En las entrañas del portaaviones Juan Carlos I, el mayor buque de guerra de la Armada

Es el emblema por su fuerza aeronaval y versatilidad y hasta julio vigilará las aguas aliadas desde el Egeo hasta el Báltico.

Portaaviones Juan Carlos I, el mayor buque de guerra de la Armada ESPAÑA OTAN
Portaaviones Juan Carlos I, el mayor buque de guerra de la Armada 
EFE/Estado Mayor de la Defensa

El mar está rizado a 15 millas al sur de Creta, la principal isla de Grecia y frontera simbólica entre Occidente y Oriente. El helicóptero Bell 212 de la tercera escuadrilla de la Armada -versión moderna del icónico aparato de la guerra de Vietnam- enfila hacia la majestuosa estela del portaaviones Juan Carlos I. El mayor navío de guerra español con sus 26.000 toneladas, 231 metros de eslora y 32 de manga. Tan largo como dos campos y medio de fútbol y tan alto como un edificio de 10 plantas.

Los pilotos descienden al buque guiados por la señales del puente de mando y del personal de la cubierta de vuelo, los llamados "rainbow warriors" por sus chalecos de diferentes colores para distinguir sus funciones. Todo los movimientos de la toma están medidos al milímetro. "Siga esa línea blanca, ubíquese en el punto señalado y a las órdenes, entre por la puerta estanca", recibe con gestos el personal de proa a los pasajeros del Bell 212. Todos están protegidos con casco de vuelo y gafas para prevenir el impacto de cualquier elemento descontrolado en cubierta.

Del ruidoso aterrizaje se pasa de inmediato a la tranquilidad del interior del portaaeronaves. Un contraste acústico y térmico radical. "Bienvenidos al Juan Carlos I", saluda el oficial de navío Fernández. El buque insignia de la fuerza naval está integrado hasta julio en una operación de vigilancia dirigida por el Mando de Operaciones del Estado Mayor de la Defensa. Se llama Dédalo 24 y durante tres meses navegará 13.000 millas desde los mares Egeo al Báltico, del Mediterráneo meridional al Atlántico norte.

El punto fuerte de la misión son los ejercicios conjuntos con varios países de la OTAN, caso de Turquía, Grecia, Italia o Francia, naciones invitados como Albania o de reciente incorporación tras la invasión rusa de Ucrania, caso de Suecia. Un helicóptero del país nórdico y 20 militares embarcarán dos semanas en el buque en junio en la primera integración con un miembro de la alianza.

"El LH-61 (nombre técnico) es muy versátil. Tiene capacidad para operaciones aéreas, pero sobre todo para realizar misiones anfibias (puede transportar una fuerza de infantería para un desembarco), de proyección de fuerza (trasladando militares) o de ayuda humanitaria (como ocurrió en 2023 con el terremoto de Turquía)", comenta el comandante Gonzalo Villar, responsable de la vida a bordo de los 700 integrantes que componen esta dotación.

Esta enorme mole con 14 años de vida, capaz de navegar a 21 nudos (39 km/h), generar electricidad como para iluminar la ciudad de Córdoba y producir 24.000 litros diarios de agua potable, se distribuye en cuatro cubiertas principales. La primera cuenta con un dique inundable a popa para el desembarco de material y efectivos, mientras que a proa está el garaje para vehículos pesados. Entran hasta 46 carros de combate o 88 vehículos de 16 toneladas. La segunda cubierta es la de habitabilidad: alojamientos diferenciados por rango, cocinas, cuatro comedores abiertos desde las 7.30, un centro médico con capacidad quirúrgica, el gimnasio o las cámaras para la dotación.

La tercera es para el hangar, con capacidad para 19 cazas AV-8B Harrier, 30 helicópteros medios o diez pesados tipo Chinook. Y la última cubierta es la de vuelo, ocupa 5.440 metros cuadrados y dispone de una rampa de 12 grados para facilitar el despegue Stovl (toman vuelo tras una corta carrera y aterrizan en vertical). El capitán Pablo Bayo, uno de los 13 pilotos de Harrier que tiene la Armada, lo conoce bien.

"Llegamos a 350 nudos; nos colocamos a una milla del través del barco, unos 600 pies; luego colocamos las toberas (parte del sistemas de propulsión) a 60 grados para disminuir la velocidad y una vez hacemos el 180 grados para encararse con el buque ponemos las toberas a 82 grados para ir desacelerando hasta entrar en cubierta y tomar en vertical. Todo es manual. Es peor la visibilidad y el techo de lluvia que el viento", relata Bayo bajo la atenta mirada del comandante Villar: "Es nuestro músculo", exclama orgulloso el jefe del Juan Carlos I señalando los cinco cazas aparcados en la pista.

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