Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Nadal somete de noche a Djokovic

Tennis - French Open - Roland Garros, Paris, France - May 31, 2022 Spain's Rafael Nadal in action during his quarter final match against Serbia's Novak Djokovic REUTERS/Yves Herman TENNIS-FRENCHOPEN/
Rafa jugó un partido intenso y pletórico ante un sensacional Djokovic.
YVES HERMAN

Se ha dicho tantas veces que suena a cansado, caduco, casi a rutina: Rafa Nadal agota las palabras y se hace acreedor, una vez más, a todos los superlativos. Muchos pensábamos, o sospechábamos, que llegaba algo herido a Roland Garros y que no resistiría los choques extremos, de virulento desgaste. La primera llamada de atención fue ante Auger-Aliassime: el canadiense juega con clase, transparencia y una efectividad a prueba de balas, y le exigió lo mejor de sí mismo, sobre todo en un quinto set que se presumía agónico. Ahí, consciente de que su pase a cuartos corría serio peligro, Nadal desplegó su mejor juego: agresivo, pletórico, poderoso. Debía tomar la iniciativa y la tomó: desarboló a su rival con su ira calculada de ciclón.

En cuartos lo esperaba un Novak Djokovic con una gran fuerza mental y más descansado, inmerso en su batalla personal por el Grand Slam número 21 y, por supuesto, número uno del mundo. Hasta el propio Nadal daba a entender que lo más lógico quizá fuese una derrota y que quizá estuviésemos a las puertas de su último choque en Roland Garros. Rafa, disgustado por jugar de noche, no mostró ningún enojo: sí la cólera de los campeones, la insaciable competitividad de los héroes. Entró en el choque con coraje e inteligencia. Salió a vencer. Y empezó arrollando en un primer set que pareció más fácil de lo presumible, si alguna vez puede decirse eso de una batalla con Djokovic. 

En la primera manga, el serbio parecía un poco desubicado, desajustado de movimientos, no sé si lento o dubitativo. O sorprendido de la absoluta entereza de su rival. En la segunda, Rafa enfiló de maravilla hacia un 3-0, y ahí pareció agarrotarse. O más bien fue que su rival puso sobre la arena su mejor tenis: la calidad de sus golpes, la convicción, ese saque impresionante y, por supuesto, esos trallazos que parecían auténticos misiles imparables. Y no solo eso: sacó a relucir su fuerza mental. Ante el estupor de Nadal, o el leve desconcierto, igualó el choque. Eso sí, el nivel de juego era impresionante: los dos tenistas, maestros del poderoso y medido impacto, sacaron el manual y dieron una exhibición de todos los golpes. Cada golpe de uno encorajinaba al otro y le exigía un atributo más de perfección, una vuelta de tuerca hacia la exactitud inabordable.

En el tercer set Nadal atrapó todo el aire de la noche y la vibración del público, y tomó de nuevo la directa. Como en el primer set, ganó 6-2. Y no solo eso, Djokovic parecía flojear en la condición física. Y, consciente de ello, no estaba dispuesto a jugar en vano. Se reservaba en algunas carreras, como suele hacer Federer.

Todo era un espejismo. El serbio se desgañitó en la cuarta manga y se puso por delante con un 5-2. Parecía que el choque se alargaría hasta más allá de las dos de la mañana. Y entonces volvió a comparecer Nadal, el que todo lo puede, el que desconoce los límites, el que rara vez cede, el que se juega todos los puntos como si se acabase el mundo. La suerte del choque se dirimió en un ‘tie break’ que resultaría increíble: los dos rivales, que casi se han enfrentado en 60 ocasiones, suspendieron la atención del mundo y de los espectadores, suscitaron aplausos y admiración, iban de ‘cañardo’ en 'cañardo' o bombardeo en bombardeo, con esa constancia que es furia, vehemencia, decisión, contumacia, pundonor, colocación, fantasía, afán de vencer, pasión de los fuertes. Ganó Nadal y de qué modo: con otro sobreesfuerzo, con la rasmia incontestable del gladiador infinito, como quien dirime en una reyerta a raquetazos la suerte de su leyenda.

Con permiso del estilista genial Roger Federer, este es el mejor partido que aún se puede ver en una cancha de tenis. Ardor, entrega, calidad, la gesta de los incansables. Rafa Nadal, lleno de heridas y costurones, de ronchas secretas, jugó para triunfar y para proclamar de nuevo, en plena primavera, que él sigue golpeando la bola en pos de la inmortalidad. Esa que se instala para siempre en la memoria como un relámpago de emoción y de asombro.

Lo espera Zverev que es otro hueso y que no se le suele dar muy bien. La rivalidad con él es distinta, más relajada: con Djokovic se jugó la cumbre en el plantío de los héroes.

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