Olga Pueyo: "García Badell fue un resistente de la literatura"

La estudiosa aragonesa acaba de publicar el estudio definitivo sobre la obra del autor de ‘De Las Armas a Montemolín’ (Institución Fernando el Católico). Lo define como "un escritor a cielo abierto".

La filóloga Olga Pueyo ha estudiado a fondo la vida y la obra de uno de los 'malditos' de las letras aragonesas: Gabriel García Badell.
La filóloga Olga Pueyo ha estudiado a fondo la vida y la obra de uno de los 'malditos' de las letras aragonesas: Gabriel García Badell.
Oliver duch

Pocas personalidades literarias aragonesas son tan atractivas, por su obra, por su biografía, como Gabriel García Badell (Madrid, 1936-Canfranc, 1994). El autor de ‘De Las Armas a Montemolín’, eterno aspirante al Nadal, ha sido abundantemente citado en los estudios de la literatura de la Transición. Pero nadie le había dedicado años de estudio para desentrañar todas sus claves narrativas y explicarlas en un libro sólido y revelador. Lo acaba de hacer Olga Pueyo Dolader, especialista en la novela española de la segunda mitad del siglo XX. El resultado, ‘Gabriel García Badell. Un escritor a cielo abierto’ (Institución Fernando el Católico), un libro de más de 400 páginas que desnuda un mundo literario único. Olga Pueyo preparó la última edición de ‘De Las Armas a Montemolín’, publicada el año pasado, y ha realizado también la de ‘Las cartas cayeron boca abajo’, que llegará pronto a las librerías.

¡Qué curiosa forma de trabajar tenía García Badell!

Escribía a mano, en folios, y construía cada una de sus novelas a partir de pequeños capítulos. Al terminar cada uno de ellos lo enrollaba y lo almacenaba en una estantería. Cuando consideraba que ya tenía una novela, cogía los capítulos, los extendía por el suelo e iba componiéndola, ordenándolos. Esa tarea le costaba tres o cuatro días, en los que vivía en medio de un pequeño caos de papeles. Cuando creía que había concluido el trabajo, le mandaba los folios debidamente ordenados a una secretaria que tenía en Madrid y esta se los pasaba a máquina de escribir. Y sobre esa versión mecanografiada corregía y corregía.

Hablar de García Badell es hablar de ‘De Las Armas a Montemolín’ y el retrato de una Zaragoza que hoy parece muy lejana pero quizá no lo sea tanto...

No es la única de sus novelas ambientadas en la capital aragonesa, pero sí es el inicio del ‘ciclo zaragozano’, que incluye también ‘Funeral por Francia’, ‘Nuevo auto de fe’, ‘El relevo de Wojtila’ y ‘Sedetania libertada’. La Zaragoza que aparece en sus páginas es bastante ajustada a la realidad, tanto en lo físico (edificios, calles...) como en lo social, con la descripción de esa doble moral que anidaba en la sociedad de la época, principalmente en torno al papel de la mujer.

La novela, por los aspectos que toca y el modo en que lo hace, y sobre todo por su secuestro por las autoridades, le valió ‘ingresar’ en la intelectualidad antifranquista...

Llegó a las librerías en diciembre de 1971. Y, de repente, en muy poco tiempo le secuestraron la novela, las planchas, la impresión... y en febrero de 1972 estaba procesado ya por delitos gravísimos. ¿Por qué no la censuraron antes? Pues porque no había ido a la censura previa. ¿Quién iba a pensar que un finalista del Nadal...? Seis meses después todo quedó en nada y se levantó el secuestro.

Ha mencionado que la novela fue finalista del Nadal. Sorprende que el escritor fuera finalista de ese certamen en cuatro ocasiones, y que otro año fuera tercero. ¿Por qué nunca llegó a ganar el premio?

Ningún otro escritor ha quedado tantas veces finalista. Su valedor principal en el jurado fue Juan Ramón Masoliver, y pese a ello no ganó nunca, creo que por el derrotero que fue tomando el premio con el paso de los años. La literatura de García Badell no era comercial, él nunca fue un superventas. Se presentaba al certamen precisamente por eso, porque sabía que era una buena opción para darse a conocer en el mundo de la literatura.

Si ese era su objetivo, ¿por qué no cambió de registro?

Él tenía un oficio, era funcionario, y eso, el hecho de no necesitar los ingresos de los libros para vivir, le permitió no hacer concesiones de ningún tipo. Nunca se vendió. Él aspiraba a una literatura elitista, creía en una cierta intelectualidad.

¿Cómo definiría al escritor?

Toda su narrativa forma un corpus coherente. Eso hace que, en cierta medida, sea autor de un solo libro, que escribió y reescribió a lo largo de toda su vida, aunque es cierto que su escritura fue haciéndose cada vez más compleja con el paso de los años. Sus protagonistas son seres que se sienten atrapados por la vida y tratan de asumirla. Sus novelas son muy existencialistas, pero con un existencialismo preocupado por los aspectos éticos. Atacaba la sociedad de su época, la burguesía... El fariseísmo burgués de la sociedad zaragozana le repelía. En sus novelas se rebelaba contra todo tipo de autoritarismos, ya fueran ejercidos por un padre, un confesor o los jueces. Demandaba una revolución interior del hombre. La pasión de García Badell era escribir porque era el camino que había encontrado para explicarse el mundo pero, también, para ir contra la manera en la que éste había sido conformado. Sus novelas son anticlericales, aunque él aseguraba que eran muy religiosas. Y lo eran, porque en todas ellas fluye una espiritualidad subterránea.

Si su literatura ha sido parcialmente olvidada, aún lo ha sido más su faceta de colaborador en la prensa aragonesa. Usted le ha dedicado un capítulo del libro...

Me parecía interesante. He recuperado más de un centenar de artículos que publicó en ‘Aragón Express’ y en otros periódicos. Son importantes porque conectan perfectamente con su novelística, con la que constituyen una especie de vasos comunicantes.

El escritor, al final de sus días, no encontró editor.

Gabriel García Badell es el escritor de los años 70. De sus 16 novelas, 10 fueron publicadas en esa década. Aunque ganó el premio Ciudad de Barbastro en 1981, sus novelas no son fáciles ni comerciales; la industria cultural, de la mano de la democracia, fue adquiriendo peso en la década de los ochenta; y su literatura perdió pie y no publicó ya más. Pero nunca dejó de escribir.

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