Poncistas, damas y un caballero triunfalmente herido

Enrique Ponce volvió a encandilar a una plaza con destacada presencia de señoras. Cayetano siempre es un reclamo, y ayer acabó siendo el protagonista por su dramática cornada.

Los tendidos de la plaza de toros de La Misericordia rozaron el lleno ayer, con Ponce, Cayetano y Ginés Marín en el cartel.
Los tendidos de la plaza de toros de La Misericordia rozaron el lleno ayer, con Ponce, Cayetano y Ginés Marín en el cartel.
Aránzazu Navarro

Llegaron las figuras. Y con ellas, los aficionados de clavel en la solapa y billete de AVE en el bolsillo. El cemento vacío del lunes y el martes, igualmente laborables, se cubrió de variedad de inclinaciones. De poncistas que no respiraron tranquilos hasta ver a Enrique rompiendo el paseíllo, de mujeres empujadas por la presencia de Cayetano y de un puñado de venezolanos que, con la entrada comprada, conocieron la suspensión de la alternativa del maltrecho Colombo.

Ponce había prometido en la gala de entrega de los premios de la Asociación de Informadores Taurinos que vendría a Zaragoza a resarcirse de su actuación en la pasada Feria del Pilar, y con el recuerdo de aquella magistral faena marrada con la espada fue recibido. Atronadora ovación para el de Chiva; pitos para el inválido que abrió plaza con retraso. Cinco minutos que no terminaron de acomodar a todos. Faltaban los del gin tonic apurado hasta el último sorbo y un venezolano loco por lucir su bandera. Tres o cuatro barandillas probó, hasta encontrar una de privilegio en las alturas de la andanada. Allá donde los prismáticos de las damas perseguían la puesta en escena de su caballero. Y la función fue fugaz. De 15 minutos de triunfo con la muerte asomándose.

Cayetano le abrió paso por su pérdida de mando, y un Manzanito dulce de Parladé se coló -casi sin querer- para prenderle y cornearle. Para entonces, el menor de los Rivera Ordóñez ya había descerrajado la puerta grande a base de pasajes pintureros. Y una estocada tan trasera como dramática terminó de servirle la gloria. Reconocimiento a la raza torera. La que distinguió a su padre hasta el último aliento en la enfermería de Pozoblanco. La sangre que brotaba del muslo trajo el recuerdo de Paquirri a los tendidos. Y mientras Cayetano era operado por el doctor Val-Carreres, Ginés Marín brindaba a Colombo un sobrero regalado por el presidente. Antonio Placer devolvió a los corrales al tercero de la tarde con el tercio cambiado. Error de bulto en favor del espectáculo ofrecido por Marín. Faena de oreja perdida con los aceros. Le queda otra oportunidad. El sábado, porque el segundo que le tocó en suerte no tuvo ni uno.

Entre tanto, Enrique Ponce terminó de rubricar su idilio con la afición de la Misericordia, entusiasmada con su concepto. Con el cocinar a fuego lo que venga, tapar carencias y esperar el momento del lucimiento. Igual le da que el toro esté rajado. Poco le importa pasarse de faena, siempre que él se encuentre a gusto. Y lo estuvo frente al enclasado cuarto y ante el que cerró plaza, después de intercambiar el orden con Ginés. El valenciano dejó muletazos eternos con ambas manos y un par de series de doblones marca de la casa, aún con el abductor dañado. Venía advirtiendo sus molestias desde hace semanas, pero, aún frustrándose el doctorado de su discípulo Colombo, forzó su comparecencia. Quienes más temieron su ausencia se rompieron las manos en la vuelta al ruedo que dio de despedida.

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