Cuatro expulsiones en las nueve últimas jornadas

El Real Zaragoza sufre un peligroso hábito desde febrero: jugar en inferioridad numérica demasiados minutos en partidos clave

Momento en el que Culio es expulsado en el partido de Mendizorroza ante el Alavés el pasado mes de marzo.
Momento en el que Culio es expulsado en el partido de Mendizorroza ante el Alavés el pasado mes de marzo.
Blanca Castillo

El pasado sábado en Valladolid, Pedro vio la tarjeta roja en el minuto 74 y el Real Zaragoza acabó con 10 hombres los últimos 20 minutos del partido. Fue la sexta expulsión de la temporada. Pero, en un dato temporal que es mucho más preocupante, lo acontecido con Pedro en Zorrilla supuso la cuarta roja en las últimas nueve jornadas. Un ritmo demasiado alto en este tipo de sanciones arbitrales, mucho más cuando el equipo zaragocista no destaca por su perfil agresivo ni tiene jugadores que puedan catalogarse como extremadamente duros o próximos a actuar en los límites del reglamento con cierta asiduidad.


De hecho, el cuadro zaragocista solo había tenido dos jugadores excluidos prematuramente del juego por parte de los árbitros en las primeras 25 jornadas de la liga, en los primeros seis meses de competición. Este dato define de manera cristalina el ejemplo de deportividad que ha mostrado este año la plantilla del Real Zaragoza. En ese largo periodo que fue desde agosto hasta febrero, solo Wilk, en el último instante del duelo ante el Osasuna en La Romareda de la 5ª jornada, y Ángel, en el derbi aragonés ante el Huesca en plenas fechas de Año Nuevo, en la jornada 19ª, habían sido expulsados. El cuadro blanquillo siempre estuvo en cabeza del trofeo del Juego Limpio, entre los menos tarjeteados por los colegiados de Segunda División.


De repente, en los últimos dos meses, ese pausado ritmo de castigos disciplinarios ha sufrido un repunte extraordinario. Algo ha cambiado al respecto. Y no parece que el ritmo de juego del Real Zaragoza haya experimentado un incremento en el diapasón de su dureza. Puede que se trate de un hecho casual, relativo a los criterios puntuales que han seguido, en estos últimos partidos polémicos, los árbitros de turno. Desde la noche del 21 de febrero, cuando Cabrera fue expulsado injustamente en El Sadar en la jornada 26ª (el Tribunal Administrativo del Deporte le acabó retirando la sanción), los colegiados han actuado con una especial sensibilidad con varios jugadores zaragocistas. Quince días más tarde, en Mendizorroza, fue Culio el que vio la roja antes del descanso del duelo ante el Alavés de la jornada 28ª. Solo pasaron 20 días hasta que Cabrera, de nuevo, se tuvo que ir a los vestuarios apenas transcurrida media hora del encuentro contra el Girona en La Romareda con una roja directa. Era la jornada 31ª. Y, este pasado sábado, Pedro fue el protagonista del mismo episodio en Valladolid, en la jornada 34ª.


De estos últimos cuatro partidos, solo en el último el Zaragoza no sufrió secuelas de las expulsiones en el resultado final. Ganó 1-2 a los vallisoletanos pese a tener que acometer 20 minutos de juego real defendiendo la ventaja en el marcador con un jugador menos en el campo. Antes, frente al Girona, la roja de Cabrera sí que fue nociva. Impidió cualquier reacción en un partido que se perdía ya 0-1 en el momento de la expulsión del uruguayo y que acabó 0-3. También en Vitoria el Zaragoza quedó mediatizado y, con solo 10 piezas en el césped, tuvo que dedicarse a contener ante el líder Alavés el 0-0 inicial durante más de medio partido, sin poder aspirar a ir a ganar con mayores armas sobre el campo. En Pamplona, la roja a Cabrera llegó muy al final del partido, que acabó 1-1. Ahí, la repercusión fue mucho más simbólica y anecdótica, tal vez irrelevante por falta de tiempo.


En lo que va de liga, el Real Zaragoza ha jugado muchos más minutos en inferioridad que en superioridad numérica como consecuencia de las rojas vitas por sus jugadores o las mostradas a los rivales. Apenas son 67 minutos los que ha jugado el equipo aragonés con superioridad. Y, con los de Valladolid en el último partido, ya son 170 los que lo ha tenido que disputar en inferioridad. Más del doble.


Cinco de las seis expulsiones de la temporada han tenido lugar desde la llegada de Lluís Carreras al banquillo zaragocista. Solo una, la primera de Wilk en septiembre, fue con Popovic al mando. Carreras ha reiterado por segunda vez a la conclusión del partido de Valladolid una frase alusiva a que el Real Zaragoza "jugó contra doce". La primera ocasión en la que usó ese argumento fue el La Romareda tras el duelo ante el Girona. En ambos casos, con una irónica doble intención, desvió finalmente la atención de su velada acusación al árbitro aludiendo a la presencia y el ánimo de los aficionados del equipo rival en la grada. Un requiebro probablemente inútil para evitar el malestar que este tipo de declaraciones provocan tanto en la Liga de Fútbol Profesional (que últimamente las denuncia y sanciona) como en el colectivo de árbitros.


Este visible incremento de las expulsiones y las tarjetas amarillas sobre los jugadores del Real Zaragoza en el último trecho de la liga ha de obedecer a algo (hasta siete están advertidos de sanción por acumulación de cinco amonestaciones). El final de la liga, donde todo lo que hay en juego se dilucida definitivamente, aumenta los nervios, la tensión y pone la adrenalina a flor de piel de todos los protagonistas del fútbol profesional: jugadores, entrenadores y, por supuesto, también los árbitros. El caso del equipo zaragocista es un ejemplo a analizar con detenimiento, dentro y fuera del vestuario, si se quieren evitar efectos perniciosos en el ámbito disciplinario en días donde los puntos sean cruciales.

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