Barcostop: una aventura gratuita que puede cambiar tu vida

Viajar por todo el mundo en velero gratis o a cambio de trabajo a bordo es posible. La temporada para cruzar el Atlántico empieza justo ahora, con los vientos alíseos a favor.

El recorrido de ida y vuela de los veleros que cruzan el Atlántico.
El recorrido de ida y vuela de los veleros que cruzan el Atlántico.
Blog Allende los Mares

La mayoría asociará un viaje por el mundo de bajo presupuesto a términos como "mochilero" o "autostop". Le vendrán a la mente largos trayectos en autobús y unos pocos en avión, las incomodidades de vagones de tercera clase, tiendas de campaña o albergues de habitación y baño compartidos. Pero casi nadie pensará en barcos ni, mucho menos, en la posibilidad de cruzar el Atlántico, de llegar, gratis, al Caribe desde Canarias, a bordo de un velero, tras casi un mes de travesía. Sin embargo, es posible. Y la llave que abre la puerta a esta tan insólita como económica aventura se llama barcostop.

El nombre remite en este caso de manera precisa al modo de proceder. El barcostop funciona como el mucho más común autostop. Uno se planta en un puerto y espera a que alguien quiera llevarle en su embarcación. Eso sí, para enrolarse en una tripulación, hace falta algo más que suerte y un alma caritativa. Hay que venderse. Y hay quien, si tiene éxito y arrestos, hace de ello su estilo de vida.

Es el caso de Paula Gonzalvo, una arquitecta castellonense de 29 años que hace tres decidió cambiar de rumbo. Dejar la tierra firme por el mar y navegar de puerto en puerto. Lo hizo entonces sin tener conocimiento alguno de náutica. Ahora ya es capitana y regenta el blog ‘Allende los mares’ (www.allende-losmares.com), desde el que anima y explica a otros cómo lanzarse al agua. Gonzalvo ya está en disposición además de elegir sus propias travesías e, incluso, alquila sus propios barcos, organizando viajes en régimen de gastos compartidos. Así se ha subido a bordo del barco de Paula el zaragozano Luis Alfaro. Y lo ha hecho metafórica y literalmente. Metafóricamente porque la idea de Luis es también dar un giro radical a su vida. Y literalmente porque acaba de volver de los mares de Grecia, donde, junto a ella, ha estado familiarizándose por vez primera con las técnicas y los términos específicos de la vida en un barco y con los pormenores del barcostop.

"Hace un tiempo que di en Internet con lo del barcostop. Miraba experiencias de otros casi cada día y llega un momento en que lo ves factible", cuenta Luis, que está a punto de irse a Las Palmas de Gran Canaria para iniciar su aventura de intentar cruzar el Atlántico. Navegando (por la red) dio con el blog de Paula y en él encontró "mi historia no escrita". Le mandó un correo para darle las gracias, pero la cosa fue a más y acabó montado en un velero en Grecia, donde, junto a otros compañeros capitaneados por Paula, ha dado forma más concreta a su sueño. "Hoy en día cualquiera está viajado por tierra, pero por mar...", dice Luis, quien en aguas mediterráneas confirmó que "quería hacer esto". "Esto" es lo mismo que en su día decidió Paula. Plantarse en un puerto canario y convencer a algún capitán (generalmente con herramientas tan rudimentarias como un cartel) para que te enrole en su tripulación para cruzar el Atlántico. Es decir, casi un mes con otras tres o cuatro personas que apenas conoces al principio, adosadas en un velero de 15 metros cuadrados y con solo el mar alrededor. Un planteamiento muy arriesgado que tiene, sin embargo, su parte de concienzuda preparación. Porque Luis tiene "un plan de marquetin". En su contra actúan sus, por el momento, limitados conocimientos de náutica. Pero, curiosamente, no es solo eso lo que buscan los capitanes. "Casi todo el mundo pone en sus solicitudes que aprende rápido, que tiene ilusión", reflexiona Luis. "Pero yo no quiero venderme así", sostiene. "Quiero aportar mi manera de ser, porque no soy cocinero, no soy mecánico, pero confío en mi empatía, en que muchos buscan una persona fácil de llevar".

No es ninguna locura. La experiencia de Paula avala el plan de Luis: "Mucha gente lo que quiere es un buen ambiente en el velero, alguien que sume al equipo". A veces, consiste en algo tan sencillo como necesario, como hacer turno de guardia. En una travesía atlántica siempre tiene que haber alguien de vigía para no chocar con otra embarcación. Son turnos de cuatro horas y a veces las tripulaciones no llegan al número necesario de miembros para cubrirlos. A bordo siempre hay trabajo, del más especializado al más básico. Y cada capitán tiene unas necesidades diferentes. En el barcostop se puede viajar complemente gratis, solo a cambio de una buena conversación ("esto suele suceder en embarcaciones en las que navega gente con más poder económico", apunta Paula) o hay intercambios, como cierta retribución por trabajos o, incluso, el pago de visados, cuyo importe debe desembolsarse en cada puerto. Internet, claro, también ha revolucionado este mundo, dando a conocer las experiencias, pero también poniendo en contacto a tripulaciones y aspirantes con webs especializadas.

Hablar del barcostop es también hablar de los protocolos de las gentes del mar, que nada tienen que ver con los que rigen en tierra. "Hay mucha camaredería en los puertos", defiende Luis. "Si en el puerto alguien está tomando un vino en cubierta, lo deja todo para coger las cuerdas del que acaba de llegar". "Hay códigos sociales no escritos en el mar –añade Paula–, cada uno tiene los propios".

"Instinto a flor de piel"

Paula confirma el tópico. El mar le da "libertad", pero añade: "Es una comunión total con la naturaleza, con los cambios del tiempo, estás siempre con el instinto a flor de piel". También el mar, cuenta, ofrece en bandeja "momentos para uno mismo, para saber quién eres de verdad, y de superación". Porque el océano también impone respeto. Yel barcostop, más. Dice Paula:"Hay dos tipos de experiencias, las que se disfrutan cuando las vives, y las que se disfrutan cuando las recuerdas. Cruzar el Atlántico pertenece, para mí, al segundo grupo. Porque es muy atractivo, pero no hay confort y también se pasa miedo. Algunos lo hacen y pocos repiten". Yes un estilo de vida en el que "no hay estabilidad, es difícil tener pareja, es incompatible con enfermedades tuyas o de algún familiar, con trabajos fijos... Pero a mí la balanza me sale positiva", concluye.

Luis Alfaro, a punto de soltar amarras con su vida de ahora, es consciente:"¡Claro que tengo miedo a cruzar el Atlántico! Últimamente a veces sueño que me caigo al mar. Yo, que me monto en el ‘Tutuki Splash’ y me pongo a llorar. Pero la del miedo es una experiencia que quiero tener".

Más que a las olas de cuatro metros de altura, Luis teme quedarse sin barco. "Lo que peor llevo es la idea de verme en febrero en tierra, gastando mis ahorros, porque tengo claro que no me voy a meter en el primer barco que me lo ofrezca, tiene que ser con un capitán o capitana que me caiga bien", asegura.

Mientras, prepara su llegada a Canarias leyendo sin parar libros de náutica. Noviembre y diciembre son los meses precisos, cuando los vientos alisios soplan a favor y centenares de veleros emprenden su viaje hacia las templadas costas caribeñas, para volver allá por el mes de abril al Mediterráneo, viviendo así en un eterno verano. Luis confía: "Quiero creerme que esto va a ser verdad".

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