¿Toca disolverse?

Hace ya mucho que todos los dirigentes políticos miran al 26 de junio y preparan la artillería para la nueva batalla electoral.

Congreso de los diputados.
El Congreso de los diputados
Efe

Nadie esperaba que la tercera y última ronda de consultas del Rey acabase con fumata blanca para repetir una sesión de investidura, y es que hace ya mucho que todos los dirigentes políticos miran al 26 de junio y preparan la artillería para la nueva batalla electoral.


Por eso, la propuesta de última hora de Compromís para intentar un pacto de izquierdas ha sido, aunque sorpresiva, efímera, y ha durado lo que han tardado unos y otros en poner sobre la mesa sus condiciones, acusarse mutuamente de vetar y bloquear, y volver a poner la vista en las urnas.


El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, cerraba así este martes la ronda con Felipe VI sin ocultar su satisfacción porque no haya sido posible un gobierno de 'los otros' y repitiendo que él también ha estado por la labor de pactar.


A falta de que se cumplan los trámites legales y esta cortísima legislatura quede atrás, lo que se ha constatado una vez, primero en el Congreso y después en La Moncloa, es que los dirigentes políticos no han sido capaces de cumplir con el mandato que les dieron los ciudadanos y pactar. ¿Y de quién es la culpa? Esa es la pregunta del millón y todos aseguran tener la respuesta.


De modo que a los electores les esperan ahora dos meses exactos -los que quedan para las nuevas elecciones generales- de mítines, entrevistas y debates en los que sus candidatos dirán eso de "yo no he sido" y responsabilizarán al de enfrente. Los votantes tendrán que cargarse de paciencia.


Ha dicho Pedro Sánchez que el Rey le ha dado una "recomendación", la de que los partidos miren "para adelante", no entren en una campaña "de reproches" y hablen de las propuestas "de futuro" que requiere el país.


Como se supone que los portavoces parlamentarios no pueden contar sus conversaciones privadas con Felipe VI, no se sabe si el monarca le ha dado a todos el mismo consejo. No parece, en cualquier caso, que lo vayan a seguir, a la vista de los cruces de reproches de los últimos días.


España se enfrenta ahora a una situación inédita en la historia de la democracia, que no tiene -lo han recordado algunos portavoces- precedentes en Europa: la de celebrar nuevas elecciones ante el fracaso de los partidos para pactar.


El Congreso cerrará -metafóricamente, claro- sus puertas el 3 de mayo, pero aún le queda por celebrar un pleno ordinario miércoles y jueves, con iniciativas que inevitablemente decaerán y con una tribuna que servirá, previsiblemente, para que quien la ocupe dé su particular mitin de precampaña.


El reloj ya se ha puesto en marcha y no hay tiempo que perder. La cuestión es si los dirigentes políticos consiguen en estos dos meses no agotar -si es que no lo han hecho ya- a los votantes y animarlos a que acudan a su colegio electoral.


Todos han pedido veladamente el voto para conseguir ser más fuertes y tener así agarrada la sartén por el mango cuando haya que sumar fuerzas para pactar.

De lo que nadie quiere oír hablar en el Congreso es de que se repitan unos resultados tan complicados para la aritmética como los que hubo el 20 de diciembre.


En los pasillos de la Cámara baja, donde ha habido en estos cuatro meses tantos sobresaltos, momentos de expectación que después se desinflaban y fotos y reuniones que quedaban en agua de borrajas, los políticos y los periodistas parlamentarios comentan entre el agotamiento, la decepción y las bromas el final de este insólito proceso que ha terminado sin investir a un presidente del Gobierno.


Pues nada, a disolverse. Y a ver qué depara el 26 de junio.

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