Fanatismo

El caso de Asia Bibi nos recuerda que miles de mujeres anónimas son tratadas como mercancía despreciable propiedad de los hombres.

Líderes de un partido islamista paquistaní piden la horca para Asia Bibi, madre de cinco hijos acusada de blasfemia.
Líderes de un partido islamista paquistaní piden la horca para Asia Bibi, madre de cinco hijos acusada de blasfemia.
Rahat Dar / Efe

Hace seis años la sociedad se conmocionaba por el intento de asesinato de Malala Yousafzai, a quien los talibanes dispararon a quemarropa por defender su derecho -el de las niñas- a ir a la escuela. Hoy Pakistán vuelve a la actualidad por una noticia que hiela la sangre: Asia Bibi, cristiana y madre de cinco hijos, fue acusada por blasfemia -un delito que ni siquiera está claramente definido en su código penal- y ha pasado ocho años condenada a muerte, esperando ser llevada a la horca. Sorprendentemente, el Tribunal Supremo revisó su caso y Bibi fue indultada. Pero los integristas radicales han exigido al Gobierno que la ejecute: han tomado las calles con violencia, cortado carreteras y cerrado colegios y hospitales. Y lo verdaderamente escalofriante es que el Gobierno ha cedido a las presiones y ha aceptado revisar el indulto. Por el camino, el gobernador del estado que defendió la causa de la mujer ha sido asesinado. No ha sido el único. El abogado de Bibi ya ha abandonado el país, ella sigue encarcelada para proteger su vida y ha pedido asilo con su familia en varios países occidentales.

No sé qué pasará con Asia Bibi. Pero sé que no quiero olvidar su nombre, que no quiero acostumbrarme a ver más casos como el suyo, como el de Malala, como el de tantas mujeres anónimas que viven en países donde son tratadas como mercancía despreciable propiedad de los hombres, que pagan por los delitos de sus hermanos y maridos, que no llegan a ver vulnerados sus derechos, porque ni siquiera los tienen reconocidos.

Eva Cosculluela es librera en Los portadores de sueños