Una profesional siempre pegada a la cotidianeidad

"Pepa es una profesional que después de no sé cuántos años al frente del mismo programa se lo trabaja como si fuera el primero", dice el escritor Andrés Aberasturi.

Pepa Fernández.
Pepa Fernández.
Krisis'23

Nunca resulta fácil escribir sobre personas a las que no sólo respetas, sino que además amas. Por eso, hablar de Pepa Fernández resulta en mi caso un compromiso poliédrico: es mi amiga, es mi jefa, la admiraba aun antes de conocerla, me ‘recogió’ cuando RNE me abandonó en las esquinas de los pasillos y, pese a todo, debo ser objetivo. No es fácil.

Y no lo es porque, al margen de lo dicho, Pepa es una profesional que después de no sé cuántos años al frente del mismo programa, cada fin de semana no es para ella un fin de semana cualquiera porque se lo trabaja como si fuera el primero. Es sobre todo independiente, minuciosa, lectora por vocación y obligación y con un bagaje cultural muy superior a la media.

No es fácil que algo ocurra en el mundo de la cultura que coja de sorpresa a Pepa Fernández: si hablas de una película recién estrenada, ella ya la había visto; si un libro se pone a la venta a las 11 de la mañana, ella ya lo tiene leído –y señalado– a las 12. Va a la ópera con regularidad y devoción y le da tiempo –y ganas– de ver todo el teatro del mundo, desde los grandes estrenos a las obras más o menos marginales.

Todo lo que he dicho podría dar la imagen de una intelectual pasada de revoluciones; no es el caso. No hay ni una pizca de pose en la cotidianeidad de Pepa sino todo lo contrario: vive así porque ella es así, porque ama y disfruta ese mundo con idéntica pasión que ama la horchata, la sandía, los cefalópodos o comprar zapatos. (Aún recuerdo cómo en Milán nos dejó al siempre añorado José María Íñigo y a un servidor sentados ni sé cuántas horas en una cafetería de la Galería Vittorio Emanuele II mientras ella, acompañada por el siempre caballero José Ramón Pardo buscaba por las calles una zapatería que había visto de pasada).

Y lo bueno de Pepa Fernández es que va justo de eso: de Pepa y de Fernández, un nombre y un apellido absolutamente normales como es ella pese a todo. No hay ni una mota de divismo en esta periodista a la que siguen sus ‘escuchantes’ de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo con una devoción que no es reverencial sino familiar. Es ‘la Pepa’. Esa Pepa que no puede evitar –ni quiere– el ataque de risa delante de un micrófono o que se le llenen de lágrimas los ojos cuando la emoción se desborda. (He vivido muchos momentos junto a ella y el resto de los compañeros, pero creo que ninguno tan duro como aquel programa que tuvimos que empezar unos minutos después de que nos llegara la noticia de la muerte de Íñigo. Sirvan estas líneas como homenaje a su memoria).

Pero volvamos a Pepa y sobre todo a sus liturgias. De entrada debo señalar que es, en general, una persona bastante opuesta a mí. Le gusta –casi lo necesita– tener todo controlado en un mundo tan poco seguro como es la radio aunque luego disfruta improvisando y nos abandona –y lo dice por antena sin el menor rubor– porque tiene la necesidad de ir al servicio. Son demasiadas horas sentada y todos somos humanos.

«No hay ni mota de divinismo en esta periodista a la que siguen sus ‘escuchantes’ con devoción familiar»

Pepa no toma café; de hecho ni siquiera toma té con limón sino todo lo contrario: toma limón con té en una desproporción evidente.

Cuando salimos los fines de semana, Pepa viaja con una maleta que es la madre de todas las maletas. Son dos noches y tres días pero parece que se dispone a dar la vuelta al mundo. Y si preguntas a qué viene ese volumen siempre te contesta poniendo como ejemplo un neceser.

No es raro que, como en el romance de Lorca, las vea caminando a buen paso por las altas barandas de los hoteles. Seguramente más de un cliente habrá creído ver un fantasma; no, es Pepa que no se queda tranquila hasta no completar sus diez mil pasos diarios. Entre las misteriosas cosas que llenan a rebosar su maleta –neceser aparte– está también una cajita pequeña con clips que van viajando de ciudad en ciudad y que utiliza para ordenar sus papeles.

Pepa, además de sumar los números de las matrículas de los coches como diversión, sabe decir sin pensarlo cualquier cifra en números ordinales.

Pepa no anda, corre. Camina por cualquier sitio, calle, plaza o naturaleza, a una velocidad endiablada y muy difícil de seguir para la mayoría de los mortales.

Pepa, en el colegio, además de sacar matrículas y más matrículas no jugaba al baloncesto, se especializó en mazas y por lo que cuenta no lo hacía mal.

Termino ya este cotilleo sobre una gran profesional de la comunicación y me emociona especialmente que el premio que lleva el nombre de Antonio Mompeón Motos, que en su tiempo impulsó la modernidad y dignificó este oficio, se le entregue en la planta de impresión del periódico donde aún debe sobrevolar el dulce olor de las bobinas de papel y el aroma negro de la tinta.

El autor

Andrés Aberasturi. Periodista.

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