Antonio Peiró: "Palafox no tenía nada de héroe y, además, falsificó su propia historia"

El historiador publica ‘El golpe de Estado de Palafox’ (PUZ, 2018), un libro desmitificador dedicado a este militar, pintado por Goya y capital en la Guerra de la Independencia.

Antonio Peiró  (Zaragoza, 1958), en el Paraninfo.
Antonio Peiró (Zaragoza, 1958), en el Paraninfo.
Guillermo Mestre

José Rebolledo de Palafox y Melci (Zaragoza, 1776-Madrid, 1847) ha pasado a la historia como el general Palafox. ¿Es el héroe que hemos ensalzado o un hombre con sombras?

Palafox no tenía nada de héroe. Como militar era un auténtico desastre. Su bagaje militar cuando comenzó la Guerra de la Independencia se limitaba a los meses que pasó en las provincias vascas durante la guerra contra la Convención. Sus acciones militares fueron desastrosas: la batalla de Alagón fue un fracaso; con la excusa de buscar refuerzos huyó cuando los franceses estaban a punto de entrar en la ciudad en agosto de 1808, más tarde se encerró en la ciudad con sus tropas…

Pocas veces se había dicho así.

Lo que ocurre es que, aunque a corto plazo su actuación fue desastrosa, cuando los franceses se retiraron de España, apareció ante la opinión pública como un héroe. Y falsificó su propia historia. De eso trata el libro.

¿En qué consistió su golpe de Estado? ¿Qué falsificó?

La versión oficial, la del propio Palafox, es que fue enviado a Zaragoza por Fernando VII para levantar en armas el reino de Aragón. El capitán general Guillelmi le dijo que nada de eso, así que en lugar de cumplir las órdenes reales se fue a La Alfranca a esperar. ¡Menuda lealtad! Un buen día apareció por allí Jorge Ibor (que, por cierto, no era labrador) y le escoltó a Zaragoza, donde fue aclamado. Esa es la historia que contó Palafox en su autobiografía, que también contó el historiador Agustín Alcaide y que, a pesar de su inconsistencia, se ha aceptado hasta ahora.

¿Entonces? ¿Luchó por el pueblo?

Lo cierto es todo lo contrario. Organizó una junta, en la que había afrancesados (dos de ellos fueron encarcelados por este motivo), y probablemente también estaba en contacto con Ibor. Poco después de ser aclamado y entrar en Zaragoza se descubrió que uno de sus colaboradores, Francisco Cabarrús, había sido nombrado para un alto cargo por el militar francés Joachim Murat. Palafox jugaba con dos barajas.

¿Cuáles eran?

Durante la primera semana tras su nombramiento como capitán general dio varios bandos, pero en ninguno se refirió a Fernando VII como rey legítimo. Incluso publicó un folleto en que suprimió el escudo real y lo sustituyó por el de Aragón. Probablemente pretendía seguir los pasos de Francisco Melzi d’Eril, vicepresidente de la República de Italia, un estado títere creado por Napoleón. Melzi era su tío, se había alojado durante una larga temporada en su casa y fue quien consiguió que Napoleón le liberase de su presidio en Vincennes.

O sea que luchó por su propia ambición.

Palafox fue expulsando de sus cargos a todos los que podían oponérsele y colocando en ellos a familiares y amigos íntimos, hasta hacerse con todo el poder. También controló la prensa. Y cuando convocó las Cortes de Aragón, falsificó su acta.

¿Debilita este libro la figura del general o es un intento de desmitificar los lugares comunes?

Es que Palafox y algunos historiadores de la época manipularon completamente la realidad. Por ejemplo, en el libro me refiero a Telesforo Peromarta. No aparece en ninguna historia de la guerra. La causa es sencilla: en 1828 fue condenado por liberal. Así que Agustín Alcaide lo borró de su ‘Historia de los dos sitios’, publicada en 1830 y 1831; Casamayor lo suprimió de su diario (lo que nos queda está reescrito en 1833, no año a año) y Palafox tampoco lo citó. ¿Cómo iba a ser un héroe un liberal? Pero la gente seguía acordándose de él, y en 1863 se le dedicó una calle.

Y una plaza. ¿Hubo complicidad entre Palafox y Fernando VII?

No lo sabemos. Solo tenemos la actuación y la versión de Palafox. La actuación es que se olvidó de él durante los primeros días en que fue capitán general. Solo cuando arreció el movimiento popular en su favor, se convirtió en su mayor defensor. Después de la guerra, tan amigos.

¿Qué no hemos aprendido todavía de Los Sitios?

Que la historia la escriben los vencedores, y que los vencedores que antes han sido vencidos son quienes más mienten. Un historiador debe dudar de todo lo escrito. Incluso de este libro.

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