Los lazos de la discordia

La ocupación del espacio público por parte de los soberanistas está generando confrontación en Cataluña.

Albert Rivera retirando lazos amarillos en Alella.
Albert Rivera retirando lazos amarillos en Alella.
Alejandro García / Efe

La ‘guerra’ de los lazos amarillos avanza imparable por las calles de Cataluña. Las confrontaciones por la simbología independentista son un síntoma de la tensión social generada por la pretensión de imponer a toda costa el relato secesionista. Los asuntos ideológicos y políticos deben ser resueltos en las instituciones democráticas y conforme al marco constitucional.

Albert Rivera e Inés Arrimadas capitanearon ayer la retirada de lazos amarillos en un pueblo catalán, mientras la Policía detenía por un supuesto delito de odio al agresor de la mujer que retiraba lazos el pasado sábado en Barcelona y poco después de que una brigada de casi un centenar de enmascarados limpiara de simbología soberanista diversas poblaciones de Gerona. De seguir así, los lazos pueden actuar como la espoleta que haga estallar la bomba de tensión social generada por la pretensión del bloque rupturista de imponer el programa de la independencia a más de la mitad de los catalanes que siempre lo han rechazado en las urnas.

La tensión en torno a los lazos amarillos es responsabilidad esencialmente de Joaquim Torra y de su predecesor al frente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Ambos han optado por la radicalización y por la ocupación de los espacios públicos, a pesar de los peligros que entraña, para ocultar su incapacidad para gobernar y para cumplir lo que prometieron a sus votantes. Para ellos, la simbología separatista cumple la función apologética de reivindicar el golpe institucional del 1 de octubre del año pasado. De paso, mantiene viva la tensión en la calle ocupando, de manera abusiva e ilegal, un espacio que es de todos. Ni los edificios oficiales (sean de la Generalitat o de cualquier otra institución del Estado) ni el mobiliario urbano pueden estar al servicio de una causa o un partido, sino que han de ser escrupulosamente neutrales, ya que son patrimonio de toda la sociedad.