La lista de Ginzburg

Muchos políticos se olvidan de que el camino más fácil no es siempre el mejor.

Nunca está de más citar a Natalia Ginzburg, aun a riesgo de repetirse. Leer a la escritora italiana es un placer. Y también compartir sus textos y hacer apología de sus ediciones en Acantilado. En uno de sus ensayos más conocidos, da interesantes consejos sobre la educación de los hijos y las virtudes que habríamos de de inculcarles para que encarrilen su vida y acierten con su vocación. Esta es la lista: «No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber».

Una mirada a los titulares de los periódicos constata que algunos de nuestros personajes públicos en apuros no parecen haber leído a Ginzburg. La franqueza y el amor por la verdad brillan por su ausencia, y en su lugar campan la amnesia interesada o, directamente, la mentira. En cuanto al deseo de ser y de saber, qué decir. El ansia de éxito engañoso se impone sobre la prudencia, y brillantes carreras se van por la borda por un tuit presuntamente ingenioso, una amistad peligrosa o un currículum ridículamente hinchado.

Las grandes virtudes cuestan más que las pequeñas, son a priori menos resultonas, también menos fotogénicas. Pero, como en los cuentos morales de toda la vida, las cabezas colocadas en la picota, con muy malas artes y buscando el flanco débil, demuestran las ventajas de elegir el camino más largo y escarpado.