Mary W. Shelley alumbró a Frankenstein hace dos siglos

El monstruo nació en 1816 en Villa Diodati, de Lord Byron, y saltó a los libros en marzo de 1818.

Portada de la edición de Sexto Piso.
Portada de la edición de Sexto Piso.
Sexto Piso

Uno de los episodios más literarios de todos los tiempos sucedió en el verano de 1816 en Cologny, Suiza, en Villa Diodati, de Lord Byron, donde se reunieron, además del gran escritor que lucharía por la independencia de Grecia, el poeta Percy Bysshe Shelley, su compañera Mary W. Shelley (entonces aún Mary Godwin), con quien se había fugado casi un par de años antes, cuando ella contaba 16 años, y su médico personal John Polidori. Era año bisiesto, había entrado en erupción el volcán Tambora y la atmósfera romántica y misteriosa era la ideal para que Byron, que alimentaba a una auténtica granja de animales, plantease un reto a sus amigos: escribir una novela gótica o un relato de terror. Todos lo intentaron, con diversa suerte. Esto lo contó con belleza y enigma Gonzalo Suárez en su película ‘Remando al viento’.

Mary W. Shelley alumbró aFrankestein hace dos siglos

Polidori publicaría en 1819 su libro ‘El vampiro’ (del vampirismo se habló mucho aquella noche), pero sería Mary Wollstonecratf Shelley -cuya madre Mary Wollstonecraft, autora de ‘Vindicación de los derechos de las mujeres’, falleció a los pocos días de su nacimiento- quien firmaría un diario perturbador, inquietante y complejo, que tocaba muchos temas: los descubrimientos científicos, la relación del creador y su obra, la rebelión del monstruo o la idea del castigo.

Se trataba de ‘Frankenstein o el Prometeo moderno’, que apareció en marzo de 1818, una novela que, en esencia, cuenta la historia de un joven médico suizo, Víctor Frankenstein (obsesionado por dilucidar el “principio de la vida”), que creará un monstruo, un gigante de 2,44 que acabará rebelándose contra la sociedad con una exhibición de sentimientos humanos, incluida la ira.

Ese abanico de virtudes y defectos: el afecto y la entrega inicial, el amor, el odio que sobreviene a la soledad y al rechazo, y la venganza. Frankestein es, en realidad, el joven doctor interesado por algunos asuntos que estaban en boga como la idea de resucitar o revivir los cuerpos inertes a través de la electricidad, algo en lo que trabajaban entonces Luigi Galvani, cuyos experimentos darían lugar el galvanismo, Erasmus Darwin, abuelo de Charles Darwin, o Andrew Crosse, al que parece probable que oyese en una charla con su padre William Godwin. Todos ellos influyeron, de diversos modos, en Percy B. Shelley -al que acaba de traducir el poeta aragonés Rafael Lobarte: ‘Cartas a Maria Gisborne y otros poemas’ (Renacimiento)- y su compañera Mary, que por aquellos días ya, siendo tan joven, ya había experimentado la alegría de la maternidad y el drama de la pérdida de un recién nacido. La historia de amor de Percy y Mary tenía un desconsuelo de fondo: la primera esposa del poeta, Harriet, se suicidó por despecho y angustia.

La novela cuenta la historia de la creación de un monstruo, del temor subsiguiente del doctor a su propia obra y de su fuga de su propio laboratorio. Tras la primera serie de venganzas del monstruo, accede a fabricarle una compañera. Cuando Víctor Frankenstein la ha hecho, se arrepiente y deshace su criatura. Y a partir de entonces surgirán diferentes aventuras que giran en torno a la revuelta de una bestia que se identifica con el demonio, con la sinrazón, con el terror mismo. Algunos críticos han dicho que Mary Shelley se inspiró en el Satán de ‘El paraíso perdido’ de John Milton. El vínculo con Prometeo es claro: se trata de un personaje mitológico que surge a partir de la arcilla.

Mary W. Shelley alumbró aFrankestein hace dos siglos

El éxito del libro fue inmediato. Apareció una nueva edición en 1823 y fue objeto de adaptaciones y representaciones teatrales. En 1831, nueve años después de la muerte de su amado Percy, Mary W. Shelley publicó una nueva versión de su novela con una tirada de 4.000 ejemplares.

Hay muchas ediciones para todos los públicos. Una de las más sugerentes, sin duda, es ‘Frankenstein. Edición anotada para científicos, creadores y curiosos en general’ (Ariel, 2018. 344 páginas); la edición de Nórdica, con traducción de Francisco Torres Oliver y 264 páginas, e ilustraciones de Elena Odriozola, que juega con la idea de un teatrillo. Otra muy recomendable es la de Sexto Piso, de 2013, con ilustraciones de Lynd Ward y prólogo de la autora norteamericana Joyce Carol Oates.

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