La peseta

La peseta, que hubiera cumplido, 150 años hace pocos días, fue una buena moneda para España.

Un billete de cien pesetas.
Un billete de cien pesetas.
HERALDO

El pasado 19 de octubre la peseta habría cumplido 150 años. La convirtió en moneda oficial Laureano Figuerola, ministro de Hacienda en el Gobierno provisional de la Revolución de 1868. Nacía con tres propósitos: poner orden en el caos monetario previo (circulaban 97 monedas distintas), participar en el proyecto, entonces en boga, de moneda universal (una peseta en plata equivalía a un franco francés y la moneda de oro de veinticinco, a una libra) y borrar la efigie de la destronada Isabel II de la escena. En el anverso se puso a Hispania, una matrona romana recostada entre los Pirineos y Gibraltar, y para el reverso se creó el actual escudo de España.

Sucedía la peseta al escudo, efímera moneda que en 1864 había sustituido al real. Los reales (cuatro, una peseta) y los duros (cinco pesetas, un duro) nunca desaparecieron del lenguaje cotidiano, aunque dejaron de ser monedas oficiales; solo lo eran las pesetas y los céntimos.

No fue una mala moneda la peseta, pues conservó razonablemente su valor interno y externo. La inflación solo existió después de la guerra civil y en conjunto no llegó al 5% anual. Además, se comportó mejor que sus vecinas: nació valiendo lo mismo que un franco y una lira, mientras en 1999, al desaparecer las tres, con una peseta se compraban 11,6 liras o 3,9 francos (los viejos, que eran los comparables). La peseta mantuvo su valor diez veces mejor que la lira italiana y cuatro mejor que el franco francés.

José María Serrano Sanz es académico de Ciencias Morales y Políticas y catedrático de Economía en la Universidad de Zaragoza