-collage' que contenían los más variopintos materiales: hojas secas recogidas en sus paseos por el Retiro, billetes del Metro madrileño o poemas de Keats o Yeats, y cuyo texto se prolongaba a veces en el exterior del sobre. Era su forma de manifestar su afecto, su cariño, su amistad, a su manera británica. El profesor de Harvard también tenía su corazoncito.

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