Magistral y genial riman con Amaral

El acto inaugural del curso académico 2016-2017 del CSMA contó ayer con el dúo como invitado. Eva y Juan charlaron con los alumnos y unieron fuerzas con ellos en cuatro piezas del grupo.

Fue una de esas noches. Los presentes lo contarán (sirvan estas líneas de ejemplo) con detalle, solazándose en el relato y sin ahorro de alguna hipérbole. Los ausentes lamentarán su incomparecencia, y los indiferentes seguirán con su vida, serenamente ajenos a la magia esparcida durante dos horas en el acto inaugural del curso académico 2016-2017 del Conservatorio Superior de Música de Aragón (CSMA). La lección magistral de Eva Amaral y Juan Aguirre versaba sobre hacer música fuera de la academia, y el desarrollo de la idea fue una charla con cuatro alumnos (Ana, Aitana, Guillermo y Héctor) y moderada por Juan Luis Martínez, seguida de cuatro canciones: ‘Hacia lo salvaje’ (voz, guitarra, armónica y piano), ‘Llévame muy lejos’ (tres violines, chelo, guitarra y voz), ‘En el tiempo equivocado’ y ‘Nocturnal’ (sinfónicas).

 

Al anfitrión de la noche, Agustín Charles, se le adivinaba el entusiasmo; antes, durante y después de tomar la palabra, el director del CSMA mostraba el rostro de la emoción genuina. Se trataba de la divisa de la noche: profesores, alumnos e invitados la manejaron generosamente, ora con la soltura que identifica a un entorno popular, ora contenidos por la formalidad del Auditorio Eduardo del Pueyo. Eva, de hecho, llegó a la lágrima en la última pieza.

Brotó la magia


Las caras eran anoche espejos de almas felices. El pianista Antonio Salanova, que pisa ambos terrenos (actúa frecuentemente en formato de trío de jazz con Ernesto Cossío y Coco Balasch) estaba orgulloso de su arreglo para cuarteto de cuerda en ‘Llévame muy lejos’; Juan Luis Martínez, enérgico en la dirección de las piezas orquestales, no disimulaba su orgullo por el desempeño del medio centenar de alumnos alineados en la orquesta; Tomás Virgós, profesor del CSMA, pianista anoche, teclista y alquimista electrónico para Amaral en la última gira y artífice logístico de la presencia del dúo en el CSMA, pespunteaba feliz la colcha de comunión entre los dos entornos en los que se desenvuelve como músico. Y el público, con la consejera de Educación de la DGA Mayte Pérez disfrutando de lo lindo, premió el esfuerzo colectivo con una ovación de las buenas, en ‘crescendo’ hasta poco antes del inevitable silencio final.


"Nos apuntamos a las pruebas del Conservatorio, ya no éramos críos –recordaba Eva– y acabamos encontrando sitio... con los contrabajos. No duramos mucho; Juan quería perfeccionar la guitarra y yo, cantar. Al final, conseguimos formarnos en otros entornos. Estar hoy aquí con vosotros –apuntó, dirigiéndose a los jóvenes músicos– compartir ensayos esta tarde y tocar ahora es un verdadero privilegio".


El programa del acto estaba muy medido en el tiempo por una razón de peso: el dúo debía coger el último AVE con destino a Madrid, y el tren no espera(ni kiwi). Sin embargo, y con la salvedad de no poder complacer el clamor popular por el bis, Eva y Juan estuvieron generosos en la ejecución, complacientes en el verbo (ella más que él, cuestión de carácter) y encantados con la oportunidad de satisfacer la curiosidad de sus bisoños (aunque sobradamente preparados) colegas de profesión. El sustrato de la charla quedó materializado en varias líneas de pensamiento que permitieron a los presentes entender mejor la ética de trabajo del dúo: eligen las canciones por pulsión (las sensaciones mandan sobre el cerebro), no piensan en lo que pensarán los demás sobre sus canciones pero se entregan al público en los directos, están resignados a sonar ‘amarales’ incluso cuando buscan alejarse de sus arquetipos y aún bendicen los nervios propios del miedo escénico, que superan con la primera muestra de cariño del público.


Queda para el epílogo la referencia al regalo que supone un cambio de contexto cuando quienes lo protagonizan tienen calidad. La pieza con el cuarteto de cuerda puso las almas en temblor; la primera con la orquesta, con el intro a piano y voz, invitaba a cerrar los ojos; el cierre fue terreno abonado para las palmas y los ‘bravos’. Una gozada.

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