Donde fueres...

Unos 1.500 millones de personas harán turismo este año. Para evitar disgustos y malentendidos, en cada país deberán estar atentas a las normas locales de comportamiento, aunque muchas les parezcan absurdas.

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Izania Ollo

Viajar vive tiempos de récord. Pero también son cerca de 1.500 millones de posibles encontronazos con formas de vivir y normas que ignoramos. Lo sabe bien César García, responsable de Tantra Viajes, con varias décadas organizando expediciones para viajeros casi siempre experimentados a lo que él llama "territorios comanche".

El próximo es a Irán. Un país en el que ni siquiera uno de esos trotamundos que creen sabérselas todas puede estar del todo tranquilo. Estos días César García anda averiguando datos como el nivel de flequillo que puede asomar por el velo de una mujer. Porque sin velo allí no pisa la calle ninguna. "Se han relajado un poco, pero es importante que mis clientas sepan el volumen de pelo que pueden enseñar", explica.

La expedición de Tantra Viajes deberá saber que mostrar allí los pulgares hacia arriba no significa satisfacción sino que puede ser un insulto. También que en lugares con maravillosas mezquitas como la ciudad de Isfahán "la planta del pie no puede ‘mirar’ hacia los fieles sino hacia otro lado". La reprimenda tendrá condena segura si uno se cuela en una zona de las playas del mar Caspio adecuada solo para mujeres. Y aún será más grave si se muestran inclinaciones homosexuales, penadas duramente en este país islámico.

En el caso de Irán podría pensarse que se trata de un Estado integrista y de diferencias insalvables para cualquier viajero occidental. Pero el repaso a las normas, muchas de ellas absurdas, que jalonan las leyes de todos los países del mundo obligaría a un máster urgente de Derecho Comparado para no meter la pata en muchos lugares.

Singapur persigue a los amantes del chicle desde hace 25 años. Está penado fabricarlo e incluso mascarlo en la calle. En China al que no es capaz de comer con palillos le pueden dar un tenedor. Pero ¡ojo con chupar los palillos si tratamos de emular las habilidades locales! Lo mínimo que nos caerá será una buena bronca.

En Venecia una visita a la plaza de San Marcos puede resultar muy cara si además de pedirnos un café en una terraza (12 euros por una mini taza a la italiana) le echamos migas a las palomas. Para que las aves dejen más sitio a los turistas, la multa puede alcanzar los 600 euros.

La clave para evitar sorpresas son los guías, esos intermediarios de viaje cuya labor es "vender sueños y tratar de que se hagan realidad y no vayan acompañados de alguna pesadilla", explica poéticamente la presidenta de la Confederación Española de Federaciones y Asociaciones de Guías, Almudena Cencerrado. Y  recuerda que "el Vaticano no deja entrar a nadie con un pantalón de deporte". Si entendemos eso como occidentales, no "debería sorprendernos tanto la rigidez en la mayoría de las visitas en lugares de culto de otras religiones".

A César García le reclamó un grupo una visita a los pueblos uigures de la región china de Xinjiang de mayoría musulmana y sometida a férreos controles oficiales. "Apareció una tropa de policías que nos hicieron subir al autobús y marchar. Fue lo menos que pudo ocurrir".

En otras zonas asiáticas, como Tibet, es muy difícil saber qué puedes y no puedes hacer. "Lo decide el policía que va contigo en tu expedición", zanja García.

En Illinois (EE. UU.) se aplica la ley de vagos si no se lleva al menos un dólar en el bolsillo. En Dubai (y muchos otros Estados islámicos) está prohibido besarse en público. En Indonesia nunca se debe tocar a la gente en la cabeza.

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