"No me siento gallego ni mallorquín ni siquiera español, sí me siento europeo"

Agustín Fernández Mallo habló en la Feria del Libro de Zaragoza de ‘Trilogía de la guerra’ (Premio Biblioteca Breve).

Agustín Fernández Mallo reflexiona sobre el peso de los muertos en 'Trilogía de la guerra'.
Agustín Fernández Mallo reflexiona sobre el peso de los muertos en 'Trilogía de la guerra'.
José Miguel Marco

"No sigo la política, es algo que no me apasiona, aunque me preocupa el presente. De hecho, en ‘Trilogía de la guerra’ no hago interpretaciones históricas ni doy un punto de vista sobre conflictos claves como la Guerra Civil, la guerra de Vietnam o el desembarco de Normandía, asuntos del libro, sino que reflexiono sobre cómo el pasado nos modifica y actúa en el presente", dice Agustín Fernández Mallo, ganador del Premio Biblioteca Breve de 2018, que conversó con Juan Bolea en la Feria del Libro de Zaragoza.

Uno de sus libros más personales es ‘El hacedor’, "que era un diálogo y una cita con Borges, autor de un libro del mismo título, un homenaje y un juego, pero no gustó a María Kodama y lo tuve que retirar del mercado. Me lo piden constantemente, en Word, de universidades norteamericanas. Ese libro integraba un proyecto global en el que vengo trabajando desde hace 15 años", dice, con más pena y perplejidad que ira.

La escritura neuronal

Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) sospecha que tiene facilidad para escribir, que las palabras le acuden a los dedos con mucha fluidez y, sobre todo, al cerebro. "A mí me interesa mucho Santiago Ramón y Cajal, sus dibujos y sus investigaciones neuronales. Mis libros crecen un poco mediante un sistema de redes o de nudos, que se llenan de afluentes, de sedimentos, de sensaciones, como si fuera un tejido cultural. Por eso en mis textos siempre hay muchas cosas: ecos del cómic, del cine, David Lynch pero también Stanley Kubrick, de la música, de la filosofía y, por supuesto, de la literatura. Soy hijo de Borges, lo siento como un maestro, pero también me interesa mucho W. G. Sebald, en particular ‘Los anillos de Saturno’, y Thomas Bernhard", dice.

Es consciente de que la ‘Trilogía de la guerra’ es su libro más ambicioso, más hilvanado, transido por poderosas metáforas: la huella de los muertos, el vínculo de los vivos con los muertos, la presencia enigmática de los cementerios, pero también aspectos muy contemporáneos como la basura, el reciclaje, la publicidad y el impacto de la ciencia.

"Me incomoda que se piense que una cosa son las ciencias y otras las humanidades. Para nada. A mí interesan fenómenos científicos y aparecen en mis libros con naturalidad. Hay otra cosa: mis libros se desarrollan por intuición, en el fondo se suspenden en la poesía, también mis novelas crecen y se expanden como poemas que son novelas disfrazadas. Para mí todo es poseía". ‘Trilogía de la guerra’ consta de tres libros o partes: en la primero cuenta la historia de un escritor que se parece mucho a él y que se encierra en la isla de San Simón, con un volumen, ‘Aillados’, que narra cómo el lugar fue un campo de concentración donde se vivieron calamidades.

"No había pensado escribir de eso, aunque tenía el libro desde hacía tiempo, pero la realidad acudió a mi lado y comprobé que los muertos andan por ahí y que nos ayudan a meditar sobre nuestra vida. Por eso digo que no me interesa el pasado sino en cuanto que nos modifica el presente".

Las cuestiones palpitantes

En la segunda parte, Agustín Fernández Mallo repara en otra cosa: cuenta la historia de Kurt, el cuarto astronauta que viajó a la luna, que retrató a los demás y que él no sale en la foto. Y en la tercera novela presenta a una mujer que da un paseo –como los de Robert Walser– por la costa de Normandía. La ve con sus perfiles especiales y se da cuenta de que allí murieron miles de hombres. Solo hombres.

Aunque no siente atracción por la política, hay mucha política en la sociedad, hay reflexión serena, hay paradojas, pero siempre con un premisa: el autor ni es apocalíptico ni un iluso. "Hablo de Trump, hablo del imperialismo y del capitalismo norteamericano que creían que iban a salvar el mundo, hablo de Lorca y Dalí, de las redes sociales o del ‘brexit’. No creo en los nacionalismos. No me siento ni gallego ni mallorquín, ni siquiera español. Me siento europeo, de la Unión Europea, y me siento occidental. Es el primer macroestado de la humanidad y hay que defenderlo".

El narrador aún quiere decir algo más: "En mis libros hay mucho humor. No hay que tomarse demasiado en serio nunca. Dejo la puerta bien abierta a la burla de mí mismo", concluye.

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