Atrapados en la telaraña

Puigdemont ha elegido, con impropio poder mayestático, al ‘azote del españolismo’ para sucederle. Cataluña no es adicta al desastre, pero está secuestrada por una élite dirigente que sí lo es y que quiere arrastrarla en su adicción.

Quim Torra, candidato propuesto por Puigdemont
Atrapados en la telaraña
AFP Photo

"El proceso independentista ha muerto, pero el funeral será largo porque el rito en estas ocasiones cumple una función importante". Con esta concluyente afirmación ha descrito el catedrático Antón Costas la coyuntura de Cataluña. Esta es la valoración sensata y reflexiva de una estrategia cuyo final trágico ya anticipó incluso la CUP. Los antisistema elaboraron un vídeo con este argumento para la campaña del pseudo-referéndum del 1 de octubre. En la grabación, que se puede ver en internet, aparecen dirigentes cuperos empujando una furgoneta que identifican con el ‘procés’. Después de comprobar que el motor (el pueblo) no funciona, avanzan hasta arrojarla por un precipicio. Cuando el vehículo yace destruido en el fondo, uno pregunta si ese es el paraíso prometido: "¿Y esto es Ítaca?". Otra responde: "No, esto es un barranco". "¿Y ahora qué?", pregunta el primero. La respuesta la da Anna Gabriel (actualmente huida en Suiza): "Ahora empieza el mambo". Y todos cantan y bailan: "¡Aaaahhh! Mambo, qué rico mambo...".

Es decir, que el ‘procés’ era entonces, y sigue siéndolo ahora, un instrumento, no la finalidad. La CUP lo ha dicho siempre alto y claro, también en su vídeo: su objetivo no es la independencia sino la revolución (¡ya veremos si el lunes permiten con su abstención que Quim Torra sea elegido presidente de la Generalitat!). Sus actuales aliados, sobre todo ese catalanismo conservador forjado por Pujol y Artur Mas, no han sido tan transparentes. Con un relato épico para mantener en ebullición a dos millones de catalanes, utilizan el ‘procés’ como estrategia para poder eternizarse en el poder. Este independentismo de nuevo cuño dilata el proceso soberanista a hitos que nunca llegan. Así, los herederos de CiU han momificado el ‘procés’ con el objetivo oculto de automantenerse tras comprobar que lograr un estado catalán independiente es imposible. Esta ficción soberanista es un bluf, pero a la élite nacionalista le ha permitido mantenerse en el puente de mando a pesar de que ellos son los responsables de la mala gestión de la crisis económica, los escándalos de corrupción y la violación de las reglas democráticas.

Y no parece que nada vaya a cambiar sustancialmente con Joaquim Torra Pla como presidente de la Generalitat. De entrada, sus envenenados tuits del tipo "los españoles solo saben expoliar" remiten inevitablemente a los lemas más racistas del peor siglo XX. Este radical ha sido puesto por el ‘dedazo’ de Carles Puigdemont i Casamajó para seguir con el ‘procés’. El nacionalismo es así. La reivindicación permanente, el monotema, la matraca. No hay punto final. Si fracasan, pergeñan un nuevo discurso y vuelven a plantear un desafío rupturista, aunque son conscientes de que nunca harán lo que no se puede hacer.

En una Cataluña rota, desde las elecciones del pasado 21 de diciembre hemos vivido casi cinco meses de debate nacionalista entre ser o no ser, en versión tragedia shakespeariana. Unos propugnaban poner ya un punto y aparte, desembarazarse de errores y corsés del pasado, asumir que Puigdemont estaba dañando a la Comunidad, aparcar la quimera secesionista, atender a las necesidades urgentes de los ciudadanos... Otros defendían que la guerra contra Madrid no había acabado, que era preciso ahondar en el pulso al sistema político y judicial español para ponerlo contra las cuerdas, que cualquier intento de normalización era traicionar a quienes se han jugado tanto (incluso la cárcel) en el proceso por la secesión. Finalmente, el independentismo ha preferido mantenerse en el discurso de la confrontación sin entender que formar un gobierno frentista de una parte de los catalanes en contra del resto es incidir en los errores de los últimos años.

El sentimentalismo sigue enseñoreando a la razón en Cataluña. Por eso los dirigentes independentistas mantienen secuestrada emocionalmente a toda una Comunidad sobre el espejismo de que el ‘procés’ sigue vivo aunque está muerto.