La suerte compensa a Padilla con una feliz y apacible despedida de Pamplona

El torero cortó tres orejas y salió a hombros de la plaza.

Padilla, durante la corrida de este viernes en Pamplona
La suerte compensa a Padilla con una feliz y apacible despedida de Pamplona
EFE

Después de su enésimo y aparatoso percance, en el espacio de apenas cinco días la suerte compensó este viernes a Juan José Padilla con una triunfal, feliz y apacible despedida de la plaza de Pamplona, cortando tres orejas y saliendo a hombros con Roca Rey, que volvió a pasear otras tres con gran rotundidad.

La plaza entera, esa Monumental de Pamplona de la que es ídolo y le ha visto triunfar desde hace 19 años, se volcó con el de Jerez en cuanto pisó la arena luciendo un pañuelo en la cabeza, para ocultar y proteger la amplia cicatriz que le dejó el toro que el pasado domingo le desprendió gran parte del cuero cabelludo.

Con el pañuelo negro y el parche en el ojo, pero sin loro al hombro, Padilla fue más "pirata" que nunca este viernes en "su" plaza, donde las peñas le jalearon todo entre el ondear de banderas con tibias y calaveras.

Pero sobre todo fue la fortuna, tantas veces esquiva en forma de tremendas cornadas como naufragios y cañonazos, la que le ayudó en esta última singladura con el viento a favor de dos bravos, nobles y claros toros de Jandilla, que se lo hicieron todo más fácil.

Con cuatro largas cambiadas de rodillas recibió Padilla al castaño primero, que ya desde entonces mostró su excelente condición, embistiendo con un rítmico y entregado galope a todos los cites y en todos los terrenos.

La plaza rompió ya a ovacionar tan decidido saludo y no dejó de hacerlo durante el buen tercio de banderillas que ejecutó el propio matador, en el inicio también de rodillas del tercio de muerte... y en un muleteo pulcro, liviano y animoso, también populista, en el que el gran toro de Jandilla, pocas veces apurado, puso tanto o más que el torero para el éxito final tras una estocada en los medios.

Dos orejas, inevitablemente, le dieron a Padilla, que aseguraba así la salida a hombros, y que se sumaron a una tercera, también de amplia generosidad, que le dieron del cuarto, otro toro con calidad aunque algo medido de fuerzas.

El trasteo de Padilla con este tuvo menos chispa, y menos coro de aplausos mientras la gente se dedicaba a la merienda y a resguardarse de la lluvia, solo que algunos adornos y alardes más, añadidos a otra estocada efectiva desataron no solo los pañuelos sino también los cánticos y los gestos sentimentales de Padilla y su público durante una feliz vuelta al ruedo.

Padilla fue, de antemano, el gran protagonista de la tarde, aunque Roca Rey, aceptando la situación, no quiso por ello desaprovechar la ocasión para dejar de nuevo la que ya es una profunda huella entre la afición iruñesa, hasta el punto de que cortó, con contundencia y sin sensiblería, tres orejas a ley para salir con el "pirata" por la puerta del encierro.

Sus dos faenas estuvieron marcadas otra vez por una apabullante solidez, por una firmeza de plantas irrenunciable, con la que acabó sometiendo, tras sus consabidos muletazos por la espalda, la aspereza amenazante de dos toros que se debatieron entre la casta y el temperamento.

Con ese férreo valor que parece no desgastarse, aunque con ciertas lagunas técnicas, el peruano se llevó una oreja de su primero y, en el contexto de la tarde, dos incontestables del sexto, que fue sin duda el peor y el más agrio de la corrida.

Cayetano, por su parte, también tocó pelo, una oreja de menor calibre del quinto, que, como el anterior "jandilla" de su lote, tuvo más movilidad que clase y al que, igualmente, toreó por momentos con compostura y asiento pero sin levantar pasiones.

Tras casi tres horas de corrida, Padilla, al que las peñas pedían cantando que se quedara en los ruedos, reclamó a su lado a Roca Rey para, ambos a hombros, darle el abrazo que simbolizaba una entrega de relevo, el de viejo al nuevo ídolo de esta plaza.

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