Los errores y algo más: radiografía de la derrota del Real Zaragoza

Al Real Zaragoza le penalizaron en Almería dos fallos decisivos de Grippo y Papunashvili, pero también su falta de frescura y la ausencia de respuestas ante el blindaje local

Papunashvili conduce una pelota ante la oposición de Eteki, centrocampista del Almería.
Papunashvili conduce una pelota ante la oposición de Eteki, centrocampista del Almería.
Carlos Barba

El paisaje de los partidos de la Segunda División es de sobras conocido a estas alturas de la vida del Real Zaragoza y su tarde de ayer en Almería no se salió de las formas típicas de los pulsos de la categoría: igualdad, fútbol bloqueado, miradas de tú a tú, guerra de desgaste, juego cerrado… Ya se sabe cómo suelen resolverse los duelos con estas hechuras. Un error puntual, un accidente defensivo… El detalle. El detalle mínimo, inopinado, aislado, repentino, acaba ejerciendo de juez. Un balón parado, un percance, un disparo en el pie, el desatino individual… Hay mil modos. Y esa fue la llave de la derrota del Real Zaragoza, que en ningún caso fue inferior al Almería, ni mereció tal destino. Incluso pudo cambiarlo segundos antes del fallo individual que le condenó. De un contragolpe tan favorable que tenía color de 1-2 se pasó en un pestañeo a todo lo contrario: un fugaz bofetada que le costó el 2-1.

Esa borrachera de balón de Papunashvili cuando se le abrían múltiples opciones para dejar la pelota camino del gol en los pies de otros compañeros resultó decisiva, de la misma forma que unos minutos antes a Grippo se le anudó un balón en los tobillos como último defensor, lo perdió y le tendió una alfombra al Almería para que abriera el marcador y forzara la reacción del Zaragoza con el gol de Lasure. Por si fuera poco, al central suizo le esperaba otro mal trago: metérsela en propia puerta cuando las manos milagreras de Cristian Álvarez le habían dado un respiro que duró solo un segundo.

Estos dos errores puntuales del Real Zaragoza, voluminosos, inclasificables, marcaron el desenlace del partido frente a un Almería que se presentó impecable y, precisamente, focalizó su puesta en escena en minimizar cualquier riesgo ante un rival al que consideró superior y que sabía que no le perdonaría nada. El Almería no presentó ni una grieta. Ni colectiva ni individual. Estuvo inmaculado en las concesiones al Zaragoza. Eso decidió el choque. Sin embargo, no lo explica por sí solo. Al equipo aragonés le faltó mucho del contenido que tan bien había definido su juego en los partidos previos. En ningún momento tuvo la frescura de piernas, especialmente en su motor, James Igbekeme, lesionado, ni la vitalidad con la pelota que en anteriores compromisos. No encontró vías para escurrirse entre la tela de araña que le organizó el Almería en su juego interior. Por ahí no circuló nada. Tampoco el Zaragoza pudo echar a correr a sus atacantes, ni hacer correr el balón. Ni tocar ni volar. Careció de cuajo y reposo y le sobró precipitación en un día que tuvo la posesión.

Esa ausencia de respuestas frente al hormigón, la intensidad, el compromiso y el blindaje de un rival sólido y bien armado son el núcleo de la primera derrota del equipo de Imanol Idiakez, más allá de un error con nombre y apellidos. El técnico, en la segunda mitad, tocó y tocó piezas. Varió sistemas y piezas. Pasó del rombo, al 4-1-4-1, al doble pivote… Y eso acabó por desentonar al Zaragoza, incómodo y desnaturalizado. Pudo ganar, pero también podía perder. Y eso, precisamente, es lo que sucedió en Almería.

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