La niña de papá

Ivanka Trump, hija del presidente de Estados Unidos.
Ivanka Trump, hija del presidente de Estados Unidos.
Reuters Vocento

Ivanka Trump, la hija del presidente de Estados Unidos, se ha convertido en una protagonista más del panorama político internacional. No tiene ningún papel en el Ejecutivo de su padre ni forma parte del cuerpo diplomático estadounidense, pero ahí está, en primera fila de la mayoría de las grandes citas de la política mundial.

Como no son miembros del Gobierno, Ivanka Trump y su marido, Jared Kushner, evitan las normas que impiden compatibilizar la empresa privada con el trabajo público. Y así, mantienen sus negocios millonarios sin que nadie controle si están usando sus contactos y sus viajes con ‘papá’ Donald para su propio beneficio.

Pero no pasa nada. Por más que Ivanka se haya convertido en carne de meme en las redes sociales, hace y deshace a su antojo con el sencillo argumento de que es el ojito derecho del presidente.

Solo que, si eso ocurre, si ella están en reuniones en las que no debería o si lee informes que no le corresponden, es porque nadie le planta cara y le dice que no, que ese no es su sitio.

La omnipresencia de Ivanka evidencia la cobardía de quienes deberían pararle los pies. Pero de eso se aprovechan los tipos chulescos y explosivos como Trump: dan tanto miedo que al final siempre se salen con la suya.

La esencia del Estado de derecho debería ser, precisamente, la capacidad para frenar a los matones como Trump. Que el presidente estadounidense y su clan familiar estén donde están solo demuestra que nuestra vieja y valiosa democracia no pasa por su mejor momento.

Ivanka Trump no es el problema, es el síntoma de un deterioro que necesita soluciones. Y pronto, porque si no defendemos el sistema que hemos construido, acabaremos por perderlo.

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