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El Real Zaragoza paga el no cerrar los partidos: nueve puntos perdidos

De no haberse dejado remontar contra el Sporting, el Eibar, el Burgos y el Levante, este miércoles, el equipo aragonés sería segundo. 

Partido Real Zaragoza-Levante, jornada 21 de Segunda División, en La Romareda
Partido Real Zaragoza-Levante, jornada 21 de Segunda División, en La Romareda
Guillermo Mestre

Cuando parecía que el Real Zaragoza había encontrado la regularidad competitiva, que volvía a ser un equipo consistente y fiable, ocurrió de nuevo. La remontada del Levante este pasado miércoles se sumó a las sufridas anteriormente (Sporting de Gijón, Eibar, Burgos y Atzeneta), ampliando una sangría que ha costado nueve puntos en liga y la sonrojante eliminación copera ante un rival de Tercera RFEF.

No extraña que Julio Velázquez acabase tan enfadado. Hay muchas formas de empatar, incluso de perder, pero en el fútbol profesional jamás se pueden permitir acciones como la que costó el gol de Fabrício y cambió el sino de un partido que, hasta entonces, el Real Zaragoza tenía más que encarrilado.

Del 2-0 se pasó a ese 2-1, y después al 2-2 de Brugué. El técnico castellano no daba crédito. Era la primera vez que sufría una situación que sí se había dado con Fran Escribá, hasta el punto de convertirse en uno de los mayores lastres del grupo en esta vuelta liguera que todavía está por concluir.

Todo empezó en El Molinón, en aquella tarde del 14 de octubre que el zaragocismo sigue recordando por el error de Poussin. Por ese balón que, en lugar de ser despejado, fue servido en bandeja a Pablo Insua para que igualase en el 97 un encuentro que había comenzado con ventaja de dos tantos para los aragoneses.

El Real Zaragoza dejó escapar dos puntos tontamente. Y a la semana siguiente fueron tres. Los que el Eibar se llevó de La Romareda tras neutralizar los goles iniciales de Maikel Mesa y Jaume Grau, en una noche que descubrió que la fragilidad del bloque no era ruto de los fallos individuales, sino un mal colectivo que se iba a agrandar en Burgos (30 de octubre).

Los de Escribá tampoco fueron capaces de defender su ventaja. Mollejo adelantó al Zaragoza en la primera mitad, pero no hubo forma de que conservar esa renta. Ni siquiera acumulando gente atrás en el tiempo de descuento, cuando llegó la diana de José Joaquín Matos que iba a agrandar la crisis de un equipo que dejaba ir otros dos puntos y acumulaba ocho jornadas sin vencer.

Y lo peor estaba por llegar. Tampoco se le ganó al Oviedo ni al Elche -esta vez sin remontadas- y, lejos de servir para recuperar sensaciones, para subir el ánimo, la Copa del Rey se le atragantó al Real Zaragoza en otra noche de noviembre para olvidar, en la que el Atzeneta, una vez más, volteó la renta inicial del cuadro aragonés.

Fran Escribá quedó sentenciado. El derbi ante el Huesca terminó de hacerle saltar del puesto. Y lo que vino luego ya se sabe: esa reacción de la mano de Julio Velázquez que ha traído mejores sensaciones que resultados, más cambios -tácticos y emocionales- que productos.

La película sería distinta de haber llegado a las vacaciones navideñas con una victoria. Mucho más, de haber sido capaces de cerrar esos cuatro partidos ligueros que se escaparon tras ir ganando, pues el Zaragoza ascendería hasta la segunda posición, pero el fútbol no va de merecimientos. Va de saber ganar. Y este equipo, que solo lo ha conseguido en dos de sus últimos 17 compromisos, sigue en proceso de aprendizaje...

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