Fernando

ETA cometió el atentado más sangriento de cuantos ha llevado a cabo en Aragón el 11 de diciembre de 1987, asesinando en la casa cuartel de la avenida Cataluña de Zaragoza a 11 personas, entre quienes se encontraban 5 niñas y un joven de 17 años. En la imagen, la cabeza de la multitudinaria manifestación por la paz y contra el terrorismo en Zaragoza.
ETA cometió el atentado más sangriento de cuantos ha llevado a cabo en Aragón el 11 de diciembre de 1987, asesinando en la casa cuartel de la avenida Cataluña de Zaragoza a 11 personas, entre quienes se encontraban 5 niñas y un joven de 17 años. En la ima
Archivo Heraldo

Casi podría recitar de memoria los distintos jefes de ETA y sus alias. Relatar como una terrible letanía sus atentados más sangrientos y crueles. Volver a sentir la misma rabia, el mismo dolor, el mismo llanto impotente ante un nuevo asesinato. Recordar la muerte, por la espalda, en la nuca, mientras comía, de Gregorio Ordóñez, compañero de la universidad; los 86 secuestros (Miguel Echevarría, hermano de una colega de piso...). De Ortega Lara, torturado 532 días. De la angustiosa espera hacia la muerte de Miguel Ángel Blanco. De la agónica madrugada ante la Casa Cuartel de la Avenida de Cataluña en Zaragoza y ante las tripas retorcidas del autobús militar en la plaza de San Juan de los Panetes. De la bomba-lapa en el coche de los guardias civiles Irene Fernández y José Ángel de Jesús en Sallent. De la impotencia, con el lazo azul prendido, frente a esos gritos de ‘ETA, mátalos’.

ETA muere matando. Tarde y mal. Aún más cuando su semilla sigue brotando fuerte, como Alsasua, y el permanente miedo se mantiene casi intacto en ese País Vasco al acecho, buscando llenar sus manos a costa de lo que sea. También en esa ingeniería nacionalista que en Navarra dirige su ‘vascanización’.

Pienso en ello en el Día de la Madre, el día por excelencia, con mis hijos repartidos por el mundo y con su cariño a través de una pantalla y que sabe a poco o a nada, porque la atravesaría para achucharles como cuando eran niños y me retiraban la cara; o sujetaba sus manitas, con el lazo azul en su camiseta.

Creo en la vida y en que está hecha de momentazos, como hacer la vista gorda en una habitación empantanada y a la que entras con machete; o llegar de trabajar y encontrártelos viendo los Simpson con el cerco del tazón en la mesa. Hay que celebrarlo todo, y cuando llega éste sol, el sol que es más sol que nunca, todo está bien, hasta reconocer a quien hace eso tan escaso que es agradecer, creer en lo que haces, como Mamen, José Vicente o Fernando, un tipo vital que me muestra la vida con una permanente sonrisa.