Rafael Alberti, un aterrizaje forzoso en Daroca

El poeta de la Generación del 27 estuvo en varias ocasiones en Aragón: en Zaragoza, Veruela, Jaca y Teruel, solo y con Nuria Espert, y en los años 30 pasó dos días en la villa de los Corporales

Rafael Alberti y Nuria Espert, en julio de 1988, en el Rincón de Goya.
Rafael Alberti y Nuria Espert, en julio de 1988, en el Rincón de Goya.
Eduardo Bayona/Heraldo de Aragón

Rafael Alberti (1902-1999) es uno de los grandes poetas de la Generación del 27. Durante años fue uno de los mitos de la lírica española, el pintor poeta y el enamorado del mar, que conoció el exilio en París, Buenos Aires y otros lugares de Argentina y Roma. En 1977, tras casi 40 años de destierro, regresó con boina y sus melenas al viento. Comunista desde la II República, no tardaría en asomarse al Parlamento como senador real.

Cuando volvió a España venía acompañado de su esposa María Teresa León (1903-1988), a la que había conocido en Madrid en 1930. Ella, definida por algunos como «la mujer más bella de Madrid», había abandonado a su marido, y el hecho escandalizó a la pequeña ciudad de Burgos donde vivían. Rafael Alberti y María Teresa León (que ya tenía dos libros y publicaba artículos y cuentos), se vieron, y no tardó en nacer el amor. En 1932 irían a vivir juntos, se casarían, y no se separarían hasta la vuelta. Ella, enferma de alzhéimer, moriría en 1988 y pasó la última década de su existencia en un hospital. Dicen que Alberti solo fue a verla una vez, y recibió un gesto desabrido de su aún esposa: una sonora bofetada.

Rafael Alberti, un aterrizaje forzoso en Daroca

Rafael Alberti estuvo en varias ocasiones en Zaragoza. De vuelta a España, salía de gira con Nuria Espert o solo y recitaba sus poesías. Ofreció recitales muy emocionantes, cargados de ilusión, de energía, de felicidad y de esperanza. Le encantaba decir sus versos, y lo hacía con una voz cavernosa y arrastrada que parecía la del bardo de la tribu. Incluso participó en algunos discos de Rosa León y Soledad Bravo.

En 1979, ofreció un recital impactante con Nuria Espert en Teatro Principal. María López Insausti, productora del Teatro del Temple y del Teatro de las Esquinas, recuerda que acudió al concierto con sus padres y que «Alberti me impresionó por su forma de recitar, su voz y su personalidad. Creo que recitó a los poetas españoles, no solo sus versos. Aún me emociona recordarlo», dice. Cuatro años después, el domingo 16 de octubre, Alberti participó en un concierto matinal en el Teatro Principal con el cuarteto de laúdes Grandío en la cantata ‘Invitación a un viaje sonoro’, donde hacía de recitador. El crítico musical Eduardo Fauquié decía en HERALDO que del conjunto se desprende «el cariño y el amor con los que el poeta ha realizado este viaje ilusorio hacia las obras y los compositores de su predilección».

Recitación exquisita

Luis Felipe Alegre, que recibía anoche el Pelegrín de plata en Arbolé, lo visitó entre bambalinas. «Aunque ya iba algo justo de aire, hacía una recitación exquisita, artística, que también es un estilo. Su actuación con Nuria Espert era sugerente, bella, con textos bien elegidos. Todo muy cuidado. No se metía con nadie: sin con alguien se las había tenido, no lo citaba ni lo recitaba. Recuerdo que me habló con mucho cariño de Miguel Hernández». Emilio Lacambra evoca su visita a su restaurante Casa Emilio. «Estaba el local lleno, se fue arriba y subió mucha gente para que le firmase autógrafos. Creo que no pudo ni cenar. Me llamaron sus acompañantes, nos hizo un dibujo y una dedicatoria. Apenas pude hablar con él», dice.

Rafael Alberti estuvo en más ocasiones en Aragón. En 1982, visitó, también con la actriz Nuria Espert, Jaca y ofreció un recital. Y en 1986 acudió al monasterio de Veruela para ver los espacios donde residió el poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, que tanto le influyó en su carrera y en particular en su libro ‘Sobre los ángeles’. La decepción fue mayúscula y dio lugar a un artículo crítico, tal como ha recordado en estas páginas Javier Bona. El escritor Benjamín Prado escribió que «uno de sus principales placeres era hacer viajes literarios: ir en el coche al monasterio de la Veruela, donde Bécquer escribió sus ‘Cartas desde mi celda». La académica Aurora Egido le contaba a Picos Laguna en estas páginas: «Recuerdo cuando llevé a Rafael Alberti a ver el puente de Piedra y allí, ante las aguas del Ebro, me recitó casi entera la primera ‘Soledad’ de Góngora. Tenía una memoria prodigiosa». Rafael Alberti volvió a Zaragoza el 29 de abril de 1987 y ofreció un recital en Ibercaja.

Algunos años después, un 16 de julio de 1988, Nuria Espert y él regresaron a Zaragoza y ofrecieron otro espectáculo en el Rincón de Goya. La ciudad se llenó de metáforas, de canciones y de textos de rebeldía y denuncia. El poeta, de 86 años, recitó desde la silla de ruedas. Fue como el sueño lírico de las mágicas noches de verano de la ciudad.

El 26 de octubre de 1991, Rafael Alberti se desplazó a la capital mudéjar a clausurar las jornadas surrealistas ‘En torno a Luis Buñuel’ y ofreció una actuación basada en su poemario ‘Retornos de lo vivo lejano’. Allí defendió la importancia del surrealismo: «El surrealismo no es un pasatiempo. Sigue vigente hoy. Me confieso surrealista, aunque no toda mi obra está influenciada por el surrealismo», confesó.

Rafael Alberti, un aterrizaje forzoso en Daroca

El vuelo, la nieve y Daroca

Sin embargo, una de las visitas menos conocidas y más literarias de Rafael Alberti a Aragón se había producido en los años 30, poco después de haber iniciado su relación amorosa con María Teresa León (que visitó Barbastro varios veranos, de 1914 a 1917), de la que se dijo: «El poeta Rafael Alberti repite el episodio mallorquín de Chopin con una bella Jorge Sand de Burgos».

Escribe el poeta en ‘La arboleda perdida’: «De regreso a Madrid, en avión desde Barcelona, una tremenda tempestad por los montes Ibéricos nos obligó a un forzoso aterrizaje en Daroca, ciudad aragonesa de murallas romanas, aislada y dura como un verso caído del ‘Poema del Cid’. Nos recibieron, en medio de la nieve de aquel aeródromo de socorro, pastores que agobiados en sus zaleas parecían más bien inmensos corderos». Se quedaron allí, hospedados en una fonda; visitaron a los amigos del cura y la magnífica colegiata. Sigue el poeta: «Reanudado el viaje, únicos pasajeros y ya íntimos de los pilotos, éstos nos obsequiaron con toda clase de acrobacias –ahora no las hubiera consentido– sobre el campo de aviación madrileño. Era la primera vez que yo volaba, María Teresa no. Aquellos atrevidos volantines no nos asustaron. Ella era muy valiente, como si su apellido –León– la defendiera, dándole más arrestos».

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