La inercia de La Romareda

El Zaragoza regresará el domingo al escenario que reconquistó el pasado curso. El factor campo será vital en el objetivo de atrapar el ascenso a Primera

Los aficionados celebran el triunfo ante el Valladolid.
Los aficionados celebran el triunfo ante el Valladolid.
Guillermo Mestre

Es rigurosamente cierto que el Real Zaragoza tomará la salida el domingo a la misma carrera que en los últimos seis años. Sin embargo, la situación se aprecia sensiblemente diferente. Volverá a competir en las carreteras secundarias del fútbol español, sí; pero en el club se advierten unas fortalezas de las que carecía en cursos precedentes. Hay, por ejemplo, un bloque definido, incluso un modelo de juego. Además, contará con un factor con el que no ha disfrutado en el pretérito hasta enero pasado: la fortaleza como local. La inercia emanada de la grada transportó la pasada temporada al equipo del león rampante hasta la promoción de ascenso. Ahora debe ser de nuevo determinante para asaltar definitivamente el ascenso a Primera División.

Los exámenes se suelen expresar en términos absolutos. En lo referente al Real Zaragoza en Segunda División, el resumen sintético apunta a un maniqueísta sí o no. Ciertamente, no hubo ascenso; pero el pasado ejercicio liguero en modo alguno constituyó un fracaso. El equipo aragonés avanzó, evolucionó de forma progresiva como colectivo. Los extraordinarios resultados obtenidos como local en la segunda vuelta y el fantástico apoyo de su gente significan un respaldo de gran valor, un trampolín para iniciar con más vigor si cabe esta nueva singladura.

Tras un año natural 2017 en el que apenas coleccionó cuatro victorias al cobijo de La Romareda, en la segunda vuelta que arrancó en enero de 2018 el Zaragoza ganó 10 de los 11 careos que disputó como local. La energía brotada de la grada y la maduración de las agradables sensaciones de los primeros meses del curso se trasladaron numéricamente a la clasificación. Números sencillamente soberbios: 30 puntos agarrados de los 33 dirimidos en La Romareda.

Aunque desde el Maracanazo, allá en 1950, quedó claro que los aficionados, por mucho que chillen o lloren, no meten goles, sino que los marcan los jugadores, contar con el respaldo del aficionado representa un importantísimo punto de partida. Este hecho, este apoyo, que se da por contado, en Zaragoza no lo es tanto. Mejor dicho, no lo era tanto. Los Magníficos marcaron por siempre un canon futbolísticamente muy elevado. Ese fútbol es el que anhela de verdad La Romareda. Se aproximaron Los Zaraguayos y su extraordinaria capacidad competitiva, el fútbol fetén de Beenhakker o el indiscutible talento de la Quinta de París.

También influenciada por la entidad de sus leyendas, de los futbolistas que han determinado el genoma de las grandes equipos del Real Zaragoza (Reija, Marcelino, Lapetra; Violeta, Planas, Arrúa; Señor, Barbas, Valdano; Cáceres, Aragón, Nayim...), La Romareda ha defendido con ardor ese idioma futbolístico y ha censurado el contrario. Qué mejor ejemplo que los pitos que sufrió ese gran entrenador que fue Chechu Rojo, el único técnico del Zaragoza que lo llevó hasta la última jornada con opciones reales al título liguero.

Ahora, La Romareda ha cambiado. Probablemente, algo tiene que ver también el nuevo ideario de un histórico del fútbol español que pretende regresar cuanto antes al territorio que le corresponde. El abrazo sincero de su afición representa un activo esencial para edificar el objetivo irrenunciable del Real Zaragoza: el ascenso a la Primera División, esa travesía que nacerá el domingo ante el Rayo Majadahonda.

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