El caótico y deshumanizado proceso para pedir asilo en Europa

Hay 53.000 refugiados contabilizados en centros organizados en Grecia.

Un cuartito lleno de archivadores y cajas repletas, con dos ordenadores cubiertos de polvo y una tablet nueva. Así es una de las pocas oficinas que hay en Atenas a disposición de los refugiados que quieren apuntarse al programa de reubicación.


En Grecia hay cerca de 53.000 refugiados contabilizados en centros organizados y campamentos improvisados a día de hoy. Pero este no era su destino final.


Atrapados aquí ante el cierre de las fronteras de la ruta balcánica y tras la puesta en marcha del acuerdo de migración entre la Unión Europea (UE) y Turquía, las opciones cada vez son menos.


Solo los ciudadanos de Siria, Irak, Eritrea y Somalia -según la ONG Comisión Española de Ayuda al Refugiado- pueden solicitar acogerse al programa de reubicación en otros países de la UE. Todos aquellos que no puedan acceder a este proceso debido a su nacionalidad o que deseen permanecer en el país heleno, deben solicitar asilo en Grecia.


Para gestionar las peticiones de protección internacional de las personas que llegaran a suelo griego desde el 20 de marzo, cuando se puso en marcha del acuerdo, sumadas a las decenas de miles que llegaron antes de esa fecha, se prometieron 400 funcionarios y traductores de las instituciones europeas. Aunque ya se han puesto en marcha las devoluciones a Turquía, hasta ahora solo han llegado 30.


Unas 15 personas hacen cola frente a esta tablet, todos son sirios y, en su mayoría, familias, que quieren acogerse al programa de reubicación, y están intentando hacerlo a través de Skype, la única vía de facto para iniciar el proceso y un formato extraordinario que ha puesto en marcha el Gobierno griego para intentar atajar el aluvión de solicitudes.


"Todo el mundo va a apuntarse. Es la única salida", explica Nedal, un palestino sirio de 20 años, mientras vuelve a pulsar el botón de videollamada en Skype. Nadie responde.


Quien consigue contactar con el funcionario y traductor al otro lado de la pantalla, da sus datos básicos y un número de teléfono griego donde se le puede localizar, y recibe una fecha para exponer su caso y una identificación que demuestra que está pendiente de asilo y que le da derecho a asistencia sanitaria.


La única familia que ha conseguido ser atendida hoy desde esta oficina llevaba haciendo cola desde una hora antes de su apertura. Ni siquiera han terminado de coger todos sus datos porque la conexión falla continuamente y "para agilizar el proceso" les piden un número de teléfono griego al que llamarles.


En la videollamada solo se ve la cara del solicitante. La funcionaria griega y el traductor que recopilan los datos son una silueta blanca sobre fondo rosa. La mayoría del tiempo, solo un tono telefónico que no deja de sonar. Nedal, que llevaba 40 días en Idomeni esperando que abrieran las fronteras, llegó a Atenas hace unos días con el único objetivo de solicitar su reubicación, a poder ser, a España.


"No me apunté antes porque dudaba de que esto sirviera para algo, y me daba miedo que abrieran las fronteras en Idomeni y no estar allí. Pero eso no va a pasar", cuenta Nedal a Efe. Aunque unas 11.000 personas siguen acampadas junto a la frontera norte de Grecia, la mayor concentración de refugiados en el país heleno, desde allí no pueden realizar los trámites necesarios para pedir asilo en la UE.


Es una de las formas que tiene el Gobierno para presionar y convencer a estas personas de que desalojen los campamentos.


"Siempre y cuando permanezca en el puerto del Pireo, usted no podrá apuntarse a los registros oficiales de asilo y reubicación en otros Estados en Europa. No le interesa permanecer en el Pireo ni en Idomeni. ¡Está perdiendo el tiempo!", reza un folleto que ha redactado el Ministerio de Marina Mercante para repartir entre los miles de refugiados que acampan en el mayor puerto de Grecia.


Para todo aquel que esté hospedado en campamentos, en viviendas particulares, en hoteles, o incluso en la calle, la única vía sigue siendo la del Skype. Safi, uno de los jóvenes que espera en la oficina, intentó ir a entregar sus datos al servicio de asilo directamente y le negaron la entrada, así que ahora sigue intentándolo con las videollamadas.


Las líneas continúan saturadas pero todos mantienen la esperanza de que alguien conteste, porque es su única posibilidad.

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