Un arsenal de Mad Max para frenar a Rusia

Talleres clandestinos aceleran la producción casera de buguis, lanzaderas de cohetes y drones kamikaze para las tropas ucranianas.

Docenas de tanques Leopard 1 de fabricación alemana.
Docenas de tanques Leopard 1 de fabricación alemana.
YVES HERMAN

En Ucrania la línea del frente tiene muchas caras diferentes. El Ejército espera que las armas prometidas por los aliados occidentales marquen la diferencia sobre el terreno, pero las entregas se dilatan en el tiempo, no son tan abundantes como esperaban y la guerra es una bestia insaciable a la hora de consumir vidas, armamento y munición. Los Leopard, Javelin o Himars son claves en las batallas. El arsenal diseñado y producido por voluntarios ucranianos también.

Antes de la guerra Vladimir Tarkhov se ganaba la vida con actividades acuáticas de recreo. Alquilaba pequeñas embarcaciones de motor para navegar en verano por el Dniéper y tenía incluso una gran banana hinchable de la que tiraba a toda velocidad para probar el equilibrio de los turistas. Le gustaba su trabajo, pero su hobby siempre fueron los vehículos 4x4 y la conducción extrema. Desde que empezó la invasión apenas sale de su pequeño taller en las afueras de Zaporiyia. Allí se mezclan ahora pasado y presente. Las embarcaciones cubiertas de polvo permanecen arrinconadas en un lugar repleto de piezas de coches, en el que hay que hablar a gritos debido a los martillazos, esmeriles y máquinas de soldar.

Cuatro personas en turnos de diez horas fabrican con sus manos buguis para el Ejército. "Son vehículos rápidos, no superan los 700 kilogramos y tienen la doble finalidad de llegar a puntos complicados de vigilancia y poder evacuar a soldados de lugares imposibles", explica Vlad, que a sus 33 años ha hecho de su hobby una profesión. La producción del primer coche les llevó seis meses, la del segundo, tres, y ahora planifica construir tres al mes porque "ya tenemos el modelo, hemos aprendido de los errores iniciales y sabemos cómo hacerlo. Además la respuesta de los militares es muy positiva y nos piden que les enviemos todos los que podamos", afirma Vlad, quien se encarga de todo el proceso, desde buscar los fondos necesarios para comprar motores hasta la prueba final del vehículo antes de ser entregado. Cada bugui cuesta 300.000 grivnas (7.500 euros al cambio).

El primer motor fue el de un Lada Samara y Vlad está orgulloso de usar "tecnología rusa para matar rusos". Después optaron por motores Opel y ahora buscan fondos para poder comprar varios que estén en buen estado. "Aquí no empuñamos un arma.

Su línea de frente

No estamos en la trinchera, pero este taller se ha convertido en nuestra línea del frente y combatimos produciendo estos coches para nuestros soldados", explica Víctor, ingeniero que supervisa cada etapa del proyecto.

Los buguis vuelan en el frente sur escapando del fuego enemigo y a Vlad le ha cambiado la vida y el apodo. "Ahora me llaman Vlad Max porque los soldados dicen que estos coches parecen sacados de la película". El 'loco' Max reconvertido en Vlad. Este emprendedor ucraniano tiene en común con el inventor del primer bugui su afición a los deportes acuáticos. El surfista californiano Bruce Meyers construyó los pioneros en los años sesenta empleando el chasis del Volkswagen Escarabajo y desde entonces otros ejércitos como el estadounidense también han recurrido a estos vehículos para operaciones militares.

La sensación de vivir en el distópico mundo de Mad Max se mantiene en un taller no muy lejano. En él dos campesinos, padre e hijo, dedican todos sus esfuerzos a construir lanzaderas móviles de cohetes Grad. Han logrado adaptar el mítico sistema soviético creado en los sesenta a sus posibilidades. Tienen un modelo de tres tubos para vehículos pequeños y otro de seis para grandes. "Al principio no me tomaban en serio. Pensaban que era una chapuza y que no tenía capacidad para diseñar algo así por mi juventud, pero luego probaron el sistema y se quedaron sorprendidos. Es rápido y preciso", explica Maksim, estudiante de ingeniería de 19 años y cerebro de este sistema móvil que es capaz de adaptar a todo tipo de pick up.

"El Grad original tiene 40 tubos y está pensado para alcanzar un gran territorio. Los nuestros son más versátiles y precisos, y lo mejor de todo es que todos los componentes los sacamos de maquinaria agrícola", afirma Yuri Sokolanski, padre de Maksim, que ha dejado los tomates y las coles por la ingeniería militar.

Desde este garaje han enviado al frente decenas de vehículos y han logrado un sistema de producción capaz de construir estas máquinas de lanzar cohetes por un máximo de 90.000 grivnas (unos 2.250 euros al cambio). Ante la escasez de vehículos recuperan todo coche o furgoneta accidentado o alcanzado en el frente, y se encargan de ponerlo a punto antes de colocarle la lanzadera de Grad.

Drones kamikaze por 500 euros

Otra de las armas clave en esta guerra son los drones. Cada unidad cuenta con pilotos encargados de enviar a zona enemiga a estos aviones no tripulados para vigilar movimientos o cometer acciones kamikaze. En el interminable catálogo de talleres reconvertidos en laboratorios militares de Zaporiyia se encuentra el de Aleksdanr, donde se han especializado en los últimos meses en la producción de drones suicida. Aparatos pequeños, que no tienen nada que ver con los UJ-22 Airborne, los drones de fabricación ucraniana que llegaron a las puertas de Moscú.

"Compramos los componentes por piezas y nos encargamos del ensamblaje. Hemos conseguido un diseño que nos permite colocar una carga de hasta 1'5 kilogramos, suficiente para volar un tanque a 10 kilómetros de distancia", explica este hombretón, que sujeta uno de los aparatos en su mano como si fuera un avión de papel. En la pared cuelgan de escudos enviados en señal de agradecimiento por las unidades que emplean drones de Aleksandr.

En un cuarto se dan clases de pilotaje, en otro se montan los aparatos y el tercero es un polvorín con todo tipo de explosivos aptos para la misión suicida. Más de 500 aparatos han salido de aquí en el último año, aviones no tripulados que cuestan una media de 22.000 grivnas (580 euros) y cuya producción les han pedido que aceleren para poder usarlos en la ofensiva abierta en los frentes sur y este.

Rusia ataca con frecuencia estas zonas del extrarradio de la ciudad donde se produce este arsenal casero, pero el trabajo no se detiene un solo día. Los talleres clandestinos de Vlad, Yuri, Maksim y Aleksandr no pararán de trabajar hasta que esa bestia insaciable llamada guerra se aleje de sus vidas.

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