Felipe VI y nuestra geometría

Está muy bien que salga el Rey a decir que ninguna democracia inventada, que ninguna ensoñación partidaria, que ninguna presunta democracia de cartón y corte de carreteras está ni estará por encima del imperio de la Ley.

Con Felipe VI se da el fenómeno de una monarquía futurible y futurista.
Con Felipe VI se da el fenómeno de una monarquía futurible y futurista.
Krisis'19

El Rey de esta semana, y el de todas, es el rey que defiende nuestro país asumiendo su compromiso con el Derecho y recordándonos nuestro compromiso con la ley. "No es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del Estado de derecho", nos ha dejado dicho ante la World Jurist Assotiation, fundada por Winston Churchill. El World Law Congress es un buen sitio para pregonar respeto a la Ley y el monarca pudo verbalizar ahí lo que viene ejerciendo con rigor. Pudo predicar sobre el trigo que ya sembró aquel 3 de octubre de 2017 cuando paró el golpe en Cataluña y nos calmó a todos. El discurso del bálsamo que no nos curó (seguimos a gorrazos), pero impidió que los españoles nos tirásemos de los pelos. De los pelos propios y de los ajenos.

Hay semanas, otras distintas pero iguales a esta, en las que Felipe VI recibe en la Zarzuela a la comunidad de regantes de Almería y otras en las que viaja a Barcelona a lo de los móviles o a Zaragoza a lo de la Academia General, y siempre percibe uno a un Rey al que le gusta palpar los límites del Estado, cruzarlo de parte a parte, tocando sus paredes hasta llegar a la pared del fondo para conocer y dominar no nuestra geografía sino nuestra geometría. El Rey es de las pocos referentes que nos quedan a los que se le puede aplicar lo que Eugenio D’Ors dijo de Camilo J. Cela: "Tiene genialidad para lo elemental".

Algo hemos hecho mal para que la monarquía parlamentaria, fundamental en estos cuarenta años ininterrumpidos de democracia y libertad en España, el segundo periodo de estabilidad más importante de nuestra historia después de las cinco décadas que construyó Cánovas, tenga que explicarse tanto, justificarse tanto. Es innegable, no obstante, que es tranquilizador que la ocasión de explicar lo que somos y debemos seguir siendo para preservar nuestra libertad y nuestra igualdad ante la ley nos la dé Felipe VI. Al Rey se le entiende todo y eso solo puede molestar a quienes pretenden que los españoles no entendamos nada. Nada de lo que fuimos y nada de lo que somos.

Los límites de la Ley, las fronteras invisibles de nuestro Estado de derecho, son el único soporte de nuestra libertad. Pese al relato fraudulento de los que quieren ver una continuidad franquista en nuestra monarquía, hay una verdad histórica que es que los españoles somos de los pocos habitantes sobre la faz de la tierra y sus estados que hemos votado en referéndum por abrumadora mayoría que volviese la monarquía. Precisamente para espantar la falta de libertad, para consolidar un Estado de derecho y para asentar la democracia, la libertad y la igualdad.

Con este Rey que tenemos ahora se da el curioso fenómeno de la monarquía futurible y futurista. Toda teoría de la realeza, todo relato monárquico, toda defensa de la institución ha pasado siempre por el relato histórico, por el asentamiento por sedimentación histórica. Toda una teoría mágica y, por lo tanto, irracional de un poder antiguo. Pero el Rey nos habla del futuro porque ya hemos dicho que tiene la genialidad para lo elemental y corren tiempos en los que ser creíble explicando lo elemental tiene mucho mérito. Está muy bien que salga el Rey a decir que ninguna democracia inventada, que ninguna ensoñación partidaria, que ninguna falsa democracia arrojadiza y orgánica, que ninguna presunta democracia de cartón y corte de carreteras está ni estará por encima del imperio de la Ley y por encima de la democracia de todos. Es un bálsamo que, como algunas vacunas, necesita recordatorio.