Un partido grande

Real Zaragoza y Osasuna se enfrentan esta noche en La Romareda, duelo siempre singular.

Jorge Pombo, con Raí a la espera, durante un ejercicio de entrenamiento.
Jorge Pombo, con Raí a la espera, durante un ejercicio de entrenamiento.
Aránzazu Navarro

Señaló Imanol Idiakez la pasada semana que el encuentro de esta noche es un partido grande, afirmación que  es fácil de compartir desde distintas perspectivas. El sentido de sus palabras lo refrenda, por ejemplo, la historia de los enfrentamientos entre aragoneses y navarros, choques cargados de singularidad y contenido, de pasiones y emociones muchas veces vividas a flor de piel. En este sentido casi ha resultado una suerte de circunstancia cualquiera el hecho de que ambos se vean en Segunda. Da rango al partido, igualmente, el pasado de los clubes, abolengo que no siempre se encuentra en las citas de esta categoría, por más que este año se haya poblado el fútbol de plata de ilustres en horas bajas. Podríamos mencionar, asimismo, que se trata del choque liguero que se encuadra dentro de las Fiestas del Pilar, fechas que animan y ayudan, que suelen impregnar a este partido de atmósferas algo diferentes, aunque en esta ocasión no contribuya el hecho de que se juegue en noche del lunes. Por una multiplicidad de razones, el careo entre Real Zaragoza y Osasuna en Segunda es un partido de otra dimensión.

A este momento llega la escuadra aragonesa con algunas necesidades concretas. La primera probablemente sea recuperar el hilo del triunfo, discurso que se extravió en Almería. Hace tres semanas que el Real Zaragoza no gana, un tiempo que resulta algo  extenso cuando se calibra en medidas futbolísticas. En este periodo, ha sumado un punto, renta escasa, exigua incluso. Le conviene regresar a una aritmética más acorde con su entidad, si no quiere verse sometido a las presiones que generan las turbulencias del otoño, casi ya un fenómeno clásico en el Real Zaragoza de todos los años, con independencia del nombre propio del entrenador o de la configuración de la plantilla o de la materia gris que haya o deje de haber en la dirección deportiva y la secretaría técnica.

Si un economista de escuela  mirara el discurrir de la escuadra aragonesa durante los seis años pasados, diría que observa comportamientos cíclicos: de subidas y bajadas en determinados meses del calendario.

Quiérese decir que de alguna manera resulta predecible. Esta vez, está a punto de entrar en los cánones de casi siempre y, por tanto, en la previsibilidad que señalan los análisis de ciclos.

Con más apuros que holguras, el Real Zaragoza levantó la pasada semana, en la segunda parte del encuentro disputado frente al Albacete, un muro de contención ante unas nubes que aquí conocemos bien: las que vienen cargadas con las aguas de una crisis más o menos relevante. Si esta noche vence al Osasuna, limpiará el horizonte. Si hinca la rodilla, alimentará viejas espirales.

Éste es el debate primero que se librará esta noche sobre el nuevo césped de La Romareda, capa de manto vegetal que se ha renovado deprisa y corriendo por exigencias de LaLiga, de su reglamento de retransmisiones televisivas. Se supone que a partir de este lunes, y a ojos de televidentes de cualquier parte del mundo, el estadio de la capital aragonesa cumplirá con las exigencias estéticas que marca una producción audiovisual moderna.

Por debajo de esta cuestión principal, fluyen otras secundarias. Por ejemplo, la que concierne a la construcción de un discurso público que carga o descarga tintas con Imanol Idiakez según aprieta o se alivia el guión.

Al buen observador no se le escapa, sin embargo, que el equipo lanzó un flotador al técnico vasco en Albacete, donde ya pudo convertirse en el centro de una diana. Otro tipo de vestuario hubiera dejado que las cosas fáciles del fútbol sucedieran. Éste, no.

En un mismo plano secundario pueden situarse las controversias sobre la composición del centro del campo para esta noche, materia  sobre la que se han lanzando nombres, con filias y desafecciones incluidas, antes que ideas. El yerro en este capítulo es fenomenal. Dígase, en todo caso, que James Igbekeme llega justo a la cita, después de apurar cuanto ha podido los plazos de recuperación. Iñigo Eguaras, Zapater y Javi Ros también están a disposición del técnico. Sobre la parte de arriba gravita otro revuelo: el que concierte a la disposición táctica del tridente o del rombo. Como Papunashvili está fuera de combate, la presencia nominal del tridente (Marc Gual, Álvaro Vázquez y Jorge Pombo) gana enteros. Pero este dato no quiere decir nada a priori. Dependerá, sobre todo, de qué quiera hacer Idiakez en última instancia. Es más, el debate táctico no se agota en figuras geométricas. Atrás está pendiente que cualquiera que sea la configuración del eje de la defensa, se recupere la seguridad, sin que aparezcan fallos de bulto de Grippo o Verdasca.

En cuanto al rival, llama la atención una cuestión: todavía no ha marcado un  gol fuera de casa. Lejos de El Sadar está mostrando una extraña debilidad. Hasta la fecha, únicamente, ha firmado capitulaciones en sus visitas.

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