Falsas disculpas

Conviene aceptar las disculpas, incluso cuando no son sinceras.

Rodrigo Rato, el pasado 25 de octubre, hace declaraciones antes de ingresar en prisión.
Rodrigo Rato, el pasado 25 de octubre, hace declaraciones antes de ingresar en prisión.
Víctor Lerena / Efe

Cuando dije en este periódico que vi cierta dignidad en Rodrigo Rato, al pedir perdón y aceptar su condena en público, suponía que coincidiría con casi toda la ciudadanía. En general, en cuanto se disculpa quien nos ha hecho una mala jugada conduciendo en la vía pública, o aparcando en doble fila, se nos desinfla la ira y dejamos de tocar el claxon. Sin embargo, los amables comentarios que he recibido muestran que en este caso no es así.

Efectivamente, dos tercios de las personas que me han escrito no perdonan a Rato. Alegan estar hartas de tanta corrupción y que su declaración es falaz e interesada. A ello se suma la convicción de que el reo no ha devuelto lo desfalcado, por más que esto no sea cierto, ya que sí reintegró el dinero relativo a la causa por la que ha sido condenado. El tercio restante de los comentarios, aunque sin entusiasmo, sí acepta el gesto de Rato, siquiera por su excepcionalidad política. Si acaso, hoy se pide perdón por lo que otros hicieron. Solo al anterior Jefe del Estado se le recuerda un ‘lo siento, no volverá a ocurrir’, tras haber ido a un safari en plena crisis.

Tan dañino me parece que casi nadie se disculpe personalmente, como que no aceptemos las falsas disculpas de quien finge contrición para recuperar algo del aprecio social perdido. No creo que sea bueno erradicar la ficción de poder redimirse. Por eso, en lugar de recriminarle que haya simulado estar arrepentido, yo estimularía a Rato para que ensaye más el papel, hasta resultar convincente. Al fin y al cabo, ya lo dijo Aristóteles en su ‘Ética a Nicómaco’, la virtud solo se aprende practicándola.

jusoz@unizar.es