Andrés Neuman: "No le prestamos la suficiente atención artística a la vejez"

El escritor argentino, de gran versatilidad, ha invertido siete años en su nueva novela ‘Fractura’ (Alfaguara), que presenta hoy en Los Portadores de Sueños con Paula Ortiz

Portada de la novela.
Portada de la novela.
Archivo Alfaguara.

Escritor de poemas, de cuentos y de aforismos, y novelista también, claro. ¿Cómo escribe sus novelas? ¿Es de notas, de profusa documentación, intuitivo?

Creo en la combinación de ambas fuerzas, la metódica y la intuitiva. Cuantas más notas previas tomo, más posible me resulta inventar después. Como si la documentación fuese el gimnasio de la imaginación.

¿Cuál fue el origen de ‘Fractura’?

Quizás enterarme de que el terremoto de 2011 en Japón desplazó el eje del planeta entero, confirmando los versos del maravilloso poeta Milosz: «Si algo existe en un lugar, existirá en todos». Y el enamoramiento del kintsugi, que es una forma de artesanía que propone reparar los objetos rotos subrayando con oro los lugares por donde se rompieron. Es decir, celebrando que han sobrevivido. Lo mismo merecerían las personas. De eso habla la novela.

Andrés Neuman: No le prestamos la suficiente atención artística a la vejez

¿Ha querido elegir dos polos de peligros, que estremecieron al mundo, y contar la memoria universal de más de 70 años?

Ese es el arco narrativo: los amores, viajes y lenguas que caben entre dos sustos. La memoria de esos años es la del personaje mismo, de quien se cuenta su vida desde la infancia hasta la vejez.

¿Qué le llevó a meterse en la vida y en el cuerpo y en la aventura de un anciano como Watanabe? ¿Es eso, también, una aventura de escritor?

Me fascina el poder de la ficción para darnos más vidas, otros lugares, memorias diferentes a la nuestra. Como somos agudamente mortales, me parece un recurso valiosísimo. En este caso, siento que no le prestamos la suficiente atención artística a la vejez. Curiosamente, es la edad más común en gran parte del mundo. Que sin embargo vive generando espejismos para disimularla, en vez de intentar aprender de ella.

¿Qué le debe Watanabe al poeta peruano José Watanabe?

El apellido es tan exótico para nosotros y corriente en Japón. La identidad mestiza. La memoria migrante. Cierto temblor poético, ojalá. Unos versos hermosos sobre cómo sentirse vivo en una montaña: «Estaré yo solo / y me tocaré / y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña / sabré / que aún no soy la montaña.»

¿Cómo afecta el kintsugi a la estructura de la novela?

Rastreando cicatrices, grietas por donde reconocer la identidad de algo o alguien. De personas, espacios y países. También creando cierta simetría, una alternancia interna, que se quiebra al final y revela un secreto.

Es una novela coral, de cinco voces, cuatro de ellas mujeres, que tienen un foco o un objetivo que es el protagonista… ¿Por qué ha elegido ese procedimiento?

Me atraía dibujar un protagonista casi mudo, que existe en la medida en que es narrado por otras. Además de un arsenal de contenidos, lo que llamamos patriarcado es una estructura narrativa. Un punto de partida de la voz. Por eso pensé en invertir roles y que el hombre supuestamente central de la historia fuese observado, construido, fantaseado por su prójimo femenino. Un hombre sin atributos objetivos. O, como diría el zen, un centro vacío. Un hueco capaz de ser ocupado por otras voces. El contrapunto es uno de los grandes placeres de las novelas. Nos permite los solos y también la polifonía.

¿Cuál es la importancia del periodista Pinedo? A veces da la sensación de que queda un poco relegado, como sin papel.

¡Justo eso siente él! Tartamudea, duda, necesita contarlo todo y no sabe muy bien cómo. Funciona como una suerte de motor en la sombra. Y también tiene el papel, un poco cómico, de cronista frustrado: se pasa la novela entera intentado entrevistar a Watanabe, y no lo logra. ¿O sí?

¿Cómo recuerdan las mujeres a un amor del pasado?

Cada una a su manera, desde luego. Ese era otro aspecto que me interesaba muchísimo de la historia: contar cuatro enamoramientos (y cuatro rupturas) de muy distinta índole. Ex parejas bien o mal avenidas, con separaciones comprensivas o rencorosas, que han logrado rehacer una amistad, que se escriben mensajes de vez en cuando o que no han querido dirigirse la palabra nunca más. Todas son narrativas del amor.

La novela sucede entre la bomba atómica y la explosión de Fukushima… ¿Nos quiere advertir de algo? ¿Grita contra algunas formas de barbarie?

No soy quién para advertir a nadie, don Groucho Marx nos libre. Me conformaría con observar sin miedo lo que nos rodea. Lo cual equivale a reconocer mi propia barbarie.

Aquí ensaya muchas prosas, cinco discursos, cinco maneras de hablar. ¿Le ha sido fácil hacerlo, qué inconvenientes o complicaciones has encontrado?

Cierto. Al hablar supuestamente en idiomas o dialectos distintos, cada personaje se expresa y respira de una forma singular. Me llevó un tiempo ir encontrándoles el tono. Fue como sintonizar emisoras diferentes, según la hora del día. Cerraba los ojos, imaginaba que alguien me hablaba en otra lengua y que yo lo iba traduciendo, superponiendo la prosa a su voz. Acabó siendo un efecto de acorde de lo más placentero.

¿Qué desea que tengan, irremisiblemente, sus novelas?

Algún tipo de emoción relacionada con el lenguaje. Algún personaje que termine compartiendo sus días con alguien más divertido que yo.

Es un gran lector. ¿Ha tenido animales, autores o libros de compañía?

He tenido de los tres. Pero los únicos que nunca se mueren son los libros.

¿Se ha vuelto más grave, menos irónico?

Irónicamente, lo dudo.

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