Otero y la Unión Militar Democrática

La muerte del comandante Luis Otero nos sirve para recordar la historia de la Unión Militar Democrática, que quiso facilitar, desde el ejército, la transición a la democracia.

Jura de bandera en la Academia General Militar de Zaragoza
Jura de bandera en la Academia General Militar de Zaragoza
Francisco Jiménez

Un ejemplo de compromiso con esta democracia imperfecta pero imprescindible, que por cierto no fue graciosamente concedida, fue el comandante Luis Otero, fallecido estos días atrás. Otero fue fundador en 1974 de la clandestina Unión Militar Democrática (UMD), los ‘umedos’ en lenguaje coloquial. Había que tener valor para hacerlo desde las entrañas de aquel ejército franquista hasta la médula. Aun inspirados por la Revolución de los Claveles, nunca se consideraron un movimiento mimético del portugués y se cuidaron de subrayar el rechazo a cualquier forma de protagonismo político para el ejército.

En el manifiesto fundacional de la UMD se defendía la necesidad de establecer en España una democracia, dotándola de un ejército moderno y profesional, y se rechazaba con rotundidad cualquier idea de golpe de Estado militar. Se trataba más bien de apoyar la ruptura democrática por la que apostaba la oposición, evitando sobre todo que los ultras o involucionistas del ejército diesen un golpe que truncase los deseos de la sociedad española de vivir en libertad. Este atrevimiento le costó a Otero pena de prisión –ocho años y un día– en el castillo de San Carlos en Palma, con indicación expresa de que ningún soldado le dirigiese la palabra. Esos mismos involucionistas envolvieron a los militares de la UMD en calumnias interesadas, como su "notable influencia comunista" (tildar a uno de rojo era el truco normal utilizado en aquella España para desacreditar y anular cualquier tipo de voz discrepante) o sus fuertes vínculos con la dirección de ETA, con quien supuestamente se reunían en Biarritz. Nada de nada: mentiras groseras de carácter difamatorio. Luego, la democracia tampoco los trató con justicia, pues quedaron excluidos de la Ley de Amnistía de 1977 y no se les permitió el reingreso en el ejército hasta bien avanzada la década de 1980, cuando muchos ya se habían visto obligados a ganarse los garbanzos en otras ocupaciones. Libraron una difícil batalla por la democracia en el frente más peligroso, en el seno de las propias Fuerzas Armadas. ¡Qué menos que recordarlo y valorarlo en el momento del fallecimiento de Otero, el militar ‘umedo’ de mayor graduación!

Si se reconstruyen los consejos de guerra y las sentencias, se comprueba –suena a sarcasmo– que a los capitanes y comandantes de la UMD se les acusó de "delito de conspiración para la rebelión militar". El profesor aragonés Javier Fernández ha comparado los procesos seguidos contra militares de la UMD con el procedimiento penal que juzgó los hechos conocidos como Operación Galaxia, es decir, la trama del teniente coronel Tejero y el capitán Sáenz de Ynestrillas para tomar por la fuerza el palacio de la Moncloa. En ambos casos, la justicia brilló por su ausencia: en el primero, por exceso y en el segundo, por defecto. Sorprende el relato de las sanciones sufridas por unos y las sentencias tan livianas para otros. Pero así era la justicia militar de entonces.

Por fortuna, ese profundo cambio en el interior de las Fuerzas Armadas, deseado por Otero, se fraguó años después. A ello ayudaron las misiones internacionales y otros factores. Pero parece llegado el momento de redefinir nuestro modelo de Fuerzas Armadas para medir mejor las capacidades necesarias y los niveles de esfuerzo. Y esto desemboca en la defensa común europea, en aprovechar las ventajas de la defensa colectiva y de la transferencia de conocimientos. ¿Y por qué no demandar del ejército, donde hay gentes muy talentosas y comprometidas, un mayor despliegue en acciones de solidaridad y ayuda en el seno de la sociedad civil?

De momento, seamos capaces de recompensar el mérito mismo en lugar de las apariencias de mérito. Decía Goethe que si pudiésemos enumerar cuánto debemos a nuestros antecesores y contemporáneos, no nos quedaría mucho en propiedad. Gracias, comandante Otero.