La gastronomía entendida como terapia y cultura de país

La presidenta de la Asociación Aragonesa de Mujeres Empresarias, María Jesús Lorente, se decanta por la variedad culinaria de los países mediterráneos.

María Jesús Lorente, presidenta de la Asociación Aragonesa de Mujeres Empresrias (Arame), toma unas tapas en Bodegas Almau.
María Jesús Lorente, presidenta de la Asociación Aragonesa de Mujeres Empresrias (Arame), toma unas tapas en Bodegas Almau.
Raquel Labodía

"Nunca he sentido pasión por cocinar". Este ha sido el punto de partida de la conversación con María Jesús Lorente, presidenta de la Asociación Aragonesa de Mujeres Empresarias (Arame). "Me gusta comer bien, pero desde niña siempre he sido más de quedarme alrededor de la mesa, cuidando su presentación, que de moverme entre los fogones; toda esa información se la transmitió mi madre a mi hermano José Mari".

Sin embargo, apenas transcurridos unos minutos desde el inicio de la charla, enseguida quedó claro que esta afirmación tiene poco que ver con la realidad. Casi no hizo falta preguntarle por sus recetas preferidas para que se explayase con todo lujo de detalles: "Me encanta el bacalao a la vizcaína; los lomos los compro en la calle Don Jaime, los desalo y lo preparo, por supuesto, en cazuela de barro; también disfruto mucho del bacalao dorado, con cebolla y patata, y en temporada de trufa, uno de mis platos preferidos son los huevos estrellados".

No está mal como punto de partida, como tampoco lo está la reflexión que hace sobre los distintos momentos gastronómicos del día: "No los siento como una obligación, especialmente el desayuno; es un rato que disfruto sola, siendo plenamente consciente de cada producto que tomo". Lo mismo podría decirse del almuerzo. "Es especial porque quedo con gente a la que no puedo ver durante el día o, si estoy de viaje, procuro que sea un momento diferente en un lugar que me recomienden".

La presidenta de Arame es de las que piensan que alrededor de una mesa siempre suceden cosas interesantes: en pareja, en familia, con amigos o en un encuentro de trabajo. "Cuando tienes que limar alguna aspereza o algo no sale como debería en una negociación, no es lo mismo estar en la oficina que en un restaurante. No empiezas la conversación con el problema sino con la elección del vino, descubriendo la carta y todo fluye con naturalidad; llegas al postre y las dificultades se enfocan de otra manera".

Viajera

María Jesús Lorente viaja mucho, por ocio y por motivos laborales, y de sus periplos gastronómicos se queda con los países mediterráneos. "En Marruecos vive mi hermano, que me surte de especias; en Estambul he comido en un restaurante, Panorama, que diría que es lo siguiente después de recomendable; a Egipto tengo pensado repetir y la cocina griega es de las que más me gustan del mundo".

Cuando está fuera de España, además de ver museos, "que está muy bien", como más disfruta es callejeando, entrando en los mercados, ya que "es donde ves lo que comen los lugareños y el aprecio que tienen por sus productos". Es por ello que no duda al explicar lo que para ella supone la gastronomía: "Cultura de país".

Ensaladas

Estos argumentos echan por tierra la idea inicial de que María Jesús Lorente siente escasa pasión por la gastronomía. Sus palabras y el brillo de su mirada le delatan. Reconoce que le encanta probar y mezclar, sobre todo con las ensaladas. Mezclum de lechugas, granada, manzana, frutos secos como base y, luego, pues depende: unas veces unas buenas sardinillas de lata o pollo, el toque salado de unas anchoas y, casi siempre, quesos variados.

Las salsas también las cuida. A partir de una base de soja, mostaza y miel, su abanico de opciones crece considerablemente. A modo de colofón, no suele faltar en sus ensaladas un poco de comino. Y la presentación, por supuesto, nunca desmerece. "Utilizo a menudo platos de cerámica de Marruecos que realzan mucho el contenido".

Entre los productos de Aragón le gustan los embutidos y le resulta curiosa la diferencia entre los de Teruel y los de Huesca. "Son como dos mundos distintos". Rememora con añoranza la matacía de su suegra turolense y recuerda que ella fue la que le enseñó a preparar el cabrito confitado que se reseña en estas páginas, un plato fijo en los encuentros familiares navideños. De esta etapa tiene grabados en la memoria los adobos caseros de cerdo con longaniza, lomo y costillas. "Para esos días que no sabes muy bien qué picar son un lujo; tendrían que recibir la denominación de patrimonio cultural y gastronómico aragonés".

Casi, casi, como el conejo escabechado, otro argumento más de su recetario de cabecera. "Es un reto que tengo planteado de aquí a final de año, quedar una mañana con mi suegra y aprender a hacerlo". Eso sí, en el Tubo cuenta con una buena alternativa. "En la taberna La Maribel lo tienen parecido". Pero hay más recetas y productos que le gusta trabajar: el pollo a la chilindrón, las migas, la trucha del Pirineo... Lo dicho: una apasionada de la gastronomía, aunque ella no lo quiera reconocer.

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