Jean Dieuzaide, el fotógrafo que cruzó el desierto en descapotable

Uno de los grandes maestros franceses de la fotografía humanista, premio Nièpce en 1955 y Nadar en 1961, viajó por Aragón de 1951 y 1970, y captó el alma y la luz del paisaje

Un campesino en burro en los alrededores de Fraga, hacia 1951.
Un campesino en burro en los alrededores de Fraga, hacia 1951.
Jean Dieuzaide/DPZ

Jean Dieuzaide (Grenade sur Garone, 1921-Toulouse, 2003) fue uno de los grandes fotógrafos franceses del siglo XX. Contemporáneo de Henri Cartier-Bresson, Robert Doisneau, Edouard Boubat o Willy Ronis, entre otros, con ellos forjó lo que se llamó la fotografía humanista. Es el único artista galo que tiene el premio Niépce, 1955, y el Nadar, 1961, como suele recordar su hijo Michael. A Jean Dieuzaide le apasionaban el aeromodelismo y los fondos marinos, pero también la arquitectura y los retratos. Abrió una galería propia, en 1974, en Toulouse, Galerie Municipale du Château d’Eau. Ilustró muchos libros con sus fotos, de viajes, de arquitectura y de reportaje, y en el fondo fue eso lo que trajo a España en 1951.

Lo llamaron para hacer ‘La España del sur’ y más tarde ‘La España del Levante’, ya en 1953. Se detuvo en varios lugares de Aragón, especialmente en Zaragoza, pero también en Fraga, y recorrió algunas carreteras más bien desoladas y llenas de curvas. En Zaragoza fotografió la basílica del Pilar, aún le faltaban dos torres, ante el Ebro, y esa toma la volvería a repetir muchos años después, hacia 1969 0 1970.

El arte de dialogar y componer

En sus primeros viajes, acompañado de su esposa Jacqueline, venía en un descapotable que le permitía disparar de inmediato. Entonces usaba cámara de placas. Trabajaba siempre con luz natural, componía con máxima pulcritud y no le pedía a la gente que posase para él; la veía pasar, encuadraba y disparaba. "Entrevistar a un campesino o a un pastor, es una gran lección", confesaría.

Expresó que se sentía muy orgulloso de su origen rural. Le encantaba detenerse con los paisanos, conversar, aproximarse a su mundo, y quizá por ello, poco a poco, aprendió a hablar castellano. Y en más de una ocasión se ve como su presencia, con la cámara y su trípode, atraía a los niños. "La fotografía es una manera de vivir. No se puede fotografiar sin amar. ¿Ser fotógrafo? Es amar", dijo.

Le interesaba todo: los paisanos adormecidos, las tiendas atiborradas, aquellas carreteras desoladas que surcaban el Moncayo o los Monegros. En el verano de 2010, en el Palacio de Sástago se expusieron 150 de sus fotos, agrupadas bajo el título ‘Por tierras de Aragón’. Allí Julio Álvarez, fundador de la galería Spectrum Sotos y uno de los grandes especialistas de la fotografía en España, comisario de la muestra, escribió: "Estas fotografías son un veraz documento de cómo era la vida en nuestra tierra en aquellos momentos. Imágenes tomadas no solamente por la atracción a lo diferente, sino que hablan además del hombre y su entorno, de sus costumbres y del paisaje que habita. De su momento histórico. Registros de lo cotidiano que buscan retratar estéticamente la realidad al tiempo que son vehículo del pensamiento y sentimiento del artista".

Si aquel viaje fue importante, no lo sería menos el que realizó en 1961. Para entonces le habían encargado un nuevo libro, ‘La España románica’. Recorrió Uncastillo y Sos del Rey Católico, San Juan de la Peña, Santa Cruz de la Serós, Jaca, el castillo de Loarre, y diversos lugares de Teruel. No es fácil hallar un trabajo tan meticuloso realizado por un fotógrafo extranjero. Retomaba el hilo del pasado y establecer puentes con Jean Laurent o Lucien Briet.

Resulta admirable su minuciosidad y la armonía de su composición, el equilibrio de las formas, la palpitante curiosidad. Le daba igual que fuesen los Mallos de Riglos, los paisajes de Agüero con sus farallones, las fachadas o los bestiarios de piedra de San Juan de la Peña o de Uncastillo. Sabía integrar a la gente en el paisaje y en la foto. En algunos lugares sació su búsqueda de la belleza y la melodía de la piedra en el tiempo. Un buen ejemplo, sin duda, es su reportaje de Sos del Rey Católico. Le interesó todo: las calles empedradas y empinadas, el paso del cura o el tránsito de la cripta del Perdón. Y ese universo cruzado de símbolos y bestias que habían construido, golpe a golpe, con maza, buril y cortafríos, los viejos canteros.

Villas, llanos, la abstracción

Aragón es tierra de desiertos polvorientos que se ofuscan ante el cielo, de vastas extensiones de secarral y de montes requemados. Al menos, debía serlo entonces. Jean Dieuzaide, que retrató a Salvador Dalí a inicios de los 50, descubría una soledad mística. Sus instantáneas parecían buscar la abstracción más sugerente.

Hizo una pequeña serie de un ‘Pastor con su rebaño’, en las que la posición del fotógrafo es a ras de suelo y de las ovejas. Divide el negativo en tres o cuatro partes: coloca abajo al pastor y su rebaño, y luego aplica perspectiva y composición para reforzar el dramatismo del cielo.

En 1969, recorrió otros muchos de lugares de Aragón. Para entonces el encargo era una monografía sobre ‘La España gótica’. Como solía hacer siempre, lo aprovechó todo. Visitó Fuendetodos, el pueblo de Goya. En Daroca captó la villa amurallada, el enjambre de tejados, el aroma a fábula eterna y a amores prohibidos, y al campesino Eugenio Soler, que llevaba a sus perros en el borrico. De allí fue a Albarracín; en una pared de la calle del Chorro descubrió esta frase, en letras gigantes: "Contra la traición de los miserables, la idea nacional". Y se fijó en el Portal de Molina en la típica Casa de la Julianeta.

De allí se trasladó a Teruel e hizo fotos a las jamonerías, a los porches de la plaza del Torico, al Viaducto y al Museo de Teruel. Al final, en las afueras, se prendó de un grupo de turolenses que salían a pasar el día en el campo. Dieuzaide sabía bien que la fotografía, además de una magia inefable, tiene otros cómplices: «Son la luz y el azar», dijo.

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