Luis del Val resume las paradojas y los vicios nacionales en 'Mi querida España'

El escritor y periodista zaragozano, afincado en Madrid, analiza la bandera, el nacionalismo, la siesta, los toros... y afirma que "el nuestro es un país rarísimo".

Luis del Val visitó ayer Zaragoza, su ciudad del paraíso, para presentar 'Mi querida España' (Espasa) y posa en Independencia.
Luis del Val visitó ayer Zaragoza, su ciudad del paraíso, para presentar 'Mi querida España' (Espasa) y posa en Independencia.
Raquel Labodía

"A mí España no me duele, pero me indigna, me da risa, me conmueve, me cabrea, me enfada, me emociona y me causa estupor", dice Luis del Val (Zaragoza, 1944) en su nuevo libro: ‘Mi querida España’ (Espasa Calpe), un ensayo que analiza las contradicciones y las relaciones neuróticas que los españoles tenemos con el país.

"Lo reconozco: yo mismo soy muy español, exagerado, apasionado, quiero ser tolerante y a veces soy lo contrario. España es un país rarísimo. Si pensamos en política, se observa cómo las personas de ideología de izquierdas consideran que cuando los de la derecha llegan al poder son unos usurpadores. Y viceversa, ja, ja, ja", dice con ironía y buen humor. "Intento huir de esa intolerancia. Me dejo arrebatar. El nacionalismo catalán es intolerante. Les sale el español que llevan dentro y resulta tremendo", añade.

En su libro, de capítulos más bien breves, salvo los dos primeros, Luis del Val aborda la compleja relación de los españoles con la bandera, las paradojas del secesionismo, la pasión por la siesta, la contradicción de levantarse "tan temprano como los alemanes y acostarse tan tarde como los españoles".

Defiende la Transición. "Sin duda. Aquí hubo cuatro intentos serios de golpe de Estado, y alabo la discreción de Felipe González y su sentido de Estado en sus negociaciones con el Mercado Común. De haberse sabido todo ello es probable que no nos hubiesen aceptado. Si llega a consumarse el golpe de los coroneles, que iba a hacer volar por los aires a los Reyes y al propio González, hubiera sido tremendo". Confiesa que "me indigna y me irrita, y casi me lleva a la cólera, esa banalidad de un puñado de tontos contemporáneos" que miran ese período con frivolidad.

Como suele suceder en los libros de Luis del Val, hay diversos tonos: el rigor, la documentación, la ironía y la constatación de que España es un país distinto, voluble e irreductible. "Sí, somos un país de radio. Más que en ningún otro país de Europa o que Estados Unidos. Aquí, a las ocho, puede hablar el ministro Borrell, y luego aparece el humor, la cocina, la entrevista en profundidad, etc. En 1988, fui a retransmitir los Óscar y allí me miraban como si fuera marciano". No se podían creer que los magacines pudiesen durar desde las seis hasta las doce y que "en ellos cupiese todo". Como en los bares.

Luis del Val recuerda que "España es el país del mayor número de bares del mundo. Tenemos 275.000 bares. El bar lo es todo y es pluridimensional: es la cafetería, el espacio del vermú, el restaurante, el bar dance, el espacio de tertulias o de juegos, el lugar donde se cena o se trasnocha. En España somos de salir mucho".

Pasodoble y cultura taurina

Luis del Val también entona alguna queja. "¿Qué ocurre con el pasodoble? Que es una música típicamente española. Va usted a Francia y en las emisoras locales oye música de acordeón; en Alemania, algunas marchas del país. Sin embargo, en España es completamente imposible escuchar un pasodoble. Es como si tuviéramos vergüenza. Hay que ir a las fiestas del pueblo para oírlo o las plazas de toros, y entonces resultas un carca", dice.

El autor de ‘Buenos días, señor ministro’ también pone el dedo en la llaga de los toros. "Me gustan. García Lorca, que no era reo de insensibilidad y machismo, decía que los toros eran “el bien cultural más importante de España”. Me gustan por la emoción, la verdad auténtica de que un hombre, él solo, se enfrente al peligro de la muerte sin los artificios de un motor de Fórmula 1. Y me gusta que se conserve un animal tan noble y hermoso que el día que se termine la fiesta desaparecerá", concluye.

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