En qué creer y por qué

Las jóvenes generaciones españolas tenemos tres grandes áreas sobre las que desarrollar un compromiso: Europa, la cohesión social y la sostenibilidad del planeta.

La crisis catalana ha dejado al descubierto una carencia de las generaciones jóvenes actuales españolas. Carecemos de objetivos generales e ideas concretas en las que creer y por las que sentirse concernido, proyectos colectivos en los que implicarse con un sentimiento de pertenencia compartido. Y, si no carecemos de ello, no sabemos cómo hacer patente un plan para llevar adelante esos objetivos y luchar por esas ideas. No busquemos responsables, somos nosotros mismos. Entonemos el mea culpa.

Sí, la crisis catalana lo ha mostrado como una evidencia. El viejísimo y burdo nacionalismo, el peligroso y reaccionario populismo y la gravísima ignorancia de buena parte de nuestro pasado más reciente se han mostrado como una mezcla explosiva ante la que no había oferta alternativa alguna. Creo que esta certeza ha sido un comentario extendido en numerosísimas conversaciones y discusiones desde entonces. Partiendo de la siguiente premisa: estamos mal, y sin embargo mejor que nunca en términos históricos, y delimitando mi aportación, como militante y responsable público del PSOE, a las generaciones más jóvenes de España, defiendo que hay, como poco, tres grandes áreas sobre las que desarrollar un compromiso de generación que parta de la razón, de la justicia y de la comprensión crítica de la historia y de la lógica que esta impone.

La continuidad y la renovación parecen ser los estímulos intelectuales más apropiados para defender estas tres aportaciones: el proyecto europeo, la cohesión social y la sostenibilidad. No hay conexión alguna con lo mejor de nuestra trayectoria en los últimos años que la incorporación definitiva al proyecto europeo. Renovar ese proyecto desde el protagonismo debiera ser la idea principal de las generaciones que estamos ocupando –y lo vamos a seguir haciendo por un tiempo– el centro de la escena. La Unión tiene una hermosa divisa: unida en la diversidad. Partamos de ella para hacer de la reformulación del proyecto comunitario y de todos los retos globales que afrontamos el primer gran objetivo, la primera idea: Europa.

Somos unas generaciones con una presión específica, que quizá no ha tenido ninguna otra en la historia moderna de la humanidad. El legado social y de prosperidad que hemos heredado se generó en unas circunstancias históricas tan extraordinarias, como terribles en su origen, que resulta casi imposible de concebir el conservarlo y legarlo sin someterlo a un cercenamiento que lo haría irreconocible. Sin embargo, reformular ahora y en este contexto de crisis económica y revolución tecnológica el Estado del bienestar,  como garante de la cohesión social, de la igualdad de oportunidades y de la prevalencia de la educación y de la cultura, como valores superiores de la sociedad, es quizá la meta más compleja de todas las que debemos alcanzar. Y, por último, la sostenibilidad del planeta. Porque también somos la primera generación que debe afrontar, esta vez sí, una batalla –la primera que de verdad es decisiva– en la larga lucha por asegurar la sostenibilidad ambiental de la Tierra. Si ahora no ponemos el dique de contención a la eliminación sistemática de las posibilidades de que el planeta aguante la acción depredadora y destructiva de la especie humana, quizá mañana sea tarde.

Por tanto, sí hay razones por las que luchar y causas en las que creer e implicarse. En estos tres ejemplos: el proyecto europeo, la cohesión social y la sostenibilidad del planeta tenemos un buen punto de partida no solo para los actores políticos, sociales o económicos, sus agendas, programas e intereses, sino un comienzo realista para que las generaciones protagonistas, ahora y en el corto y medio plazo, compartamos objetivos e ideas comunes, aun con distintos medios y planteamientos para defenderlos.

Estamos hablando ahora de fines, de los cuales en realidad no carecemos, pero todavía no nos hemos puesto de acuerdo, un consenso de generación, en asumirlos como las grandes metas de nuestra aportación, la que legaremos a las siguientes generaciones, que deberán continuar y renovar. A tiempo estamos, siempre y cuando esta borrachera de nacionalismo y populismo –en realidad un fenómeno global– haya servido para que asumamos que solo la racionalidad, el pragmatismo y la conciencia de cuerpo social o tramo generacional de vanguardia y progreso asegurarán que creamos de verdad y lo llevemos a cabo.