Elisa Múgica, psicóloga: "Me caló el amor de mi padre por la belleza"

Ha escrito y dirigido con Gaizka Urresti el documental ‘Terapia de parejas’, que se estrenará el 14 de febrero.

Elisa Múgica en 1983 visitando la rotativa de HERALDO.
Elisa Múgica en 1983 visitando la rotativa de HERALDO.
HERALDO

Psicóloga especialista en piscología clínica y en terapia de trauma y de pareja. Docente en la UNED. Directora del Centro Vitae Psicología. Colabora en diversos medios de comunicación. Ha escrito y dirigido con Gaizka Urresti el documental ‘Terapia de parejas’, que se estrenará el 14 de febrero.

¿Recuerda su infancia como una época feliz?Más que feliz. Muy rica en vivencias. Vivía en Zaragoza, pero las vacaciones las solía pasar en San Sebastián, la ciudad de mi madre, donde nací. Fue un choque cultural continuo: una ciudad abierta a Europa, por su cercanía con Francia, en contraste con una Zaragoza entonces muy conservadora. Viajé con mi familia desde muy temprana edad, en tienda de campaña y luego en una pequeña ‘roulotte’.

¿Qué le hizo reír por primera vez?Las cosquillas de mi madre antes de dormir.

¿Qué le hizo llorar?La muerte de mi tía Maribel, con 7 u 8 años.

¿Qué era en el patio del colegio?La ‘outsider’, la fuera de la ley, con mi sensibilidad y manera de entender el mundo.

¿Se sentía rara?Sí. Era reflexiva. Y un poco volcánica si querían hacerme comulgar con ruedas de molino.

¿Recibió algún castigo que le dejara huella?En el colegio de monjas pasaba muchas mañanas en el pasillo por ser demasiado contestona. Me metía en un armario y luego vagaba por las instalaciones. Conocí el cuarto de calderas y rincones nunca explorados.

¿Qué es lo que más le gustaba hacer cuando no estudiaba?Leer, escribir poesías, bailar y jugar con los perros y gatos de la familia.

¿Cuál fue la calle de su infancia?En verano cenábamos tortilla con otros amigos en el ahora llamado Parque Grande José Antonio Labordeta y en la adolescencia fui habitualmente allí con mis grupos. En los momentos más existencialistas de mi adolescencia, me gustaba vagar por El Tubo, en los días de niebla, hasta llegar a la fachada mudéjar de La Seo.

"Oí en casa, por lo bajini, que igual tendríamos que irnos a Francia"

¿Cuál es el episodio que con más frecuencia vuelve a su memoria?La expresión de la cara de una amiga de cole sobre los 12 años. Intuía que su padre las maltrataba. Ella andaba de puntillas y asustada siempre. Ojalá pudiera reencontrarla y abrazarla.

¿Echa de menos haber hecho algo en su infancia?Estudiar inglés. Con mi carácter viajero y aventurero, me habría llevado muy lejos. Pero no estaría aquí, sería otra.

¿Tenía mucha conciencia política?Recuerdo a mi padre leyendo los domingos HERALDO, cuando sus páginas eran como sábanas. Vivimos el 23F con cierto respeto. Oí en casa, por lo bajini, que igual tendríamos que irnos a Francia. Mi abuelo paterno le dijo a mi madre: "Los nuestros han tomado las calles y vamos a matar a los tuyos".

¿Qué imagen tenía de Felipe González?Llevaba en mi carpeta el lema ‘No a la OTAN’. Me gustó la canción que hizo Javier Krahe.

¿Era religiosa?A los 12 años pensaba que no podía pertenecer a una institución que no me daba los mismos derechos y oportunidades que a los hombres. Aunque reconozco que hay unos valores humanos que me impregnaron profundamente.

La muerte, ¿le angustiaba o le provocaba algún tipo de tormento?Entre los 7 y 8 años fallecieron mi abuelo materno y, de parto, mi tía Maribel, un ser luminoso. Me quedó un miedo inconsciente a morir en esa circunstancia. La muerte ha estado presente en mis pensamientos de forma temprana, me ha ayudado a entender, agradecer la vida y estrujar cada momento.

¿Alguna locura que le guste recordar?Con 8 o 9 años, una tarde de verano, capitaneé a todos los niños para bañarnos a una de las fuentes del parque ¡vestidos! Fue divertido ver la cara de nuestras familias.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?No soy nada mitómana, pero tenía una debilidad: Richard Gere.

¿Cuál fue la primera canción que memorizó?‘La Flor de la Canela’, que cantaba mi padre en las reuniones familiares, se me incrustó dentro de mi memoria musical con las imágenes de la felicidad compartida en la mesa.

¿Qué libros o películas le deslumbraron?Me aprendí de memoria los versos de ‘La voz a ti debida’ de Pedro Salinas. Devoraba a Agatha Christie. Y ¡cómo bailé con ‘Grease’! Era mi película preferida, junto con ‘Memorias de África’.

¿Había alguna persona que conociera a la que admirara de un modo especial?Mi mentor en la vida, fallecido al principio de la pandemia, fue José Antonio de Marco. Antropólogo y filósofo que en África había estudiado las costumbres de algunas tribus aborígenes. Fue mi profesor en el colegio de curas y con él me introduje en el mundo de la psicología a los 15 años. Pertenecía a un grupo de psicólogos y psiquiatras y me fui a algunos encuentros en los que trabajaban meditación, bioenergética, análisis transaccional y regresión. Mis padres, abiertos pero prudentes, me limitaron la asistencia por las horas intempestivas a las que terminaban. Ya me había enganchado a explorar la mente y las emociones. Y allí nació un camino nuevo, personal, que luego sería mi vocación profesional.

¿Quiénes fueron sus grandes amistades?Mi relación más poderosa de esa época fue con mi ya hermana Rosana. La conocí en el año 1983 el primer día de carrera. Y hasta hoy.

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué caló en usted con más fuerza?Siempre tuvieron su casa abierta a los amigos. Son extremadamente generosos. Y la capacidad de superación de mi madre y el amor a la belleza de mi padre.

¿Hay algún defecto que detectara en su infancia y que aún no ha logrado superar?Me reprochaban que tenía mucho carácter porque reaccionaba vivamente ante las injusticias. Sigo soliviantándome con lo que considero injusto.

¿Cuál fue su gran alegría? ¿Y la gran tristeza?La alegría, los momentos ‘arena y playa’ del verano. La tristeza, el hostigamiento que sufrí por unas amigas en BUP.

Si pudiera viajar en el tiempo y regresar a sus primeros años durante un día, ¿a cuál volvería?A cualquier tarde del 24 de diciembre con mi abuela ‘Ta’, cuando poníamos el árbol de Navidad y escuchábamos villancicos.

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