Igualdad y convivencia

Supone un signo esperanzador que, coincidiendo con el septuagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ciento sesenta países hayan suscrito el Pacto Mundial de la ONU para la Emigración.

Familias, jóvenes y niños en movimiento buscan un futuro mejor.
Familias, jóvenes y niños en movimiento buscan un futuro mejor.
POL

En las últimas semanas hemos celebrado y conmemorado fechas importantes. Una ha sido los cuarenta años de nuestra Constitución. Otra, el 70º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos. Esta última la celebramos en el marco de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz, donde se presentó el libro ‘La convivencia amenazada, análisis, rasgos y terapias de la creciente marea de intolerancia’. Jesús María Alemany, presidente de la Fundación, nos emplazó a no mezclar diferencia y desigualdad, pues "solo cuando la igualdad y la convivencia conviven la comunidad humana es rica".

Las celebraciones nos invitan a conmemorar y a recordar. Las Naciones Unidas (ONU) nacieron en 1945, poco después del final de la Segunda Guerra Mundial. Su objetivo es traer la paz a todas las naciones. El 10 de diciembre de 1948, siendo Eleanor Roosevelt presidenta de la Comisión de las Naciones, se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sus palabras de entonces mantienen toda su vigencia. ¿Dónde comienzan los Derechos Universales? "En los lugares pequeños, cerca de casa; tan cerca y tan pequeños que no pueden verse en los mapas del mundo. Sin embargo, son el mundo de la persona individual; el vecindario donde vive; la escuela o universidad donde estudia; la fábrica, granja u oficina donde trabaja. Tales son los lugares donde cada hombre, mujer y niño busca igualdad de justicia, igualdad de oportunidades, igualdad de dignidad sin discriminación. A menos que estos derechos signifiquen algo ahí, tendrán poco significado en ningún otro sitio. Sin una acción ciudadana coordinada para hacer que se respeten cerca de casa, buscaríamos en vano el progreso en el mundo a mayor escala".

Con dicha declaración acababa una de las páginas más terribles de la historia de la humanidad. Desde la utopía, pero también con la firme convicción de que se abría una nueva página para la esperanza. A partir de entonces ningún régimen político ni orden jurídico podría presentarse como legítimo sin reconocerlos y sin tratar de garantizarlos. Y de nuevo, como en toda celebración, hemos de destacar sus indiscutibles logros y poner de manifiesto las necesarias medidas para afrontar los nuevos riesgos. Algunos inéditos y otros impensables en la fecha de su Declaración, desde el desafío ecológico, al energético o el incremento de los desplazamientos forzosos de poblaciones.

Y fruto de la necesidad de respuesta a los nuevos desafíos de nuestro tiempo es el programa global de la Agenda 2030, con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se complementan con 169 metas asociadas a ellos. Como también lo es el Pacto Mundial para la Emigración, justamente firmado el mismo día, aunque setenta años más tarde. Ciento sesenta países de todo el mundo lo aprobaban en Marrakech. No estaban todos, tampoco lo estuvieron cuando en la madrugada de aquel 10 de diciembre de hace setenta años, en el Palacio Chaillot de París, cuarenta y ocho estados aprobaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Curiosamente, algunos que se abstuvieron entonces, también lo hacen ahora. Es un logro histórico para un fenómeno mundial e imparable, «una hoja de ruta para prevenir el sufrimiento y el caos», como señaló el actual secretario general de Naciones Unidas.

El Pacto es el primer acuerdo intergubernamental, negociado bajo el auspicio de las Naciones Unidas, con el objetivo de cubrir todas las dimensiones de la migración internacional de una manera global. Supone una oportunidad clave para mejorar la gobernanza de la migración, abordar los desafíos asociados con la migración actual y fortalecer la contribución de los migrantes y la migración al desarrollo sostenible. El Pacto recoge satisfactoriamente la Agenda de Acción de Unicef para la protección de los niños migrantes. Un régimen migratorio del siglo XXI para un tema que nos define como sociedad global contemporánea. Protección y prosperidad más allá de nuestro pasaporte.

Desde mi optimismo y mi esperanza, nunca ingenua, de creer en la necesidad de seguir luchando por los derechos, y siendo consciente de la involución que estamos viviendo, considero que dicho pacto es una oportunidad para transformar la vida de millones de personas. Familias, jóvenes y niños en movimiento que buscan una vida mejor para ellos mismos y para sus seres queridos. Hoy, como ayer, debemos ser capaces de sustituir las narrativas del miedo por la solidaridad y la defensa de los derechos humanos.