La cara más lustrosa del Pilar

Tras el vaciamiento urbano de lo que ahora es la plaza, sobra perspectiva para apreciar la fachada meridional, la que da a la plaza. El ojo avisado o curioso hallará en qué posar la mirada.

La fachada meridional del Pilar, la principal, da a la gran plaza ganada ante la basílica.
La fachada meridional del Pilar, la principal, da a la gran plaza ganada ante la basílica.
José Miguel Marco

La plaza del Pilar no ha llegado a convertirse en ‘el salón de la ciudad’ que se pregonaba cuando su última gran transformación, la de finales del siglo pasado que la endureció de forma irreversible al tiempo que algunos restos romanos de su subsuelo desaparecían para hacer sitio al gran aparcamiento. 

Culminaba un proceso que había tenido su anterior gran hito tras la Guerra Civil, cuando fue derribado el entramado de calles y plazas que ocupaban la mayor parte de su espacio actual y que lo integraba en el Casco Histórico. Sin su contexto arquitectónico, fuera de escala, es difícil que los zaragozanos terminen alguna vez de hacer suya esta explanada inhóspita, que en nada invita al encuentro, pero sí ha mantenido toda la importancia que le confiere ser el recibidor que conduce hacia el gran tótem de la ciudad: la basílica del Pilar.

En la plaza, todos los ojos se van hacia la fachada sur del templo, que es la principal. Tras aquellos vaciamientos urbanos del pasado siglo, sobra perspectiva para apreciarla. Bajo las torres y las cúpulas, impone con la severidad de un gran lienzo de piedra y ladrillo, apenas dulcificado con unos pocos aditamentos.

El más moderno y el principal de todos es una muestra de arte contemporáneo: el altorrelieve esculpido por Pablo Serrano en piedra caliza blanca, de 1969, ‘La venida de la Virgen’, que pronto se integró en el templo y en los ritos que ante él se desarrollan. Lo conforman 58 piezas y su peso total se aproxima a las 80 toneladas. 

El añadido de orígenes más remotos es un tímpano románico, del siglo XII, colocado como un vestigio de la iglesia medieval que allí se levantó. Ambas piezas dan testimonio de cómo el Pilar se ha ido transformando mientras pasaban el tiempo y las generaciones de habitantes en esta ciudad, desde una ermita primitiva construida sobre el foro romano hasta las últimas restauraciones de la basílica.

Esta fachada meridional debe su aspecto actual a la remodelación desarrollada por Teodoro Ríos Balaguer a mediados del XX, la que completaría el aspecto exterior actual del templo junto a las últimas dos torres construidas entre 1950 y 1961 por los arquitectos Miguel Ángel Navarro, padre e hijo.

Presenta adosadas varias pilastras que crean una serie de tramos. Tiene las dos puertas principales para acceder al interior de la catedral enmarcadas por frontones triangulares sobre columnas corintias.

Ocho figuras de santos rematando la fachada

Y aparece rematada por ocho esculturas de santos aragoneses o con existencias que se han relacionado con esta tierra. De izquierda a derecha, se encuentran representados San José de Calasanz, San Vicente de Paúl, Santa Engracia, San Valero, San Braulio, Santa Isabel de Aragón, Santiago el Mayor y San Vicente Mártir. Todas son obra del zaragozano Antonio Torres Clavero excepto la segunda, que es de Félix Burriel. Fueron colocadas entre 1950 y 1954 y cada una pesa unas 20 toneladas y tiene unos tres metros y medio de altura. De Torres Clavero son también los ángeles músicos que aparecen recostados sobre las dos puertas, dos en cada uno de ellas.

El ojo avisado o quien dedique un tiempo a la fachada aún descubrirá otros dos elementos que en algo alteran su sobriedad. Se trata de sendas placas conmemorativas, junto a la puerta oriental, una con la efigie de Pío XII que recuerda la concesión del título de basílica al Pilar en 1948, y otra en la que aparece Juan Pablo II en memoria de sus visitas, que ocurrieron en 1982 y 1984.

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