Éric Vuillard: "Las libertades públicas se han degradado"

El escritor y cineasta, nacido en Lyon en 1968, presentaba en Cálamo ‘El orden del día’, una novela sobre el vínculo entre los empresarios y Hitler.

Éric Vuillard, premio Goncourt, admira la obra de Ferrer Lerín.
Éric Vuillard, premio Goncourt, admira la obra de Ferrer Lerín.
Toni Galán

¿Cuál es ahora mayor grandeza de Francia?

Ja, ja, ja. No tengo ni idea. No soy experto en grandezas ni en Francia. Sé algo más de sus pequeñeces, compartidas por los otros países. Y no son imputables a la gente ni a las poblaciones, sino más bien a un clima mundial de desigualdad y de libertades públicas que se han degradado.

‘El orden del día’ (Tusquets) es un libro crítico con los empresarios, con el nazismo. ¿Se le pasó por la cabeza abordar uno de los temas más dolorosos de Francia: el Gobierno de Vichy?

No. No elijo los temas como si fueran papeles plegados como sombreros, o por franceses, sino que nacen de una lectura, de una película, de una fotografía, de una conversación. No hago libros planificados, de laboratorio. En cualquier caso, la literatura está todo el tiempo englobada e inscrita en la vida social, no es una actividad exterior o ajena al mundo. De repente, descubres algo que hace tambalear el mundo de lo que se sabía o de lo que creías saber.

Vayamos, entonces, con el origen del libro.

Hace años cayeron en mis manos las memorias de Winston Churchill, que resumían muy bien lo que se conocía de la II Guerra Mundial. Veinte años después, un amigo, que no sabía que tenía el libro y que lo había leído, me las regaló. Empecé a hojearlo por las noches y lo releí. Me fijé en una escena del 12 de marzo de 1938, donde el embajador del Reich, que pronto iba a ser ministro de Asuntos Exteriores de Hitler, fue invitado por Chamberlain a un almuerzo de despedida. Entre otros estaba Churchill.

Alguien les dice a los ingleses que Alemania acaba de anexionar, o invadir, Austria…

Fue una escena de pícaros. Todo un diálogo de tramposos. El otro hecho que me llamó la atención es ese momento en que los camiones alemanes invadieron Austria y todos se estropearon. Ese hecho me desconcertó. Si el ejército alemán estaba tan poco preparado para anexionar un país, ¿por qué los franceses y los ingleses adoptaron una postura tan neutral? Me parecía excitante escribirlo. La literatura me ayuda a entender el mundo y la historia.

Hay muchas cosas excitantes en un libro que avanza por escenas.

Churchill también cita una necrológica que anunciaba el suicidio de cuatro judíos en Viena. Al final, dice que se ignora el motivo de sus actos. Cuando leí eso me surgió una sensación de malestar. Porque si hoy obviamente nadie ignora el motivo por el que se suicidaron, entonces tampoco. No se podía ignorar que una parte de la población austriaca, en la época, había arrastrado a los judíos por las calles. Y lo que aparece como un pequeña necrológica, un detalle para la historia, permite evocar algo mucho más dramático que es la Shoah.

Usted dice que se suicidaron 1.700 austriacos.

Sí, y ya no se podía hablar de suicidio:era un fenómeno social, y en cierta manera anunciaba la Shoah. Mucha gente prefería morir antes que ser torturada, humillada y enviada luego a los campos de exterminio. Como recuerda Walter Benjamin, "se mataban con el gas y sin pagar su factura", decían los empresarios.

¿Humor negro?

Lo que tiene de perturbador es que quise saber si era verdad. Me di cuenta que, mientras buscaba y buscaba, ya sabía la respuesta. El humor negro de Walter Benjamin decía la verdad.

¿Es real el arranque del libro?

Todo es real. Esos 24 empresarios se reunieron con él y le dieron todo su apoyo a Hitler. Y financian al partido. Los personajes hablan como hablaron de verdad. La escena de Hitler con el presidente austriaco, al que le sudaban las manos y le habló de Beethoven, es la cita de dos mediocres, y uno de ellos, Hitler, aterroriza al otro. Aquí se ve algo clave: las empresas carecen de ideología, solo les interesan el negocio y el dinero.

Dice usted que nunca se puede caer dos veces en el mismo abismo. ¿Es una advertencia?

En algunos aspectos estamos ante un abismo semejante: a los ciudadanos la política y el poder nos han situado ante un montón de dilemas irresolubles. No nos hacen las preguntas adecuadas, y nos dan tres o cuatro respuestas, pero ninguna de ella es la correcta. Ya ni el voto es literal ni representa lo que parece que es: está lleno de dobles sentidos, hay que leer entre líneas todo el tiempo. Ni el voto es ya lo que parece. A los alemanes no se les preguntó si querían la gran coalición que les iba llevar a la debacle.

¿Por qué escribe novelas tan cortas como ‘El orden del día’?

Libros como estos, donde hay narración y pensamiento y una mirada social, creo que no está mal que sean legibles y cortos.

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