Sergio del Molino: "A los dieciséis años todos somos un poco idiotas"

El escritor aragonés acaba de llevar a las librerías ‘La mirada de los peces’, una novela en la que indaga en su adolescencia zaragozana con lucidez y honestidad.

El escritor aragonés Sergio del Molino.
El aragonés Sergio del Molino acaba de publicar novela.
Guillermo Mestre

Sorprendió con ‘No habrá más enemigo’ (2012), estremeció con ‘La hora violeta’ (2013), se confirmó como una de las voces más poderosas de la narrativa española con ‘Lo que a nadie le importa’ (2014) y, tras su aplaudido ensayo ‘La España vacía’ (2016), llega, ahora, ‘La mirada de los peces’. El escritor y periodista Sergio del Molino, aragonés nacido en Madrid en 1979, acaba de publicar en Random House una novela que bucea en el pasado desde la lucidez del presente.

Usted fue alumno de Antonio Aramayona, el profesor y filósofo aragonés que se quitó la vida el año pasado.

Me dio clases de Filosofía en el Instituto Pablo Gargallo. Era un profesor bueno, carismático, impactante y muy escandaloso, en el sentido de que le gustaba forzar los razonamientos y saltarse la programación. No hacía nada de lo que se suponía que debía hacer, y por eso los alumnos estábamos enamorados de él.

Su libro arranca cuando él le llama para anunciarle que se va a quitar la vida...

Pero no es un libro de Antonio; es mi libro. Él me ha servido de catarsis para hablar de mi adolescencia. Tampoco he querido tratar  la muerte o el derecho a decidir sobre ella. Encontrarme con el dilema que vivió Antonio me ha llevado a echar una mirada atrás. Empecé el libro cuando acababa de publicar ‘La España vacía’. Llevaba bastante tiempo queriendo escribir sobre Antonio, sobre los maestros y cómo acabamos traicionándolos, pero no sabía cómo. Al final, el libro se escribió solo.

Ha evitado la tentación de intentar explicar su muerte.

No lo he intentado en absoluto. Para mí es una cuestión que no tiene sentido porque está muy clara: uno debe elegir cómo morir. Tampoco hay una vindicación de nada ni intento justificar a nadie. Antonio quiso hacer eso, y su decisión desencadenó una serie de cosas. El libro tiene un nivel discursivo muy distinto al documental que realizó Jon Sistiaga (el último capítulo de la serie ‘Y al final, la muerte’). El documental habla de la muerte, del después. Yo me ocupo en el libro del antes, del Antonio Aramayona humano.

Personaje controvertido, también. Durante dos años protestó a la puerta del domicilio de la consejera de Educación.

Aunque mantuvimos el contacto en aquella época, yo no fui a verle durante el escrache. Su postura obligaba a una toma de partido a favor o en contra de lo que defendía. Sabiendo que esa lucha era el motor de su vida, no he buscado retratar al militante. Es un personaje complejo y difícil de manejar. Tenía un carisma y una inteligencia brutales, pero era difícil de ser entendido.

Y usted, ¿se entiende a sí mismo a través de la literatura?

Lo hago a duras penas; me tolero, más bien. Más allá de eso... Cuando escribo sobre mí intento ser bastante duro conmigo mismo porque es la única forma que veo de sentirme más cómodo con lo que soy.

¿Y por qué fustigarse así?

El único sentido que tiene la literatura autobiográfica es la confesión. Y uno confiesa cuando ha hecho algo mal. En muchos sentidos, me confieso cuando escribo.

En su libro, al echar la mirada atrás, lo que ha visto es una ciudad, Zaragoza, que ha cambiado mucho en apenas 15 años. Pero... como todas.

Claro. En realidad, lo que estoy contando en el libro son los últimos momentos de lo que ha sido la vida de barrio, todo ese mundo que se ha perdido por el último ‘boom’ inmobiliario. El de San José de Zaragoza, en el que yo crecí, era muy distinto al actual. También es diferente el sistema educativo: se ha perdido del todo la esencia de los institutos de secundaria, por entonces con el BUP y COU, que servían para formar cuadros medios a partir de los ‘listos’ del barrio. La Logse acabó con esa esencia.

Su mirada al barrio tiene mucho de épica.

El de San José era un prototipo del extrarradio de cualquier ciudad de la época, y conservaba solares sin urbanizar que luego el ‘ladrillazo’ enseguida ocupó. Era blanco y español, y ahora es mestizo e inmigrante. Los barrios, hoy, no tienen nada que ver, ha cambiado todo, pero en muchos casos ha sido para mejor. Zaragoza tiene barrios bastante apañados.

La adolescencia es muy importante para usted.

Son los años cruciales en la formación de una persona, los años en los que se dibuja tu geografía sentimental, en los que te sueltas como un toro a la vida. En mis libros el paisaje siempre es importante, porque no es otra cosa que la proyección anímica de un personaje. Mi adolescencia hubiera sido distinta de haberse desarrollado en otro lugar. Es un momento de la vida en el que influye todo lo que te pasa, sobre todo si eres un flipado como lo era yo. El libro es, también, el retrato de un idiota, que es lo que somos un poco todos a los 16 años. Y yo he intentado ser literariamente justo con el idiota que fui, aunque ya no me reconozca en él.

Todos sus libros tienen una banda sonora y aquí es el heavy metal y Barricada.

El heavy, en aquella época, expresaba la rabia y la desesperación que latían en los barrios. Todos mis libros son muy musicales,  pero es que la adolescencia también lo es: la mayor parte de las emociones se canalizan a través de canciones. Hoy el heavy, también, prácticamente ha desaparecido de los barrios. Su lugar lo ocupa el rap.

No ha abandonado el periodismo. ¿Volverá al ensayo, a la no ficción?

Digamos más bien que el periodismo ha decidido no abandonarme del todo. En cuanto al próximo libro, la verdad es que no tengo ni idea de qué irá. Pero me gusta alternar los ensayos y las novelas. Probablemente, sea un ensayo, sí.

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