Un año después, las víctimas del terremoto de Turquía siguen respirando y malviviendo entre el polvo tóxico

El 6 de febrero de 2023, un seísmo causó más de 60.000 muertos y dejó sin vivienda a 3,5 millones de personas que continúan a la espera de las ayudas que prometió el Gobierno

Un año después del terremoto de Turquía
Un año después del terremoto de Turquía
EFE

En Jandairis, localidad siria fronteriza con Turquía, nadie olvida la fecha de nacimiento de la pequeña Afraa. El 6 de febrero de 2003. El día del "desastre del siglo". Así fue calificado por la opinión pública turca. Una superficie del tamaño de Portugal fue sacudida por un terremoto que tumbó casi 700.00 viviendas y mató a más de 60.000 personas. Los supervivientes malviven desde entonces entre escombros y respirando el polvo tóxico que desprenden los cascotes de sus derruidas casas sin que haya apenas llegado la ayuda prometida por el Gobierno. De todo eso aún no sabe nada Afraa.

Cumple justo un año. Todavía no tiene edad para que le cuenten que aquel seísmo la dejó huérfana. La encontraron horas después del derrumbe de la casa familiar, bajo las ruinas. Seguía unida por el cordón umbilical a su madre, ya muerta, como su padre y sus hermanos. En Jandairis fallecieron seis mil vecinos. A Afraa la encontró su tío, que tenía siete hijos y con ella, ya tiene ocho. Su esposa amamantó a la vez a su último bebé y a su sobrina. Ya gatea y ya empieza a hablar. A su tía, como recoge la agencia Afp, la llama 'mamá'.

El terremoto alcanzó una magnitud de 7,8 en la escala Richter. Destruyó 680.000 casas y 170.000 locales comerciales y centros industriales y agrícolas. Tres millones y medio de personas se quedaron sin hogar. Según datos de Naciones Unidas, originó 100 millones de metros cúbicos de escombros, diez veces más que el seísmo que había sufrido Haití en 2010. El aire de regiones como Antioquía (Turquía) se ha transformado en una nube cargada de partículas, como el amianto, que merman la salud humana y provocan la aparición de cáncer de pulmón. Y ahí siguen. El viento sopla y extiende el polvo de las colinas artificiales donde se acumulan los restos de los edificios. El aliento del veneno.

Esta zona repartida entre Turquía y Siria era una huerta que alimentaba a sus respectivos países. Olivos, frutales... Ahora, como la prometida ayuda gubernamental no termina de llegar, reina el hambre. Y las enfermedades: la sarna y las intoxicaciones provocadas por la rotura de tuberías fecales que invaden la red de suministro de agua potable. Los niños, malnutridos, no crecen. Enferman. Han sido reconstruidos los tres hospitales de Antioquía, pero faltan medios y médicos. La atención primaria es muy precaria. No hay vacunas.

No queda casi nada. Cerca de 800.000 personas continúan un año después viviendo en asentamientos temporales. De ellos, la mitad habitan en contenedores que sólo disponen de una habitación. Sin cocina ni baño. Para comer e ir al servicio tienen que salir a unas calles donde todavía hay muchos edificios por demoler. Todo, la sanidad y la educación, tiene sedes provisionales.

Amnistía a los constructores

En ese paisaje velado por un polvo que no se va, Yasmin ha cumplido 10 años. El 6 de febrero de 2023 perdió a su padre, a su madre, que estaba embarazada, y a sus tres hermanos, incluida su melliza. Ella se salvó. Un milagro tras 18 horas semienterrada. Añora a su familia. Sobre todo, a su melliza. "Estábamos todo el día juntas, en clase, jugando...", recuerda. Ahora vive con su abuela, de 62 años y que aquel día vio cómo morían 47 parientes. "El terremoto nos destruyó", lamenta.

Cuando se cumple este negro aniversario, miles de ciudadanos se han manifestado en Turquía por la escasa respuesta humanitaria de su Gobierno. La califican de "insuficiente y negligente". Las autoridades del país repiten que está casi ultimada la construcción de 75.000 viviendas en Hatay, Gaziantep y Kharamanmaras. Y que a finales de este año se habrán entregado cerca de 200.000 más en las regiones afectadas. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha incluido en su agenda un viaje para estar con los afectados. Pero allí no olvidan que su gobierno amnistió a los responsables de las construcciones ilegales, y de baja calidad, que se desplomaron como un castillo de naipes sobre sus inquilinos.

En Turquía recuerdan que la ciudad de Mármara, sacudida en 1999 por otro brutal terremoto que provocó 17.000 muertos, aún no ha tomado medidas para soportar un seísmo de similar magnitud. Mientras, los ciudadanos que vieron hace justo un año cómo la tierra se hundía bajo sus pies continúan a la espera de ayuda. A Hamza tuvieron que amputarle una pierna, y un brazo le quedó inútil. "Para mí, esta fecha, el aniversario del seísmo, es el día de la separación. Siento que la vida se detuvo aquel día. Perdimos todo lo que queríamos", repite. Mantiene un sueño: "Volver a estar de pie". En eso mismo sueña toda esta inmensa zona que se vino abajo aquel 6 de febrero, el cumpleaños de Afraa.

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