Partido diferente, con ansiolíticos

El Zaragoza se prepara para un duelo áspero, el de Ponferrada, diferente a sus últimas salidas, frente a un rival en puestos de descenso.

Lluís Carreras, al fondo, y su ayudante, Sergio Dorado, observan el entrenamiento del equipo en la Ciudad Deportiva.
Lluís Carreras, al fondo, y su ayudante, Sergio Dorado, observan el entrenamiento del equipo en la Ciudad Deportiva.
Aránzazu Navarro

Ponferrada, El Toralín, no va a resultar territorio semejante al de los últimos partidos del Real Zaragoza fuera de casa. Este es un duelo diferente que necesita, en el seno del vestuario aragonés, una preparación específica dentro del ámbito emocional. El rival, la Ponferradina, llega al mismo en situación de extrema necesidad, en posición de descenso a Segunda B cuando solo restan siete jornadas para el final de la liga. Nada que ver con la situación de calma, ilusión por crecer o nulo riesgo que, en casa caso, tenían los anteriores anfitriones de los aragoneses: Tenerife, Elche o Valladolid, por no ir más atrás en el tiempo.


Y eso introduce la disputa de los puntos en campo berciano en un escenario de histerismo, de alteración de conductas, de presión externa que también han de saber administrarse por el rival de turno que se enfrente a la alborotada Ponferradina. En este caso, le toca al Real Zaragoza llevar a cabo esa tarea preoperatoria.


Son choques que siempre aparecen en estas fechas. Mayo y junio son sinónimos de momentos de la verdad, son los meses justicieros que pasan la factura a los buenos y malos años de cada club. Es ese lugar del calendario de liga en el que los torpes o mal aplicados se dan cuenta de que el tiempo se les acaba y su fracaso empieza a amenazar con ser definitivo. Es el caso de la Ponferradina, cuya caída a la Segunda B genera vértigos y vahídos en la afición de El Bierzo en las últimas horas por todo lo que podría suponer en el futuro de un club que el año pasado casi luchó por subir a Primera. Su súbito cambio de entrenador (Fabri fue despedido el lunes), que ocasiona el inicio del cuarto periodo con diferente tutela del vestuario en ocho meses de torneo, habla por sí solo.


Erik Morán, portavoz del vestuario zaragocista este miércoles en el regreso al trabajo de la plantilla, ha dejado claro que el cuadro técnico del Real Zaragoza está trabajando de lleno el aspecto anímico para que el equipo blanquillo no se sienta afectado por en envoltorio que va a encontrarse en el pequeño estadio de Ponferrada el próximo domingo. “Ellos están necesitados, pero me parece que nosotros lo estamos también. Da la sensación de que cuando se trata de salvar la categoría, el equipo que se ve así pelea más, pero nuestro objetivo es ascender a Primera que, para mí, es más importante. Igual que se juegan ellos, por una cosa, nos jugamos nosotros por otra”, es el razonamiento del centrocampista vizcaíno.


El Toralín, un reducido campo de 8.800 butacas, va a presentar un aspecto de mayor plenitud de aforo que el que el Zaragoza vivió en los 'gigantes' Zorrilla, Martínez Valero o Heliodoro Rodríguez, en los que apenas se cubría un cuarto o un quinto de entrada de aficionados locales. Aquella sensación de sosiego sobre el césped, de casi nulo agobio desde los graderíos, no va a ser lo que prime en Ponferrada. Los zaragocistas afrontan, por lo tanto, un examen de primer nivel en una asignatura hasta hoy no evaluada por el devenir del campeonato: jugar obligados a ganar en el campo de un equipo metido en el fango del descenso y con la necesidad imperiosa de doblegar a los aragoneses como sea para evitar su muerte deportiva. Todo un reto.

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