El diálogo y sus límites

El Gobierno sigue ofreciendo diálogo, pero la Generalitat va en otra dirección.

El diálogo es necesario, pero a veces hay quien se empeña en hacerlo imposible.
El diálogo es necesario, pero a veces hay quien se empeña en hacerlo imposible.

Ni la advertencia de una posible nueva aplicación del 155 ni la reiterada llamada al diálogo sirven para que la Generalitat entre en razón y acate la legalidad. A las declaraciones de Sánchez, Torra responde reafirmando su posición sectaria, mientras prepara un rosario de actos que se convertirán en provocaciones al Estado. Una situación que no hace sino acrecentar la fractura de la sociedad catalana y que antes o después requerirá decisiones por parte del Gobierno.

Si el jueves el presidente del Gobierno adoptó un tono más duro para advertir, implícitamente, que si la Generalitat reanuda la vía de la unilateralidad habría que aplicar de nuevo el artículo 155 de la Constitución, ayer Sánchez volvía a tender la mano para ofrecer a los independentistas un diálogo basado en «el autogobierno, la Constitución y Europa». Tiene razón Pedro Sánchez al urgir a Torra para que abra además un diálogo entre catalanes. Que «Cataluña hable con Cataluña» es imprescindible para encontrar una solución al problema creado por el desafío secesionista y para desactivar a tiempo el enfrentamiento civil que se está generando en la sociedad catalana. Pero es precisamente ese diálogo interno el que Torra rehúye y hasta bloquea, manteniendo cerrado el ‘Parlament’ y ejerciendo en todo momento como representante exclusivo de los independentistas, faltando a su deber de ser el presidente de todos los catalanes. La contumacia del ‘president’ -en vergonzoso tándem con un prófugo- está llevando a Cataluña a una situación muy peligrosa y no hay signos de que vaya a rectificar. Frente a ello, el Gobierno debe ser prudente, pero no sorprende que muchos ciudadanos echen de menos una mayor contundencia en las palabras del presidente. Si la Generalitat se obstina en mantener la política catalana paralizada, en seguir desafiando a la ley y al Estado y en un sectarismo que eleva la tensión, seguir creyendo en un diálogo imposible puede convertirse en una arriesgada ingenuidad.