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Viaje a los dominios de la muerte

Los habitantes de la región montañosa más afectada de Marruecos suplican ayuda mientras lloran a los suyos, sepultados en viviendas que se convirtieron en tumbas.

Terremoto en Marruecos: Destrozos en Ouirgane
Terremoto en Marruecos: Destrozos en Ouirgane
Yoan Valat/EFE/Hannah McKay/REUTERS/Mohamed Messara

A las afueras de Amizmiz hay un momento en el que la carretera se termina. El asfalto da paso a la gravilla y la pendiente se inclina hasta perderse como una culebra serpenteante en la enormidad de la cordillera del Atlas. No hay señales, ni indicaciones de ningún tipo. Solo los lugareños saben manejarse en este terreno y lo hacen, en su mayoría, en motos de pequeña cilindrada que escalan como cabras. Pasados apenas seis kilómetros se llega la primera aldea, Tafghatte. Este lugar es la macabra tarjeta de presentación del terremoto que asoló el viernes el sur de Marruecos para quienes se adentran en el Atlas. Este lugar es muerte.

"Había unas 120 casas, todas habitadas. En estas 48 horas ya hemos enterrado a 80 personas y seguimos trabajando para sacar a vecinos entre los escombros", explica Hasan Elmashmoum, convertido en un vecino respetado y admirado porque la noche del viernes salvó a seis personas, entre ellas un niño de 7 años. Hasan trata de gestionar la ayuda que envían amigos y familiares desde Amizmiz y desde otras aldeas. Alimentos básicos y agua. "De momento es lo único que hemos recibido. Llevamos dos días a base de agua y yogurt. No hay nada más. El Gobierno no ha aparecido por aquí. Estamos solos", explica Hasan mientras muestra lo que queda de su casa: puro escombro. "¿Por qué no acepta el Gobierno la ayuda internacional?", se pregunta.

Esta pregunta obtuvo respuesta con el paso de las horas, cuando Marruecos decidió aceptar el ofrecimiento de España, Reino Unido, Qatar y Emiratos Árabes Unidos (EAU). Nada más recibir la luz verde, estos países se pusieron en marcha y la ayuda aterrizó en Marrakech. Ahora queda el paso más complicado, que llegue de verdad hasta quienes más lo necesitan, como los vecinos de Tafghatte. La cifra oficial de muertos en el terremoto superó los 2.100 y según se llega a nuevas aldeas el conteo no para de subir. Desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) elevaron a 300.000 los afectados por el seísmo en las seis provincias en las que lo sintieron con mayor violencia.

La casa de Abdurahim también es polvo y cascotes. "Saqué con mis manos a mi hermano, mi cuñada, mi sobrina, mi hija Safa, de 7 años. Lo tuve que hacer yo solo, sin ninguna ayuda ni herramienta de ningún tipo", lamenta este joven ganadero roto de dolor. A muy pocos metros se encuentra el cementerio donde descansan ahora los cuerpos y donde han adecuado nuevo espacio para los que faltan por enterrar. En un pequeño descampado hay una excavadora, pero nadie en la aldea sabe cómo emplearla.

Un entierro digno

La mayor desgracia es no poder enterrar a un ser querido. Mohamed trabaja sin descanso desde el viernes por la noche para sacar a su suegro, de 76 años. "Hemos perdido toda esperanza de localizarle con vida, pero debemos encontrarle para enterrarle como se merece", asegura ante la mirada de varias mujeres de la familia, que han rescatado de entre los escombros un puñado de objetos personales.

El hedor de los cuerpos en descomposición marea. Gracias al buen clima la gente que duerme a la intemperie no se ha congelado de frío, pero el olor a muerto impregna la aldea. En todas las direcciones hay desolación. El silencio solo se rompe con el llanto de quienes esperan a los suyos, los mugidos de las vacas y el balido de las ovejas que se mueven entre los escombros. "Mucho ganado también ha quedado sepultado, no pudimos salvarlo", lamenta Ibrahim Mazagar, que no se mueve de las ruinas de su casa. Allí quedaron sepultadas su mujer e hija y «fue culpa mía, culpa mía. Cuando comenzó el temblor les dije que no se movieran, que había que esperar a que terminara antes de salir a la calle. Nunca más les vi con vida».

Los habitantes de las montañas suplican ayuda mientras lloran a los suyos. Saben que la temporada de lluvias está cerca y se han quedado sin refugio. "Necesitamos tiendas. Ésa es la prioridad, un lugar donde cobijarnos y guardar lo que hemos podido rescatar. Estamos a las puertas de la temporada de lluvias y pronto será muy difícil la vida en la aldea", explica Hasan Elmashmoum.

Intenta mantener la cordura en medio de un ambiente de puro shock. La gente camina con la mirada perdida. Zahra Benbrik ha visto como morían dieciocho miembros de su familia. Tiene 60 años. Se quita las gafas para secarse las lágrimas y pide: "¡Ayuda, por favor, que el mundo conozca nuestro dolor!".

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